No cumplir con el rito de dar la paz, comulgar "con la mano", confesarse usando el confesionario como antes era lógico, no quedarse reunido en el templo luego de las misas, son algunas de las medidas indicadas por la diócesis de San Isidro, que encabeza el obispo Alcides Jorge Pedro Casaretto, y otras jurisdicciones pastorales, para reducir las ocasiones de contagio entre la feligresía local.
Tomando cada punto de estas medidas por separado es posible reflexionar sobre ellos.
En primer término, como se sabe, el rito de "dar la paz" es una innovación (no tan nueva ya) que lleva a los fieles a saludar con distintas frases -aunque la "histórica" es la de "La Paz esté contigo""Y con tu Espíritu"- a quienes están cerca.
Esta costumbre, que tiene sus defensores (sobre todo los más jóvenes y los más "carismáticos") y sus detractores, está tan instalada que se ha visto por estos días de Influenza A cómo algunos, a pesar de no escuchar la frase que invita al beso o al apretón de manos, se miran con otros y hacen gestos sutiles de saludo, sin moverse del lugar.
Este punto del saludo de la paz es interesante ya que, por un lado, en algunas ocasiones el descontrol es tal que cualquier desprevenido pensaría que está en una reunión de exalumnos más que en una misa. Gente desplazándose de su banco, chicos corriendo de una punta a la otra, prolongación de este hecho secundario más allá de lo lógico, etc.
Por otra parte, si bien no es un gesto litúrgico necesario, el hecho de darle la mano o un beso a un desconocido y desearle la paz, en su medida, permite abrir el espectro de mis amigos o conocidos a más personas. Tal vez no gane más amigos, pero tomado con seriedad y respeto, el gesto exterioriza una actitud cristiana enriquecedora.
Con respecto al acto de comulgar "con la mano" vale mencionar que siempre pensé que la Sagrada Eucaristía está en buenas manos cuando la sostiene el sacerdote. Yo, simple feligrés necesitado de la presencia de Dios, hombre común y débil, persona que no quiere perder de vista que todo lo que tiene se lo debe al Creador, no me creo merecedor de tocar con mis manos la sagrada hostia.
Yo estuve en la calle, toqué pasamanos, manipulé dinero (tal vez momentos antes con la limosna) y abrí puertas, por lo que seguramente mis manos tienen suciedad que, tal vez, no se vea. Pero está. Esas manos -aunque dignas- no están limpias.
Comulgar "con la mano" no invalida totalmente la posibilidad del contagio de la gripe A, o de cualquier otra cosa, en misa. Así que, más allá del hecho circunstancial de la prevención del virus de la influenza novedosa, lo más inteligente será actuar responsablemente para no exponer a otros a un contagio y (cuando pase la emergencia) comulgar directamente en la boca. Cómo lo hacen los niños pequeños de sus padres, cuando son tan necesitados de ser atendidos en su debilidad y esperan confiados de sus mayores.
Luego está la indicación o sugerencia de confesar los pecados utilizando el confesionario como está preparado para ser usado: de rodillas, sobre el costado, mirando a través de una ventanita que no deja ver del todo la cara del sacerdote, quien alterna un lado y otro del particular recinto.
Aquí deberíamos considerar que... en algunas iglesias ya no hay confesionarios. El cura se sienta en una silla y frente a él se ubica el feligrés que busca la absolución de sus faltas. En otros casos confesor y fiel se ubican en algún banco del templo directamente.
Es de entender, entonces, que para cumplir con esta indicación, primero habrá que conseguir confesionarios... lo cual es más que difícil.
Oleadas de interpretaciones livianas sobre este punto -el de la confesión- llevan al feligrés a pensar que es mejor mirarle la cara al cura, que si el sacerdote está en ese nivel de aparente igualdad se parece a un amigo y eso ayuda, que ponerse de rodillas cansa..., etc.
Es claro para muchos que la realidad de la confesión -o sacramento de la reconciliación, como se llama también- está en la aceptación de la propia debilidad, en los pecados cometidos, en la necesidad del perdón, en la búsqueda profunda del reencuentro con Dios a través del camino iniciado por Cristo. Estas cuestiones de confesionario o ubicación del cura y el cristiano, quedan (si no se traiciona o relativiza tan fundamental sacramento) en hechos secundarios.
La soberbia de considerarse infalible o la ignorancia de que la confesión es lo que pidió el propio Jesús que hagamos, serán obstáculos mucho más importantes que nuestra ubicación frente al cura.
Para animarse a confesar ciertas faltas, para despacharse con todo lo que me aleja de Dios, la "ventanita" será el mejor lugar. Pero estaremos de acuerdo en que lo importante está en que el cristiano acepte su debilidad y pida perdón a Dios, y que el sacerdote sepa, además de escuchar, aconsejar al fiel para que no vuelva a caer en falta.
Sobre no quedarse en el templo conversando luego de las misas es una buena sugerencia, no sólo para este tiempo, sino para todo momento. El encuentro con la gente que uno quiere es bueno, en tanto se respete el ámbito que muchos eligen para rezar luego de la celebración eucarística.