Al dirigirse en el mediodía del domingo 30 de Noviembre a un grupo de seminaristas en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Papa Benedicto XVI señaló que "como ha recordado también la reciente Asamblea del Sínodo de los Obispos, entre las tareas prioritarias del presbítero está la de esparcir a manos llenas en el campo del mundo la Palabra de Dios".
En su discurso a los seminaristas del Pontificio Seminario Regional Pio XI, de Ancona; del Pontificio Seminario Regional Pio XI, de Molfetta y del Pontificio Seminario Regional San Pio X, de Chieti, el Santo Padre señaló que así como las semillas de la Parábola del Evangelio, estas "parecen en realidad pequeñas, pero una vez germinadas, se convierten en un gran arbusto y genera abundantes frutos".
Tras explicar que "la Palabra de Dios que están llamados a sembrar a manos llenas y que porta en sí la vida eterna es Cristo mismo, el único que puede cambiar el corazón humano y renovar el mundo", Benedicto XVI precisó que "en el actual contexto social, una cierta cultura parece mostrarnos el rostro de una humanidad autosuficiente, deseosa de realizar sus propios proyectos por sí sola, que elige ser la única artífice de su propio destino; y que, en consecuencia, considera como no influyente la presencia de Dios y por lo tanto la excluye de hecho de sus elecciones y decisiones".
"En un clima signado incluso por un racionalismo cerrado en sí mismo, que considera que las ciencias prácticas son el único modelo de conocimiento, el resto se convierte en subjetivo y en consecuencia una experiencia religiosa corre el riesgo de ser vista como una elección subjetiva, no esencial ni determinante para la vida", añadió.
Sin embargo, continuó el Papa, "el hombre del tercer milenio, como los de todas las épocas, tiene necesidad de Dios y lo busca incluso sin darse cuenta. La tarea de los cristianos, de modo especial de los sacerdotes es alcanzar esta anhelo profundo del corazón humano y ofrecer a todos, con medios y modos que respondan a las exigencias de los tiempos, la inmutable y, por ello, siempre viva y actual Palabra de vida eterna que es Cristo, Esperanza del mundo".
Ante esta misión, dijo luego el Pontífice, los años del seminario son de gran valor, "tiempo destinado a la formación y al discernimiento; años en los cuales el primer lugar debe ser para la búsqueda de una relación personal con Jesús, una experiencia íntima de su amor, que se adquiere, primero que nada, a través de la oración, así como en contacto con las Sagradas Escrituras, leídas, interpretadas y meditadas en la fe de al comunidad eclesial".
Como ejemplo de esta relación íntima con Dios y del ardor evangelizador que de ésta de desprende, el Papa recordó en el Año Paulino a San Pablo; quien "pronto a dar la vida por el Evangelio", se volvió tras su conversión, en alguien "capaz de dialogar con todos, siguiendo el ejemplo del divino Maestro".
"A imitación de San Pablo –alentó el Papa– no dejen de buscar a Cristo en la escucha, en la lectura y en el estudio de la Sagrada Escritura, en la oración y en la meditación personal, en la liturgia y en cada actividad cotidiana. Es importante, con respecto a vuestro rol, queridos encargados de la formación, recordar que son llamados a ser para vuestros pupilos primeramente maestros de vida evangélica".
Finalmente, el Santo Padre invocó sobre cada uno de los seminaristas "la materna protección de la Virgen Madre de Cristo, que la liturgia de Adviento nos presenta como modelo de que vela en espera del retorno glorioso de su divino Hijo. A Ella confíense con fe, recurran a su intercesión para que los ayude a permanecer prestos y vigilantes. De mi parte les aseguro mi afecto y mi oración cotidiana, mientras de corazón bendigo a todos".