Julián Navarro perteneció a esa estirpe de curas que apoyó desde sus albores la Revolución de Mayo, a la cual no sólo aportó la adhesión de sus ideas, sino también, como se vería más tarde, sus escasos bienes.
Nació en Buenos Aires el 26 de febrero de 1777, hijo de don Fermín Navarro, carpintero muy apreciado en el barrio de Catalinas, y de doña Francisca Gutiérrez. Luego de recibir los estudios elementales ingresó al Real Colegio de San Carlos en 1792, donde su facilidad para el estudio del latín hizo que el Pbro. Medrano lo tomara bajo su dirección; al mismo tiempo estudió filosofía.
Ante el llamado de la fe, viajó a Córdoba. Allí estudió teología en el Colegio Montserrat donde recibió los hábitos entre 1800 y 1801. En cuanto al lugar donde se ordenó sacerdote, algunos historiadores, si bien admiten que estudió en Córdoba, sostienen que fue en Santiago de Chile, aunque la mayoría se inclina por la primera hipótesis.
Ya en Buenos Aires, tuvo distintos destinos, todos ellos muy breves, entre los que se cuenta su actuación como capellán de las fuerzas militares que luchaban contra los malones, esto en Concepción del Uruguay, Entre Ríos.
Llegado el año 1808 se puso a cargo de la capilla del Rosario, donde se mostró piadoso y corajudo a la vez. Estando en ese destino le tocó el honor de bendecir la enseña patria que creara el general Manuel Belgrano.
Más tarde, el 3 de febrero de 1813 acompañó a los granaderos en el histórico combate de San Lorenzo, donde confortó a los heridos y alentó a la tropa con su coraje ya proverbial. Tanto patriotismo y valentía le ganaron para siempre el afecto y el respeto del General San Martín.
Existen varias anécdotas durante su actuación en el Rosario, que lo pintan de cuerpo entero. Una de ellas relata que en al año 1811 se negó a permitir que el alcalde de la Villa, Isidoro Noguera ocupara su asiento en la capilla, pues lo consideraba enemigo de la Revolución. Al denunciar tal hecho a la Real Audiencia, el alcalde pidió que se lo sancionara. A su vez la Audiencia pidió informes al comandante militar Vicente Lima.
El informe del militar se expidió en estos términos: "Debo decir en honor a la verdad, que la mayor parte y los más pudientes europeos de este pueblo que son contrarios al cura, son tan enemigos de este como de la Patria; por consiguiente, no es extraño que procuren hacer cuanto mal puedan a todo patricio", y añadió a favor de Navarro que "según lo tengo observado e informándome de su conducta pública, son falsas imputaciones las que se le hacen. Su iglesia está muy bien atendida y es de las mejores que he visto en la campaña"
Y concluyó el comandante Lima su informe: "Veo que con los mejores vecinos y más honrados patricios se trata con mucha armonía e intimidad. A estos, lejos de quejarse, les oigo hablar bien de él, y decir que están muy contentos".
La Audiencia ordenó entonces que Noguera "no pueda obtener cargo público" y a Navarro mandó "no alterar la costumbre, dejando en lo sucesivo el asiento del Alcalde en el lugar en que se hallaba".
Julián Navarro fue traslado a San Isidro a principios de 1814 como cura excusador (sustituto), tarea que cumplió hasta mediados de 1815. En nuestro pueblo dejó el recuerdo de su fama de orador y su constante ayuda al desposeído.
Luego de dejar San Isidro actuó como profesor en Buenos aires, y más tarde el General San Martín lo nombró capellán del Ejército Libertador con el que cruzó los Andes.
Ya en Chile, Bernardo O'Higgins lo nombró rector del Seminario y en 1819 canónigo de la Catedral de Santiago.
O'Higgins mismo, por diferencias políticas, lo envió a la cárcel militar de Valparaíso donde estuvo largo tiempo preso, hasta que cambió el gobierno.
Ya en libertad, volvió a Buenos Aires, donde permaneció aproximadamente un año. Desmoralizado por el ambiente de anarquía que encontró, volvió a Santiago. Ocupó el cargo de legislador y, por diferencias con el gobierno, fue confinado a Copiapó.
Después de Caseros se propuso volver a la patria. Pensando siempre en ella redactó un manifiesto donde fijaba algunas bases para su reorganización. Pero no pudo concretar sus deseos de regresar; a principios de 1854 enfermó y murió en septiembre de ese año.
Mucho tiempo después, cuando trajeron sus restos, los depositaron en el Convento de las Catalinas, donde descansan.
Una calle de la ciudad de Beccar lleva el nombre de este cura gaucho.
Juan Carlos Zelaya
(Artículo publicado en el volumen 3 de "Beccar, su historia en la historia" del Instituto de Investigaciones Históricas de Beccar)