[2004] - La primera fundación de Buenos Aires realizada por don Pedro de Mendoza en 1536 bajo la tutela de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire tuvo vida efímera.
En 1541 no quedaban más que 350 hombres de los 1.000 que originariamente se habían establecido, corriendo el riesgo de desaparecer asediados por los indígenas que ya habían tomado conciencia de su escaso número y total desamparo.
Mientras tanto Asunción se había convertido en la capital de la incipiente Gobernación del Río de la Plata, por lo que el ambicioso Domingo Martínez de Irala ordenó, el 16 de abril de 1541, la despoblación de Buenos Aires y el traslado de sus habitantes a aquella ciudad, para “nos congregar y estar juntos, para que mejor nos podamos aprovechar dellos en nos defender”
Debieron pasar casi cuatro décadas para que Juan de Garay fundara nuevamente la ciudad que había soñado Pedro de Mendoza en la costa del Río de la Plata.
Indudablemente la historia rioplatense, y particularmente la de San Isidro, están íntimamente ligadas a la actuación de este fundador de ciudades, por lo que nos referiremos a su atrayente personalidad.
Prestigiosos historiadores han intentado establecer el lugar de origen de Juan de Garay y quienes fueron sus progenitores. Hay quienes lo hacen castellano, por un supuesto nacimiento en Burgos, en la villa de Losa, otros quieren que sea vasco, de la villa de Gordejuela.
Mientras tanto nosotros podemos decir que, al margen de estas disquisiciones genealógicas, Juan de Garay recibió el bautismo en las aguas del Río de la Plata para ganarse un lugar en el reino de los próceres.
Pocas noticias tenemos de su infancia en el Viejo Mundo, ubicándolo recién cuando, embarcado en San Lucar de Barrameda el 3 de noviembre de 1543, acompaña a su tío, el Oidor don Pedro Ortiz de Zárate, en la expedición que traía al Virrey del Perú Blasco Núñez de Vela. Juan de Garay apenas contaba unos 13 o 14 años de edad, debiendo suponer que el motivo de su venida responde a un conveniente alejamiento de su hogar motivado por su presunta condición de hijo ilegítimo.
A los 4 años de su arribo, transcurridos en el Perú, Garay pierde a su tío y protector, quien entregó su alma al Señor, por lo que desde muy corta edad debió afrontar las peripecias de la vida en total desamparo. En estas circunstancias fue que se alistó en las tropas del capital Núñez de Prado, pasando a Charcas, luego a Tarija para luego afincarse por un tiempo en Chuquisaca, hasta que acompañando al capitán Andrés Manso, tuvo el privilegio de estar presente en la fundación de Santo Domingo de la Rioja. De regreso a Potosí se encuentra con otro pariente venido de la Madre Patria, Juan Ortiz de Zárate, quien le presta su valioso amparo.
Juan de Garay contaba ya con 29 años y muchos conocimientos de estas tierras que despertaban en él la inquietud que guiaría sus futuros pasos en esta comarca.
Por aquel tiempo el trujillano Nufrio Chaves, venido del Paraguay, lo pone en antecedentes de la conquista que se estaba realizando por el Río de la Plata.
Junto a Nufrio Chaves funda el pueblo de Santa Cruz de la Sierra, testimoniándolo en una carta que escribiera años después en la que decía: “fui uno de los primeros pobladores de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra que pobló el general Nufrio Chaves…”, donde vivió por espacio de 8 años ejerciendo el cargo de Regidor del Cabildo. Durante su permanencia en este incipiente pueblo conoció a la joven Isabel de Becerra y Mendoza con quien contrajo matrimonio, del cual proviene su descendencia criolla que se difunde hasta nuestros días en innumerables familias rioplatenses.
Pero el destino inexorable tenía asignada para Garay una empresa de mucha más trascendencia en tierras todavía desconocidas para él, a las que el tiempo y las circunstancias –siempre al servicio del destino- lo van empujando sin que lo advierta.
Así fue que se traslada con su familia a Asunción, respondiendo al llamado de su pariente Ortiz de Zárate, donde pronto ocupó el cargo judicial de Alguacil Mayor en momentos en los que se enfrentaban el señor obispo y el teniente de gobernador, demostrando allí su templanza y equilibrio de juicio.
Podríamos asegurar que en este momento de su vida Garay descubre su destino, cuando con mirada visionaria observa la sugestiva fuerza de los ríos Paraguay y Paraná que se unen para llenar el inmenso Río de la Plata, arrancándole aquella célebre frase que registró para la historia: “¡Tenemos que abrir puertas a la tierra!”. A su vez nosotros descubrimos en Garay el gran geopolítico que comprendió la gravitante influencia que tendría la Cuenca del Plata en la vida económica y social de los pueblos asentados a su vera.
-> Bernardo Lozier Almazán
Director del Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal.