Canonizar viene del griego canon y se traduce como regla, lo que debería ser patrón de comportamiento.
Tal y como estaba establecido desde Diciembre de 2012 por Benedicto XVI, el Papa Francisco canonizó el domingo 12 de Mayo día en que la Iglesia celebra la ascensión de Jesús a los cielos- a los 813 mártires de Otranto, a Laura de Santa Catalina de Siena Montoya y Upegui (Madre Laura, virgen, fundadora de la Congregación de las religiosas misioneras de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada y de Santa Catalina de Siena) y a María Guadalupe García Zavala (Madre Lupita, cofundadora de la Congregación de las Siervas de Santa Margarita María y de los Pobres).
El cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, acompañado por los postuladores, dirigió al Santo Padre las tres petitio para pedir la canonización de todos estos beatos. Y el Papa Francisco, con la fórmula de canonización en latín, los proclamó santos.
En su homilía, el Papa comenzó recordando que en este VII Domingo del Tiempo Pascual celebramos una "fiesta de la santidad". Y dio gracias a Dios, que hizo "resplandecer su gloria, la gloria del Amor, en los Mártires de Otranto, la Madre Laura Montoya y la Madre María Guadalupe García Zavala".
El Papa Francisco también afirmó que hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de mártires, que juntos fueron llamados al supremo testimonio del Evangelio, en 1480. Se trata de personas supervivientes del asedio y de la invasión de Otranto, que fueron decapitadas en las afueras de la ciudad. Y puesto que no quisieron renegar su propia fe, murieron confesando a Cristo resucitado.
Tras preguntarse dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles, el Pontífice respondió que precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena, hace que contemplemos "los cielos abiertos" –como dice san Esteban– y a Cristo vivo a la derecha del Padre.
Por esta razón, dirigiéndose a presentes en la Plaza de San Pedro, el Papa dijo: "Conservemos la fe que hemos recibido y que es nuestro verdadero tesoro, renovemos nuestra fidelidad al Señor, incluso en medio de los obstáculos y las incomprensiones. Dios no dejará que nos falten las fuerzas ni la serenidad". Y añadió que, mientras veneramos a los Mártires de Otranto, "pidamos a Dios que sostenga a tantos cristianos que, precisamente en estos tiempos y en tantas partes del mundo, todavía sufren violencia, y les dé el valor para ser fieles y para responder al mal con el bien".
La fe, vivida en comunidad
De la primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana, Laura Montoya, el Pontífice afirmó que "nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente -como si fuera posible vivir la fe aisladamente-, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, acogiendo a todos sin prejuicios ni reticencias, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos: Cristo y su Evangelio".
"En los pobres y en los enfermos"
De la religiosa mexicana Santa Guadalupe García Zavala el Papa dijo que "renunciando a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús, enseñaba a amar la pobreza, para poder amar más a los pobres y los enfermos. La Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los enfermos y los abandonados para servirles con ternura y compasión". Porque la Madre Lupita había entendido lo que significa "tocar la carne de Cristo".
Por último, el Santo Padre se refirió a la fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con la vida, dando testimonio del amor de Dios con nuestro amor, con nuestra caridad hacia todos.
"Son ejemplos luminosos y lecciones que nos ofrecen los santos que hemos proclamado hoy, pero que también cuestionan nuestra vida de cristianos. ¿Cómo es mi fidelidad al Señor? ¿Soy capaz de ‘hacer ver’ mi fe con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Percibo quién padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas que debo amar?".
Y concluyó diciendo: "Pidamos, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de los nuevos santos, que el Señor colme nuestra vida con la alegría de su amor".
El médico del milagro
El médico de Antioquía de Colombia Carlos Eduardo Restrepo Garcés, presente en la ceremonia de canonización en Roma, se curó milagrosamente en 2005 por la intercesión de la entonces Beata Laura. Es otro de esos milagros modernos, con abundante documentación, que suceden en un hospital del siglo XXI.
El doctor Restrepo tenía 33 años, y se estaba muriendo. Una grave enfermedad en su sistema inmunológico había generado una infección en su corazón y daños renales.
"En algún momento había escuchado hablar de Madre Laura, aunque yo no sabía de su labor evangelizadora", admitió después. Pero pidió su intercesión la noche antes de una grave operación. "Esa noche dormí plácidamente, ahí comenzó el milagro", explica a la prensa colombiana. "Al siguiente día, comienzan a pasar eventos que se salían de lo usual" y finalmente "no me operan y me recupero rápidamente. En tres meses". Y cuando va a los medios de comunicación colombianos, añade: "no discuto si fue o no un milagro, solo sé que ella me curó".
813 mártires asesinados por los musulmanes en el silo XVI
Antonio Primaldo es el único nombre que se transmitió de los más de 800 desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de la pequeña ciudad italiana de Otranto, en la Apulia, cuya sangre, hace 5 siglos, fue esparcida sólo porque eran cristianos, en una incursión del ejército otomano el 29 de Julio de 1480.
Ese día, a primeras horas de la mañana, desde las murallas de Otranto se hizo visible en el horizonte una flota de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18.000 soldados a bordo. La armada era guiada por el bajá Agometh, que estaba a las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos.
En 1453, guiando un ejército de 260.000 turcos, Mahoma II conquistó Bizancio, la "segunda Roma", y desde entonces abrigaba el proyecto de llegar a la Roma primera y transformar la Basílica de San Pedro en establo para sus caballos.
En Junio de 1480 juzgó maduro el tiempo para completar la obra: quitó el asedio a Rodas, defendida con coraje por sus caballeros, y dirigió su flota hacia el mar Adriático. Otranto era la ciudad más oriental de Italia y la importancia de su puerto le dio un papel de puente entre oriente y occidente.
Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos los habitantes del barrio, estaba defendida por solo 400 soldados que no tardaron en abandonar la ciudad, quedando en ella solo sus habitantes.
Después de quince días de asedio, al amanecer del 12 de Agosto, los otomanos concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponía a tiro y llegan a la catedral donde se había refugiado buena parte de los habitantes.
Derriban la puerta y cercan al Arzobispo Stefano, que estaba con los atuendos pontificales y con el crucifijo en la mano. Al ser intimado con no nombrar más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el Prelado respondió exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le cortó la cabeza con una cimitarra.
Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, quien, en nombre de todos, afirmó: "Todos creemos en Jesucristo, Hijo de Dios, y estamos dispuestos a morir mil veces por Él". Agometh decreta la condena a muerte de todos los 800 prisioneros.
A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos atadas a la espalda a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de la ciudad.
Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes; por lo que el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo.
Éste le resultaba muy odioso porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos y afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo ya abierto para recibirlos.
"Le cortaron la cabeza, pero él quedó en pie y no cayó hasta que no murió el último, antes de morir cada uno de ellos tomaba fuerzas mirando el cuerpo en pie de Antonio decapitado, y en ese gesto maravilloso de Dios, tomaban fuerza para mantenerse fieles al Señor hasta el martirio", afirmó la argentina Silvia Mónica Corriale postuladora para Causas de Canonización y Beatificación para la Congregación de las Causas de los Santos, que vive hace 25 años vive en Roma y es la primera laica de la historia que se dedica esa tarea.
El prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de los musulmanes. Un solo verdugo de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue empalado.