Julio César Labaké, cordobés de nacimiento y hoy vecino de Acasusso por elección, es maestro Normal, Bachiller en Filosofía, Licenciado en Psicología, Doctor en Psicología Social. Ha sido Director Nacional de Educación Superior y Director de Formación y Capacitación Docente del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. "La revolución de la sensatez", es el título de su último libro y sobre este tema se explayó en estas líneas.
Frente a un universo que parece haber perdido el rumbo, Labaké propone la revolución de la sensatez, una rebelión ética y posible, que devuelva a todos los seres humanos la seguridad, la dignidad y otros valores que parecen caídos en desuso.
Ante la carencia de valores y la falta de sensatez en la vida moderna el prestigioso educador reflexiona: “Es el drama del hombre, el ser humano tiene una fuente de conflictos interiores que, a veces, no puede resolver. Porque tiene libertad para elegir. Entonces, tenemos tendencias (si quiere llámelas pulsiones), tendencias ambivalentes. Tenemos la pulsión sexual, y podemos amar ordenadamente y bien, o promiscuamente; la pulsión de trabajar, de hacer cosas, que podemos resolver como grandes trabajadores y grandes creadores, o como grandes vagos, haraganes. Siempre existieron estas pulsiones, desde las cavernas, pero algunas decisiones ponen en duda la sensatez. Hay una presión ambiental que puede llevarnos a eso, porque el hombre tiene otro drama interno, que es la libertad”.
La sensatez es la aplicación del sentido común cuando la mente funciona razonablemente bien. Lo que se puede enseñar es a pensar con profundidad; a ser sensato se aprende como consecuencia de saber pensar.
La pulsión es el motor que nos permite ir adonde queramos, pero a ese motor hay que ponerle una dirección, frenos y un volante, porque se puede chocar. Y eso es lo que nos está pasando ahora.
"Actualmente muchas personas no apelan al sentido común en parte por una presión social –razona Lavaké- hoy en día la sociedad ha perdido el alma, se ha desencantado, hace que la gente viva más en un estado depresivo. Hay estadísticas escalofriantes. El 17% de la población padece depresión crónica o periódica. Si a eso le sumamos las otras enfermedades psicopatológicas, se llega al 32 % de la población, sobre todo en países de Occidente. Cuando uno ve eso, ve que hay una masa crítica excesivamente grande, ya no puede hablar de excrecencias sociales individuales, porque el que mata a una ancianita jubilada para robarle está cometiendo un acto de insensatez como el matador de la Universidad de Virginia. Ejercen pulsiones descontroladas, y es espantoso. Porque el valor que diferencia la vida de la muerte se les ha borrado".
Según el destacado especialista, existe una trilogía ordenadora, que es la política, más la ética, más la economía. Y desde hace unos ochenta años, la economía se ha independizado de la política y de la ética, explica Labaké. Eso plantea un problema, porque la política y la ética tienen por objetivo el bien común. Pero la economía sin ética tiene por objetivo el interés: "Quiero ganar más a menos costo en el menor tiempo posible, y no le importa si cae alguien o miles de personas quedan sin trabajo. Entonces, la insensatez, el ignorar la solidaridad, se hace masiva. La insensatez, no es privativa de ninguna clase social. Ocurre también en las clases ricas, porque cuando el poder económico se separa de la ética, cuando lo único que le importa es ganar, y si para ganar tiene que manipular gente, lo va a hacer, lo que le importa es ganar. Reina la insensatez porque lo que se está olvidando, paulatinamente, es el concepto de una libertad responsable".
La revolución de la sensatez, una apuesta a la esperanza, a la fe en que nuestra capacidad de pensar y discernir debe operar un cambio radical y profundo en esta sociedad desencantada, resignada a observar, impávida y sin capacidad de reacción, los males de nuestro tiempo: el individualismo, la indiferencia, la primacía de lo económico sobre lo humano, la irresponsabilidad social, la falta de reconocimiento del otro como prójimo, la ausencia de rebelión ante un mundo banalizado, al que renunciamos a encontrarle un sentido.
