[2005] - Hacia 1856 el pueblo era muy sucio. Como no había recolección de residuos domiciliarios, cada cual se las tenía que arreglar con sus desechos diarios, de modo que se continuaba con la centenaria costumbre de cavar un pozo en algún lugar de la casa y arrojar allí todos los residuos posibles. (Esto permitió a los arqueólogos encontrar un pozo en la vieja manzana municipal y rescatar una serie de elementos útiles para comprender mejor aspectos de la vida diaria del siglo XIX. Esos elementos se exhiben en el Museo Municipal).
Aquí cabe ahora otro interrogante: si hoy en día, que hay un eficiente servicio de recolección domiciliaria de residuos y casi no hay baldíos ni calles de tierra, sin embargo, hay vecinos que arrojan en ellos sus residuos, es de imaginar cómo seria la sanidad del pueblo cuando sólo se contaba con el limitado espacio de un pozo interno para eliminar la basura.
Como tampoco había cloacas, el agua servida iba a las zanjas de la calle; los yuyos y abrojos invadían las veredas y los baldíos, las calles de tierra se convertían en fangales cuando llovía y en depósitos de polvo cuando la lluvia no las regaba, todo era un albañal antihigiénico y peligroso. Decían los vecinos del centro del pueblo que la calle Chacabuco era el desagüe natural y que la lluvia torrencial la convertía en un arroyo.
Cada tanto aparecían remezones de alguna epidemia y en esas oportunidades las autoridades sólo atinaban a habilitar alguna casa lo más alejada posible del pueblo para usarla como lazareto, porque tampoco había hospital ni sala sanitaria alguna. Los animales muertos en la calle se descomponían al sol, las moscas y los gusanos se hacían un festín con ellos y las plagas de bichos canastos y langostas se combatían a mano y sin elementos.
Hacia 1857 se habló de comprar el primer carro recolector de residuos domiciliarios y al año siguiente se pudo materializar la compra. Luego vino la luz, con apenas un puñado de faroles de querosén colocados en algunas calles centrales del pueblo. Se puso un encargado en el cementerio que hasta entonces no tenía personal ni para mantenimiento, vigilancia o entierros. El primer empleado pago tuvo que encargarse de todo.
En 1860 funcionaba un elemental sistema de alumbrado público, cuyo mantenimiento se licitaba. El farolero proponía su retribución para encender y apagar diariamente los faroles y cotizaba también su trabajo para hacerles el mantenimiento. (Pintoresco: el farolero de 1869 era un chileno que se llamaba Gumersindo Escalera).
En 1873 se agregaron 50 faroles, con lo cual San Isidro quedaba con 63 unidades de querosén y 17 velas. En 1871 el total de unidades era de 109 y se le pagaba $ 40 por farol a don Gumersindo.
Hurgando un poco más en las intimidades del servicio de alumbrado público de San Isidro rescatamos algunos detalles insólitos. Por un lado, resulta precoz la intención de instalar iluminación eléctrica en 1867, cuando el sistema apenas se conocía en el mundo (no hubo oferentes en el llamado a licitación que hizo la Municipalidad ese año) y, por el otro, debemos apuntar que en San Isidro el alumbrado a querosén convivió con el eléctrico cuando ya era un sistema de museo y terminó abolido recién en 1923, al retirarse el último farol.
El alumbrado se cobraba a domicilio al contribuyente, por intermedio de personal retribuido con el 7% (luego, el 9%) de la recaudación, y siempre daba pérdidas al Municipio. Lo que sucedió en 1878 es un claro ejemplo de las razones de este déficit: ese año los cobradores devolvieron las boletas correspondientes a casas desocupadas y vecinos ausentes e incobrables por un valor total de $ 4.700. El gasto para dar luz duplicaba holgadamente esa cifra.
Había años en que era el Municipio el que compraba los elementos necesarios para iluminar las calles, para lo cual llamaba a algo así como un "concurso de precios" entre los proveedores locales y los de la capital, que muchas veces proveían a la Municipalidad. Estos eran los precios corrientes y los elementos usados para el alumbrado de querosén:
En 1883 aparece una Ordenanza municipal reglamentando el servicio de iluminación que dispone que, tanto en invierno como en verano, los faroles deben quedar "completamente prendidos" desde antes del anochecer, en verano, hasta medianoche y en invierno, hasta las 23:00 horas.
-> Pedro F. Kröpfl "La metamorfosis de San Isidro (2)"