Este hecho de tanta trascendencia en la historia de la emancipación uruguaya tuvo su comienzo en la medianoche del 15 de Abril de 1825, cuando en un solitario paraje de la costa de San Isidro, llamado Puerto Sánchez [Hoy calle 33 orientales y arrollo Sarandí], se embarcaban en un lanchón, llegado poco antes del puerto de Barracas, el coronel Juan Antonio Lavalleja y sus acompañantes.
Todos a bordo soltaron amarras y con sigilo abandonaron lentamente estas costas de San Isidro, dirigiendo su pequeña nave por el río Capitán, cruzaron el Paraná de las Palmas, tomando el Chaná hasta la costa del Miní para llegar al Guazú.
Los tripulantes, no obstante el silencio que guardaban, compartían los mismos pensamientos preñados de inquietas ansiedades.
Es que aquel minúsculo grupo de temerarios "cruzados", armados con unos pocos sables y algunas tercerolas, se había impuesto la casi imposible misión de liberar su tierra del yugo brasileño que venían soportando desde 1820, luego de la heroica resistencia de don José Gervasio Artigas que culminó -tras la derrota-, con su precipitado alejamiento al Paraguay, no sin antes comprometerse con Lavalleja en concretar cuanto antes fuera posible sus ideas libertadoras.
Y allá fueron con increíble denuedo y una fe que quebrantaba toda prudencia, surcando los intricados riachos de nuestro Delta, en silencio y pala seca, para pasar desapercibidos de las patrullas enemigas, acercándose lentamente a su destino.
El 17 de Abril llegaron a Punta Carbón donde en una isla de las inmediaciones los esperaba otro contingente de libertadores que, a las órdenes de Manuel Oribe, también había partido de San Isidro el 1 de Abril, para concentrarse según sus planes en aquellos parajes.
En aquel lugar debieron esperar la señal convenida que, mediante fogatas, les harían los hermanos Manuel y Laureano Ruiz desde la boca del arroyo Sauce en la orilla oriental.
Así fue, que el 18 recibieron la esperada señal y los dos lanchones partieron con sus 33 tripulantes, eludiendo milagrosamente la inesperada presencia de una escuadrilla brasileña capitaneada por la nave "Rey Pedro".
Pasado tamaño susto, desembarcaron al fin en las playas de la Agraciada, en la madrugada del 19 de Abril de 1825 nuestros intrépidos héroes: el coronel Juan Antonio Lavalleja (oriental, jefe de la cruzada libertadora), los mayores, Manuel Oribe (oriental), Pablo Zufriategui (oriental), Simón del Pino (nacido en Córdoba y vecino de Canelones), los capitanes Manuel Lavalleja (hermano del jefe de la expedición), Manuel Freire (oriental), Jacinto Trápani (oriental), y Gregorio Sanabria (oriental), los tenientes Manuel Meléndez (oriental), Atanasio Sierra (oriental) y Santiago Gadea, (oriental emparentado con el general José Gervasio Artigas), el alférez Pantaleón Artigas (sobrino carnal del general Artigas), el cadete Andrés Spikerman y su hermano el sargento Juan Spikerman (ambos orientales), el cabo 1º Celedonio Rojas (oriental), el baqueano Andrés Cheveste (oriental), y los soldados, Juan Carmelo Colman (oriental), Santiago Nievas, Miguel Martínez (procedente de las islas del Paraná), Juan Rosas (oriental), Tiburcio Gómez (nacido en San Fernando, provincia de Buenos Aires), Ignacio Núñez (indio de Buenos Aires, que morirá en acción heroica 20 días después del desembarco), Juan Acosta (nacido en Las Conchas y vecino de San Isidro), José Leguizamón, Francisco Romero y Luciano Romero (procedentes de las islas del Paraná), Norberto Ortiz (oriental), Juan Arteaga (quien posteriormente intervendrá en la célebre batalla de Ituzaingó donde encontrará la muerte), Dionisio Oribe (negro esclavo, asistente del mayor Manuel Oribe) y Joaquín Artigas (otro negro esclavo, asistente del alférez Pantaleón Artigas).
Estos son los 33 orientales —que como se verá no lo eran todos— a los que su jefe Juan Antonio Lavalleja, con voz firme y cargada de emoción, les dijo: "Amigos, estamos en nuestra patria. Dios ayudará nuestros esfuerzos y si hemos de morir, moriremos como buenos orientales en nuestra propia tierra".
Dicho lo cual, ensillaron caballos traídos por un vecino fiel a la causa para iniciar la larga marcha sobre Montevideo, sublevando la campaña oriental que a su paso se unía a la expedición que, iniciada aquella noche en la costa de San Isidro, haría posible aquella célebre proclama de su jefe que, a su entrada triunfal a Soriano: "Viva la Patria Argentinos-orientales. Llegó el momento de redimir nuestra amada patria de la ignominiosa esclavitud con que ha gemido por tantos años, y elevarla con nuestro esfuerzo al puesto eminente que le reserve el destino entre los pueblos libres del Nuevo Mundo. El grito heroico de libertad retumba ya por nuestros dilatados campos".
-> Bernardo Lozier Almazán