Uno puede teorizar acerca de las características que presenta la adolescencia: la búsqueda de su identidad y, en este camino, la necesaria oposición a las figuras de los padres; el despertar sexual, que se tramita no sólo a través de las nuevas sensaciones físicas, sino también en todo lo que implique el vínculo afectivo; y una tendencia por momentos indomable de desplazar los límites, cuestionar al adulto y dar vía libre a lo que se le impone desde su sentir y desear.
Como padres y como docentes nos encontramos frente a una adolescencia que trae, en su estilo, en sus códigos y en su manera de expresión, diferencias abismales respecto de lo que habitualmente creíamos que deberíamos encontrar en nuestros hijos y alumnos.
La diversión asociada al alcohol, al descontrol, a la violencia. Las cargadas sin límite, el maltrato público y también el anónimo a través de la red. La sexualidad en acción -en algunos precipitada- en oportunidades sin la posibilidad de anticipar consecuencias, y muchas veces muy lejos de un vínculo afectivo. Todas prácticas habituales -en los chicos -que nos ponen en un estado de alerta y que a veces pareciera que estamos decodificando un mensaje de peligro inminente.
Sin tener el ánimo de buscar culpas o responsabilidades, creo que se vuelve imprescindible achicar la distancia con nuestros hijos con el objetivo de re-encontrarnos a partir de las diferencias, de las asimetrías naturales y necesarias que da la experiencia para que nuestro hijo crezca lo más sano posible.
Como padres estamos preocupados, porque sabemos que esa diversión está muy cerca de ellos y que se les ofrece de manera cotidiana porque es un gran negocio para algunos. Y que, lamentablemente, se ha impuesto de tal manera que para ellos “está bueno emborracharse” y “fumar un porro es sólo para joder” sin apreciar los riesgos que atañen este tipo de acciones.
La moda que se ha instalado los seduce, les ofrece la desinhibición, y en el marco de esta moda obligatoria se les impone como una marca de identidad que les da “carta de ciudadanía” para la posibilidad de pertenencia a un grupo. Los adolescentes terminan sintiendo este invite como obligatorio, porque es así y no puede ser de otra manera, porque ésta es la forma de divertirse.
Es muy difícil para nuestros hijos estar a salvo de una propuesta tan bien vendida, globalizada y con tan buen marketing. Es una propuesta tan fuerte que produce identidad y los engloba en un circuito de pertenencia. Porque los chicos a través de estas acciones se definen.
Si para definirse en la identidad un adolescente tiene que confrontar con los valores y la propuesta paterna, ¿será que nuestros adolescentes hoy deben realizar actos cada vez más serios y llamativos para diferenciarse de adultos desdibujados y hasta a veces adolescentizados?
¿Qué posibilidades tenemos hoy los padres de ofrecerles otra opción? Que no vaya en contra de la auto conservación y que, además, pondere las necesidades y gustos de los adolescentes, el deseo de divertirse y de buscar su identidad.
Por otro lado ¿No son ellos mismos también a través de sus actos la denuncia de un estado mundial que sufre de violencia, de irritabilidad y de obstáculos para pensar y vincularse con el otro desde las diferencias que cada ser humano como único posee, sin la barrera del prejuicio?
La violencia implica dificultad en el proceso de pensamiento, y la ausencia de la palabra. Nuestro rol implica establecer la posibilidad de poner palabras, de animarse a confrontar con un adolescente que desea imponerse desde su más vehemente naturaleza y afectividad.
La vidriera adolescente de la Web, las imágenes que se muestran, la sexualidad pública, la pornografía de la violencia ¿Tendrán por objetivo que los adultos veamos claramente lo que están sufriendo? Y, me pregunto también, nosotros como adultos ¿Qué les mostramos? O, en términos cibernétcos ¿Qué les "posteamos"?
La maternidad y la paternidad son experiencias únicas. Como dicen las abuelas, nadie te enseña a ser mamá o papá. Pero, una comunicación cercana con nuestros hijos, el respeto por las diferencias generacionales, las reglas de convivencia claras y una mirada afectiva -no ingenua- sobre los tiempos que le tocan vivir a nuestros hijos pueden ser herramientas para favorecer el desarrollo sano de un hijo adolescente.