En el madrileño Museo del Prado podemos contemplar un singular cuadro, pintado sobre madera, de aproximadamente un metro por lado, anónimo atribuido hipotéticamente a un pintor llamado Sittow (*), que se considera el retrato más veraz de Isabel la Católica, reina de Castilla y Madre de América.
La obra pictórica, ejecutada muy probablemente por el año de 1490, según se infiere del hecho de que en ella están representados, además de Doña Isabel y Don Fernando, solamente sus dos hijos mayores, el enclenque príncipe Juan, a la sazón de unos 12 años, quien moriría en 1497 sin dejar descendencia de su fugaz matrimonio con Margaritade Austria, y su hermana primogénita, Isabel, de 18 años que, casada con Manuelde Portugal, perdió la vida al dar a luz al primerizo infante Miguel.
Estos cuatro personajes reales se encuentran arrodillados en actitud orante, acompañados por dos figuras celestiales que permanecen de pie, SanJerónimo y Santo Domingo, éste último portando en su mano derecha una vara de azucenas y en la otra un libro. La escena tiene como personaje central la imagen de la Virgen y el Niño, quien es motivo de adoración por parte de la familia real. Existen también otras dos figuras en plano muy secundario, detrás de los monarcas, a quienes no podemos identificar.
Además de su belleza pictórica, el cuadro nos ofrece una conmovedora semblanza física de la Reina Isabel que le confiere un enorme valor iconográfico por la magistral representación de su egregia persona.
A poco que observemos la figura de la Reina Católica podremos advertir que no ostenta lujo alguno en su vestido y carece de joyas, excepto la sencilla corona que decora un rostro sereno, delineado con nobles rasgos, que ocultan una fuerte personalidad; parecida modestia luce en el atuendo su esposo Fernando de Aragón y Cataluña.
La escena en su conjunto también nos sugiere la semblanza espiritual de Isabel a quien, rodeada de su familia, se la encuentra en piadosa oración que refleja la ferviente convicción religiosa que rigió todos los actos de su virtuosa existencia. La imagen, tan bien lograda por el autor del cuadro de marras nos la confirma el célebre preceptor de los pajes de la Reina, Pedro Mártir de Anglería, veraz cronista de su época que pudo apreciar sus extraordinarias dotes personales y piadosa vida espiritual, que dejó testimoniado en no menos de veinte de sus famosas cartas, contenidas en la "Opus epistolarium ...", en las que se refiere a ella en forma por demás elogiosa.
Cautivado por su fascinante personalidad, Pedro Mártir de Anglería, resaltó en aquellas cartas su fortaleza de espíritu, honestidad, extremado pundonor y generosidad. De estos valiosos testimonios trasunta que, en algunos aspectos con mayores dotes que su esposo, demostró sorprendente capacidad y tacto para el complejo manejo político de sus reinos, logrando sacarlos del desquicio en que se encontraban cuando asumió la conducción de sus destinos, forjando una nación destinada a desempeñar durante los siglos venideros un gran protagonismo, tanto en Europa como en América.
Tan sensible como severa, cuando las circunstancias lo exigieron, puso todo su empeño al servicio de la unidad territorial, la unidad religiosa y la expansión de la Fe. Así fue como, peligrando la existencia misma de la España cristiana, la Reina Católica debió establecer la Inquisición y al mismo tiempo, con gran visión geopolítica, supo vislumbrar las enormes posibilidades que ofrecía el proyecto de Cristóbal Colón, por lo que prestó su apoyo a la gran empresa del Descubrimiento y Conquista de América para legarnos, al amparo de la Cruz y de la espada, el enorme significado de la Hispanidad.
De invariable conducta, al decir del almirante Cristóbal Colón, "su vida fue siempre católica y santa", testimoniada en su sólida vida espiritual y hondo sentimiento cristiano que caracterizó toda su existencia, que concluyó en este mundo el 26 de noviembre de 1504. Oportuno es recordar que su testamento perpetúa a través de los siglos sus magníficas virtudes de prudencia, capacidad, humildad, caridad y bien ganada fama de santidad, que se ha ido acrecentando hasta que, en 1958, se dio inicio al proceso canónico para su beatificación, que ha reunido hasta el presente más de cien mil testimonios, de los cuales cuatro mil acreditan plenamente que Isabel vivió la religión cristiana sincera e intensamente con virtudes heroicas.
Sin embargo inopinadamente, el Vaticano ha cerrado aquel proceso inciado en el '58, cediendo ante la presión ejercida por los enemigos internos y externos de la Iglesia, en nombre de la revolución moderna, madre de los derechos del hombre y autora del mayor genocidio que registra la historia de la humanidad.
Basta recordar -con buena fe- que los muertos por la Inquisición durante los veinticuatro años del reinado de Isabel no superaron los cuatrocientos, cuando sabemos que la guillotina puesta al servicio de la Revolución Francesa, en tan solo seis años, decapitó a varios centenares de miles de seres humanos que no compartían los "ideales" que, bajo el humanitario lema de "Liberté, igualité y fraternité", justificó aquel genocidio masivo incompatible con los tan invocados derechos del hombre, ahora transformados en humanos.
Lo cierto es que esta absurda controversia ha puesto a Isabel frente a un tribunal de la historia integrado por los enemigos tradicionales de la Iglesia.
Los argentinos elevamos nuestras preces para que el proceso de Isabel la Católica, Madre de América, sea reiniciado a fin de que, algún día, podamos venerarla en los altares y requerir su intercesión para bien de estas tierras que conquistó para Cristo.
Bernardo Lozier Almazán Historiador
(*) Investigaciones de la profesora de Arqueología y Epigrafía de la Universidad Autónoma de Madrid, Alicia María Canto, publicadas en 2016 adjudican a Fernando Gallego y a Maestro Bartolomé (podría haber otro más) los artistas que intervinieron en esta obra.