[2006] - En esta época las relaciones humanas suelen desarrollarse estilo "zapping", cambiando en el vínculo con los demás fugazmente, sin detenerse, eludiendo las diferencias que hacen al encuentro de dos personas únicas.
En este marco, el exitismo a cualquier precio, el individualismo a costa del otro y el consumismo a ultranza emergen como patrones centrales.
La vorágine de estímulos no nos permite discernir aquello que nos conviene, que nos enriquece, que nos da verdadera felicidad. Vivimos en una sociedad líquida cuya base es un río que nos arrastra en su corriente y nos va llevando sin preguntarnos si queremos ir en esa dirección.
Las relaciones personales, y por ello la sexualidad, se suceden sin compromiso real entre las personas. Lejos de un encuentro amoroso, la sexualidad (genital) se circunscribe a usarse recíprocamente, para saciar deseos egoístas. El otro es considerado objeto de mi deseo, objeto descartable rápidamente.
Es fundamental en esta instancia retomar los valores humanos, pilares de la sociedad, y anclarnos fuertemente en la familia, para que el río no nos lleve.
La sexualidad no es reducible sólo a la genitalidad. Ser mujer o varón es nuestra manera de ser Hombres y vamos desarrollando nuestra sexualidad a través de la afectividad, es decir, de la capacidad de amar y la aptitud para relacionarnos con los demás.
En la familia aprendemos a poner en práctica nuestra afectividad, aprendemos a amar. A través del amor que se tuvieron nuestros padres y que nos trasmitieron y por consiguiente a través del amor que hoy en nuestro rol de padres vivimos entre nosotros y trasmitimos a nuestros hijos.
La educación sexual, por lo tanto, es principalmente una educación en el Amor que no puede considerarse como algo efímero y desechable, sino como una virtud que requiere de tiempo. Un tiempo fundamental y necesario por el cual se va conociendo, aprendiendo y construyendo a partir del respeto, del esfuerzo, de la comunicación, del compromiso con el otro, del enriquecimiento en la diferencia, y muchas veces a través del dolor. La Madre Teresa decía: "El Amor duele: sin dolor no hay Amor".
Porque amar muchas veces implica abandonar nuestras propias opiniones o intereses, escuchar verdaderamente al otro, promover una relación de confianza mutua. ¿Dónde si no es en la familia vamos a poder educarnos en esta manera de relacionarnos? Un hijo que crece en una familia que intenta vivir en el Amor saldrá al mundo con la suficiente actitud afectiva interior que le permita acompañar y sentirse acompañado, confiado en sus capacidades, atento y con la posibilidad de discernir entre egoísmo y verdadero Amor por el otro.
Una educación en el Amor le permitirá ir madurando en la relación con los demás, con el sexo opuesto, estableciendo vínculos verdaderos de persona a persona que le permitan crecer libremente y sentirse feliz. En este sentido estará desarrollando su sexualidad en el marco de la afectividad, es decir, las experiencias de amor cotidianas en la familia le proporcionarán las armas efectivas para vivir su sexualidad fuera de ella, entablando relaciones sólidas basadas en el Amor, un Amor que ya experimentó con felicidad y por eso quiere repetir.
Lic. Arturo Clariá
Fundación Proyecto Padres