Aunque existe la generalizada idea de que las mascotas "son parte de la familia", la realidad es que si bien conviven con nosotros, les ponemos nombres de personas, les damos de comer, medicamentos, juntamos sus desechos y nos preocupamos por cómo están, son sólo animales.
Y por ser animales, una parte de la amplia y generosa naturaleza que nos rodea, deben ser cuidados, no deben ser maltratados, salvo que nos agredan.
También es cierto que las personas suelen sentirse acompañadas, y también entretenidas, por ese perro o gato que es parte del paisaje de la casa.
Que ladra cuando sospecha un peligro, que mueve la cola y hasta se humilla frente al amo como lo haría en estado salvaje al miembro más fuerte de la jauría, que responde a estímulos conocidos como la voz de quien le da de comer o quien le dice la frase previa a una actividad, como pasear o jugar, cualquiera lo puede comprobar. Pero nada de eso lo hace humano, aunque muchas personas suelen "humanizar" estos comportamientos y hasta aseguran que "sólo le falta hablar".
El vínculo que establece un perro, por ejemplo, con cada miembro de la familia es distinto, respondiendo a las acciones reiteradas que han hecho con él. A cierta hora habitual de comer buscará a quien lo alimenta y reaccionará a su voz, sus frases, los ruidos con el comedero, etc. Al ver a quien juega con él lo seguirá para corretear o hacer esa actividad que es identificable con lo que haría en la naturaleza (perseguirse con otro de la jauría, entrenándose para cazar). Cuando oye el reto del alfa (muchas veces el hombre de la casa) se pondrá en alerta y terminará haciendo caso porque reconoce a la autoridad.
Quien haya visto un documental de cómo se comporta una comunidad de lobos, habrá observado claramente los roles: todos cazan, el lobo alfa dispone del alimento primero, luego el resto y el lobo omega se humilla ante el alfa, le muestra su cuello, hasta que recibe el "permiso" para acercarse a lo que queda de la presa.
Entonces, vale reconocer que muchas de las cosas que le adjudicamos a las mascotas como manifestaciones de "cariño" hacia nosotros, no son más que respuestas a estímulos (habituales o asociados a una experiencia anterior) y, siempre, expresiones propias de un animal que no vive con su jauría, pero que no le queda otra opción que adaptarse y trasladar los roles naturales a esos individuos que lo rodean, los seres humanos.
Los seres humanos, como muchos saben, tienen inteligencia (más o menos desarrollada) y, sobre todo, tienen conciencia de sí mismos: Saben que son seres humanos.
Además, a diferencia de los animales, los humanos puedendominar sus sentidos y decidir no responder a estímulos. Los animales, como las plantas, están condicionados a los estímulos de la comida, la luz, etc. y carecen de comprensión de su propia existencia.
Hace ya unos cuantos años que observamos la penosa situación de muchos que no quieren tener hijos, prefieren tener perros o gatos. Y hasta los llaman "hijos" (o perrhijos o gathijos), como el nuevo presidente argentino.
Es fácil imaginar que el rechazo a tener hijos responde a varios factores, entre los que no falta el miedo al futuro y la escasa convicción de saber cómo afrontarlo (y no sólo se trata de temas económicos). En algún punto comprenden que tener un hijo es "una responsabilidad", lo cual es verdadero. Pero se teme afrontarla.
Un perro o un gato viven en promedio entre 10 y 15 años, a diferencia de un hijo que, si Dios lo permite, vivirá más que nosotros. Las mascotas son sumisas (salvo contadas excepciones), no hacen planteos existenciales, no exigen pensar, se conforman con tener comida, agua y un lugar para dormir.
Que quede claro, elegir tener perros o gatos en lugar de hijos, no me parece que deba definirse como egoísta. Es una opción. Pero es claro también que no son caminos comparables.
En España, por ejemplo, el primer hijo se tiene a una edad promedio de 31 años y la tasa de fecundidad es de 1,23 hijos por mujer, lo que revela una sociedadenvejecida. En Italia en 2022 nacieron 1,91% menos niños y la tasa de fecundidad está en 1,25 hijos por mujer. En la Argentina, entre 2014 y 2021, los nacimientos cayeron un 31,8%. Con un índice de fecundidad inferior a 2,1, nuestro país no puede mantener una población estable. La Ciudad de Buenos Aires, valga el dato, es la que está peor: tiene una tasa de fecundidad de sólo 1,16 hijos por mujer.
Tener hijos es, sin dudas, un acto de esperanza, como plantar un árbol, cuidarlo, controlar sus plagas, abonar la tierra, esperar a que dé frutos y cobije nidos de pájaros. Del mismo modo, a los hijos verdaderos (no animales domesticados) hay que cuidarlos, evitar que lo contaminen, fortalecerlos interior y exteriormente, hasta que puedan dar fruto y cobijar a otros. Es la vida que se abre paso.
Traer hijos al mundo es hacer lo necesario para construir un hogar, un barrio, una provincia, un país de buena gente, de trabajo, de fe, de superación. Muy lejos de las miradas ideológicas que hablan de una "imposición", una "exigencia" de la sociedad que pretende que se mantenga una estructura caprichosa y que "no tolera" las "nuevas formas de familia". La familia -formada por un hombre, una mujer y su descendencia- es una pieza natural y fundamental de la humanidad, desde que existen los seres humanos en el planeta. Y así será hasta el final.
Es verdad que el escenario futuro, con tantos que han sido convencidos o empujados de no tener hijos, es complejo. Cuando lleguen a viejos no tendrán compañía, afectos, abrazos, contención de personas de su sangre (que no es lo mismo que vecinos o cuidadores).
Paradójicamente, mientras hay gobiernos como los que tuvo la Argentina en la última década, organismos internacionales (O.N.U., F.M.I, Banco Mundial, O.C.D.E., Foro Económico Mundial) y muchas empresas haciendo de todo para que no nazcan niños y se formen familias normales, el mundo va envejeciendo mientras, van pensando cómo hacer para prescindir de los ancianos.
En los tiempos que corren, no hay nada más revolucionario, nada más “antisistema”, nada más provocador, que tener hijos y favorecer a las familias. No hay dudas que si se lo proponen, y con la ayuda de Dios, saldrán adelante y serán felices.
Y los padres, si lo desean, les pueden conseguir a sus hijos un perro para que se entretengan.