Hay un muchacho, nacido en Monte Grande, que en marzo cumplirá 33 años.
Estos datos no alcanzan para imaginar su aspecto. Podría ser un fornido hombre de trabajo, con músculos exigidos en desempeños rurales, podría ser un hombre dedicado a la enseñanza, a alguna noble disciplina en favor de su comunidad, pero no.
Vivió este hombre en la humildad propias de un hogar carenciado. Y desde los dos años con la carencia de su madre, que falleció a consecuencia del cáncer.
Ese niño, junto a su padre y sus hermanos, no pudo elegir viajar a Buenos Aires (a Lomas de Zamora), pero allí fue. En ese populoso conurbano hizo su escolaridad primaria y secundaria, haciendo, tal vez, lo que cualquier niño de su edad.
El hombre, el muchacho criado en Llavallol, se llama Roberto Carlos Trinidad y por vaya uno a saber por qué confusión, a los 17 años se vistió de mujer públicamente y a los 19 se le antojó que lo llamaran Karen hasta que un amigo lo quizo llamar Florencia de la Vega. Quizo el destino que una auténtica mujer -abogada para colmo- llevara legalmente ese nombre y no quizo que este muchacho homosexual, disfrazado de mujer, le usurpara el nombre.
El muchacho debió seccionar una porción de su apellido de fantasía para continuar su rutina de simulación.
De ahí en más, como parte del sistemático avance impiadoso de estos hombres disfrazados de mujer, de hombres vestidos de hombres que gustan de otros hombres, de mujeres que gustan de otras mujeres, de mujeres que juegan a gustar a otras mujeres, y tantos otros intentos de vivir la antinatura como algo normal, natural, Roberto escaló posiciones e hizo confundir y reblandecer el sentido común de muchos argentinos.
Un producto impulsado para consumo masivo que se metió sin permiso en el hogar de mucha gente que, a fuerza de reiteración, terminó llamándolo "ella" en lugar de "él". Parece mujer -salvo por el tamaño de sus pies y sus manos, su altura y su casi nula cintura-, pero no lo es. ¿A quién le hace daño? dirá alguna señora consumidora de programas de escándalos mediáticos y novelas de rastreros argumentos. "Que haga su vida, mientras no le haga daño a nadie...", podrá acotar cualquier hijo de vecino.
Roberto es conocido como Florencia de la V y ha pasado por distintas novelas de televisión, por varios espectáculos teatrales y hasta ofició de "presentadora" de algún evento mediático. Mientras hacía todo eso conoció a otro señor -que gusta de señores- con quien convivió desde hace 10 años y, en coherencia con su imposible personal de querer ser mujer, simuló un enlace de blanco, con invitados de diversa clase, pero sin cura. Tan sólo un modisto de idéntica condición a los "contrayentes" que dedicó unas palabras en la ocasión.
Y Roberto lloró ... como una mujer, se abrazó con otros y con otras, bailó, agradeció y, en su confusión constante, señaló que su gran sueño estaba cumplido.
"En un país donde la mina que más llama la atención, es un tipo, las cosas deben estar mal de verdad", escuché decir hace un tiempo, en referencia a este joven hombre que, disfrazado de mujer, aparecía a cada rato en la tele.
Y sí, no es exagerado. Unas cuantas cosas están mal, o al menos, muy confundidas, desordenadas, diluídas. Es el modo de poder entender por qué hay tantos jóvenes y adultos con vidas vacías, sin proyectos, sin esperanza, transitando estilos foráneos, viviendo (desperdiciando) el día a día, rodeados de medios de comunicación, pero comunicados a medias, deseando algo y haciendo todo lo contrario por tenerlo, jugando a estar casados en la incomprensible convivencia,...
El pobre Roberto Carlos Trinidad (aunque cobre mucho dinero por sus participaciones en el vacuo mundillo de las vanidades) se debe sentir contento con su nueva puesta en escena. Falta esperar el momento en que con ese señor que lo acompaña decidan iniciar trámites de adopción de un bebé, para completar el nidito.
Y esa Argentina que tanto se divierte y lo aplaude, vuelva a respaldar la antinatura.