Los padres son un faro que muestran a los hijos el escenario de la vida, como esas particulares y solitarias construcciones que orientan a los marinos y salvan sus vidas. Se trata de una metáfora correcta del lugar que ocupamos los que tenemos hijos. No somos sus dueños, se nos han prestado, Dios nos los confió para que intentemos ponernos en su lugar de Creador, que debe alimentar, cuidar, proteger siempre pero, al mismo tiempo ver -solo ver- cómo en ocasiones el error o el acierto se avecinan sin ser advertidos.
Habitualmente se piensa que son los varones los que precisan del modelo de los padres más que las nenas y no es así. Las hijas, le escuché decir con claridad a Sergio Sinay hace unos años, necesitan la figura de papá... porque es el primer hombre que las quiere desinteresadamente, es la primera experiencia de amor sin condiciones. Me sorprendió, jamás hubiera pensado en ello y desde entonces no dejo de transmitirlo.
Construímos nuestra vida con los ejemplos que recibimos de muchos lados. Aprendemos a querer siendo queridos y viendo querer, aprendemos a dialogar siendo escuchados y viendo dialogar, aprendemos a recelar y desconfiar cuando no confían en nosotros y nos rodea la desconfianza. Aprendemos a trabajar viendo trabajar. Es así como crecemos.
Pero está claro que papá y mamá no son el único modelo que tomamos al crecer, también está el resto de la familia, los abuelos, los tíos, los primos, la realidad que se nos viene encima desde el colegio, desde los medios.
Está lo que nos moldea porque está... y también porque no está. Las presencias nos enseñan y las ausencias también.
"¿Qué es una red?" me preguntó un amigo hace tiempo. "Una red está formada por los hilos y también por los espacios entre ellos. Si fuera todo hilos, no sería una red. Y si fuera sólo espacios tampoco", me dijo.
Aquello que nos faltó, un límite puesto a tiempo, un consejo cuando era necesario aunque no pedido, un abrazo que no se dio cuenta que necesitaba, un paseo a solas, una sonrisa, una palabra de aliento, un silencio compartido.
Los padres no aprenden en ningún lado a ser padres. Recuerdan, repiten sin darse cuenta los modelos recibidos, se sorprenden diciendo lo mismo que les decían a ellos cuando eran chicos o jóvenes rebeldes. Y de a poco entienden por qué mamá se preocupaba tanto al no vernos llegar, por qué decía que debíamos estar más en casa, y tantas otras cosas.
La paternidad y la maternidad son algo increíble, difícil de describir, una experiencia de vida que sólo puede ser vivida y contada no alcanza a mostrar de qué se trata. Como manifestación del amor que es, es imposible abarcarla totalmente con palabras, como pretenden estas líneas.
Quien supone que hay que postergar la maternidad hasta estar mejor preparado desconoce que no hay modo de prepararse para ello. Hay una edad y una circunstancia, sin dudas, como límite mínimo. Pero hay un momento en que un hombre y una mujer no están completos, y merecen dar un paso adelante buscando la plenitud. Eso se siente. Es un acto de esperanza y de vitalidad que todos merecen. Y cuando por distintas razones esto no puede darse, se impone poner esa sensibilidad, esa capacidad de afecto en quien lo necesite, aunque no sean los hijos propios.
Y a la vuelta de la vida, esa esperanza se transforma, crece, cambia el mundo, ese que tenemos al alcance de la mano.
Debajo de estas líneas verán una animación de Po Chou Chi, un artista taiwanés radicado en E.U.A. que nos cuenta una historia referida a todo esto.