[2006] - En los últimos años la figura de la mujer es, de distintas maneras, centro de muchos comentarios producto del indudable valor que posee en la dinámica del mundo desde siempre.
Se la menciona como quien ha podido avanzar en lugares de responsabilidad frente a una sociedad manejada por hombres, se la pondera por su capacidad para administrar un hogar (en demasiados casos gobernado solo por ella), y se la toma como modelo de sensibilidad y comprensión, por destacar algo de lo más frecuente.
Pero, paradójicamente, vemos cada vez con más frecuencia a mujeres con comportamientos masculinos, es decir, habiendo perdido aspectos propios de la mínima femineidad que por naturaleza poseen.
Las vemos sentadas en ocasiones con menos gracia y cuidado que el menos elegante de los hombres.
Las encontramos fumando –algo que no es bueno para nadie- con la misma delicadeza que un áspero peón portuario.
Las descubrimos menos corteses que muchos hombres en los medios de transporte, donde se desentienden de la necesidad de un asiento por parte de gente mayor o con limitaciones, incluso otras mujeres.
Nos sorprenden con proyectos de vida que nada tienen que ver con la aspiración natural (no social) de la maternidad, la familia y la protección.
Las miramos extrañados como se afean usando ropas varoniles, atravesando su cuerpo por múltiples arosy púas, hablando con la prestancia de un barra brava de fútbol y bebiendo alcohol de una botella.
Paralelamente hallamos a demasiadas mujeres siendo –por propia voluntad- un producto de consumo, un objeto, "algo" que tiene, por naturaleza o por obra de la maldita cirugía, lo necesario para explotar.
Mujeres que se prostituyen en la tapa de una revista, mujeres que son capaces de múltiples esfuerzos para simular que los años no las están afectando, mujeres que declaran que desean ser tratadas dignamente y ellas mismas "cantan" con su aspecto que buscan lo contrario, en un ejercicio de la incoherencia que todos terminan aceptando.
Está claro que los hombres participan de esta degradación. Son ellos los destinatarios de esas tapas de revistas, son ellos los promotores y consumidores principales de pornografía (la segunda "industria" del mundo en niveles de facturación), son ellos los que empujan a que la mujer privilegie lo externo y se exponga a ser usada.
Y como si esto fuera poco aparecen las desviaciones a la naturaleza. Así vemos a mujeres interactuando sexualmente con mujeres y pretendiendo que esto sea "solo un juego". Y producciones periodísticas (¿?) que promueven el goce sin límites, incluso invitando a experimentarcontra natura.
Con todo esto –que bien puede ser solo una parte del tema propuesto- cualquiera podría concluir en que el grado de decadencia registrado en "la mujer" (aunque se sabe que no es lo mismo una de plena Capital Federal que otra que está a 100 km) ha llegado a tal grado que es difícil imaginar un retorno a las fuentes.
Pero no es así. La mujer vive un proceso que, aunque con lógicas variantes, también afecta al hombre. Mientras en la mujer se registra una masculinización de sus acciones y apariencias, en el hombre se observa una feminizaciónde su rol (y no estamos refiriéndonos solo a supuestas orientaciones sexuales) al abandonar la fortaleza, el coraje y el protagonismo que la naturaleza le tienen reservado.
Podríamos imaginar que alguien no comprenda el correcto sentido de este último párrafo asumiendo que se pretende excluir a la mujer de la fortaleza, el coraje y el protagonismo.
Para que no queden dudas: las descendientes de Eva son fuertes, corajudas y protagonistas en un sinnúmero de ocasiones, solo que desde su identidad femenina que, claro está, es diferente del hombre.
Nadie impuso que el hombre fuera en tiempos remotos a cazar y la mujer quedara a cargo del rudimentario hogar con su descendencia. Ningún concepto extremo impuso que la mujer tuviera capacidad de concebir y contener a la vida en su vientre. Ninguna visión dogmática estableció que entre los dos –hombre y mujer- tuvieran roles y responsabilidades diferentes y complementarias.
Estos perfiles fueron dados por la propia naturaleza que siempre trajo al mundo a hombres y mujeres del mismo modo.
Los que creemos firmemente en que Dios creo al mundo y a todo lo visible e invisible, asumimos que en el fondo de todo está Él.
Los que tengan la ausencia de esta gran convicción, podrán basarse en los más elementales conceptos de la biología, para llegar a conclusiones parecidas: hombres y mujeres son distintos y perfectamente complementarios, desde lo anatómico hasta lo funcional.
Volviendo al tema propuesto, podría alguien pensar que la situación actual está peleada con la naturaleza y que vamos de mal en peor. Pero la verdad es que la mayoría de las mujeres aún son femeninas, elegantes y cuidadosas. La mayoría busca de diversas maneras ocupar dignamente ese lugar de madre, protectora y esforzada. La mayoría demuestra –a veces entre líneas- que espera un hombre de verdad con quien construir esa célula básica, fundamental y perfecta que es una familia.
La tarea de todos los que pueden ver los problemas en la formación de personas íntegras, es trabajar desde el propio sitio, y sin descanso, por una sociedad que las contenga.