Es curioso el modo en que se presentan y evalúan los hechos por parte de los medios, los funcionarios e incluso de las personas comunes -que sin dudas son influenciados por los anteriores- cuando de temas denominados "conflictivos" se trata.
Por un lado es considerado un vejamen sin perdón posible la sustracción de bebés o de niñosmás grandes (desde lo ocurrido en tiempos del último gobierno militar hasta la reciente consideración de delictivo el comportamiento de padres separados que se llevan a sus hijos).
Están también los casos -despreciables- de explotación y de maltrato de niños afectados a actividades productivas, como distintas cosechas en el campo, donde los niños no van a la escuela y son sometidos a extensas jornadas en condiciones incluso inapropiadas para un adulto.
Y la lista podría extenderse, por supuesto, a la exhibición obscena en fotografías y video, la prostitución en muchos lugares de Buenos Aires y en el interior del país, y la peligrosa aceptación de la sociedad de los niños y jóvenes (menores) en actividadeslaborales, privándolos de una escenografía y un ritmo familiar normal (niños deportistas de competición y niñas modelitos de pasarela).
Si bien estos casos pueden provocar algún debate sobre en manos de quién se ubica la responsabilidad principal, y cuál sería el camino para evitar que se sigan produciendo, la verdad es que hay otros "casos" en los que el daño es peor ya que implica la existencia misma.
Surgen periódicamente noticias, extraídas de realidades complejas, que instalan un ligero debate mediático sobre la conveniencia de evitar males mayores.
En primer término están las noticias de jóvenes embarazadas -argumentando en estos casos violación- que "por su salud mental" es menester "librarlas" de la carga que significaría tener ese hijo. La justicia, en la mayoría de los casos mediatizados, se abroquela buscando satisfacer la insistencia de agrupaciones pro aborto e imprecisas legislaciones, y asume que tal acción es lo que soluciona el tema. Pero nunca se insiste -de algún modo- en la conveniencia de asistencia psicológica, para que ese niño nazca luego de un embarazo protegido, asistido emocionalmente.
El escaso valor puesto en la vida -sobre todo en la vida que no se ve- justifica todo esto. Se ve el niño golpeado: eso está mal. Se sabe del niño sustraído: eso está mal. Se hace imaginable la humillación y el dolor de un niño abusado sexualmente: eso está mal.
Pero con el niño explotado laboralmente en distintas cosechas: no hay reacción. Con la infancia perdida mientras se trabaja jugando un deporte de competición o desfilando moda: no hay reacción. Y con una vida truncada en el seno de una mujer: no hay reacción.
Vivimos en un tiempo en el que las opiniones que cuentan son las publicadas y la imagen se lleva casi toda nuestra atención. Vivimos el día a día y pensamos que eso es lo importante. Vivimos tan inseguros por sólo basarnos en lo que vemos, que analizamos los hechos con una lógica inmadura. Y por supuesto, peligrosa.
En las últimas horas volvimos a ser pasivos testigos de otro hecho de asesinato en el seno materno impulsado por la justicia y promovido por funcionarios y agrupaciones que consideran el aborto un derecho. Crítica situación con más tristes actores.
Y como si esto fuera poco, un medio le da cabida a un "avance científico" en práctica en nuestro país desde hace unos años, por el cual es posible elegir cuáles de los embriones concebidos con métodos artificiales serán implantados en el útero de una mujer, desechando los que tengan "deficiencias".
Esto que podría ser novedoso, no eso otra cosa que parte del proceso que el individualismo, la ciencia y la especulación monetaria protagonizan desde hace muchos años. Sin hacer esta selección de laboratorio (propia de Mengele) ya sabe la medicina que de la múltiple ovulación provocada para una fertilización asistida, habrá múltiples embriones, y que no todos "prosperarán".
Volviendo al tema principal: ¿Acaso por no ver los hechos no ocurren? ¿Acaso esos embriones -que si no fueran tirados a la basura llegarían a mirar a los ojos a sus padres- no tienen derechos? ¿Acaso es menos malo matarlos que fotografiarlos desnudos, u obligarlos a trabajar?
Esta porción del mundo en que vivimos -la zona norte y San Isidro en especial- podría ser distinto si empezáramos a respetar la vida en serio. Si nos preocupara y ocupara el destino de los otros cotidianamente. Si no consideráramos que la vida es eso que pasa por el televisor, sino un desafío a veces incómodo, a veces victorioso, a veces doloroso. Y que nos merecemos ser protagonistas de ella, al igual que de aquello que no se ve.