Desde principios y hasta casi mediados del siglo XX, el carnaval fue uno de los importantes acontecimientos populares del año. Tenía un reglamento riguroso, dentro de las conocidas franquicias que el Rey Momo permite.
Sólo se podía empezar a jugar con agua una vez terminado el corso, a las 12 de la noche, cuando una bomba o una sirena anunciaban la libertad para empezar el juego.
Los permisos de disfraz se solicitaban en la Intendencia o, a veces, en la comisaría; se permitía jugar con papel picado, flores, pomos y "perlas de junco seco". Se supone que no se usaban las serpentinas, que no figuran en el reglamento. Para controlar el respeto de las reglas se nombraban "Comisarios” que aplicaban las disposiciones municipales sobre el evento.
Todo el mundo participaba del Carnaval, de una u otra manera. Se elegía para presidir la Comisión encargada de organizar el corso, espectáculo donde se concentraba todo el esplendor de la fiesta, a políticos o vecinos prestigiosos, ex o futuros intendentes o concejales como, por ejemplo, los doctores Juan Germano, Manuel Obarrio, Mario Lambertini, Salomón Cesarski, Pillado Matheu, Ignacio Arbelaiz o David Jessen, Ceferino Indart, Andrés Rolón, German Tirigall y también participaban ofreciendo premios los Rolón, Beccar Varela y otros vecinos notorios de alto nivel social y económico.
Los premios se daban a las mejores carrozas o vehículos, palcos del corso (que los locatarios adornaban para competir), disfraces y murgas. Éstas eran el número fuerte de la fiesta y estaban formadas por integrantes de distintos barrios, muchachos que se descoyuntaban para ganarse los premios, que consistían en algunas libras esterlinas, medallas o "placas" y "estatuas", amén del prestigio que los acompañaba del corso de un año al siguiente.
Estas murgas se ponían nombres graciosos e intencionados como "Los Amantes del Pan Rallado", "La Cucaracha", "Los Hambrientos". "Los Olvidados de la Pampa", "Los Chiflados", "Los Nenes de Mamá", "Los Fiocas" o "Los Amantes al Engrudo". Del barrio “del Mondongo, próximo al antiguo Hospital, salían las más conocidas, habiendo entre ellas las mismas rivalidades que eran comunes entre los clubes de fútbol.
Quien se llevaba, invariablemente, el primer premio en el corso por los vehículos o artefactos originales que fabricaba era Oreste Farina, que un año presentaba un submarino, luego un molino holandés, una locomotora o cualquier otro aparato construido en su famoso taller de la calle Cosme Beccar.
Iluminado a querosén y alcohol hasta 1916, el corso recorría, con pocas variantes, las calles céntricas del pueblo: 25 de Mayo, desde Primera Junta a Bernabé Márquez y 9 de Julio desde 25 de Mayo a Cosme Beccar, por Belgrano y vuelta.
A partir de 1935 se empezó a realizar en la avenida Centenario, desde Don Bosco a Laprida, pero ya desde 1925 se hacía un segundo corso en Martínez, tomando como eje la calle Alvear.
Para la música siempre había un par de bandas, a veces hasta cuatro, civiles o militares, como la banda del Regimiento 2 de Artillería (1927). Los murguistas desfilaban con sus propios instrumentos y el retumbar incansable de los bombos.
[Fuente: "La metamorfosis de San Isidro - 2", de Pedro Kröpfl]
(Imagen: Festejos de carnaval. Circa 1930 / Estudio fotográfico Galimberti / Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal)