¿Quién en su sano juicio podría considerar que batallar contra el tráfico y el
consumo de drogas fuera algo inapropiado?
¿Quién honestamente podría
pensar que las incansables horas ociosas en una cárcel, en medio de la
promiscuidad y el abandono, puede producir buenos ciudadanos reintegrados a la
sociedad?
¿Quién descree de los buenos gestos, las buenas acciones, aún
en personas que se equivocaron en el pasado?
¿Quién es capaz de herir del
modo más cruel, para ganar un espacio de poder?
El jueves 31 de
Agosto se realizó una nueva marcha, esta vez a Plaza de Mayo, organizada por el
ingeniero Juan Carlos Blumberg que, con valentía, no cedió
frente a las bravuconadas del piquetero devenido en funcionario, o del activista
premiado con ansias de protagonismo, ni ante una campaña torpemente preparada
para desacreditarlo.
Juan Carlos Blumberg, esposo,
padre, profesional, vecino de San Isidro, no parece haber tomado otra senda que
la de transformar su tragedia -y la de su esposa- en un motor para avanzar. Él,
como muchos otros que conocemos, frente a la enfermedad, frente al dolor, frente
a la muerte, en lugar de sumergirse se proyecta. Pone en comunidad su tragedia,
para sumar en lugar de restar. Hay un viejo refrán que dice que "una alegría
compartida es doble alegría y que una pena compartida es media
pena".
Juan Carlos Blumberg -para quien lo haya
escuchado con algo de cautela- es alguien que no ha variado en su mensaje. Desde
el momento en el que lo conocimos como el padre de un joven secuestrado y
asesinado, su mensaje es el mismo. Pide, a pesar de su dolor, justicia y
acciones para que hechos como los que lo pusieron en la escena pública, dejen de
ocurrir.
¿Alguien podrá imaginarse en el lugar de este empresario de la
zona norte? ¿Sabríamos qué hacer, con quién hablar, elaborar proyectos, mirar
para adelante con el incomprensible dolor del único hijo asesinado? ¿O sacudidos
por la indignación,
quebrados por el desconcierto, desesperados frente a la soledad, tomaríamos el
camino del exabrupto, la temeridad, del grito o de la inmolación?
Lo que
este hombre protagoniza es lo mismo que hacen muchos que fundaron instituciones
luego de la muerte de sus hijos a consecuencia del cáncer, por ejemplo. Cuando
el cáncer es el enemigo esas entidades hacen tareas de prevención, capacitación,
buscan medicamentos, organizan grupos de contención y recorren pasillos de
gobierno para reclamar y obtener acciones concretas.
Pero el enemigo de
Blumberg, y de todos, no es el cáncer, es la inseguridad. Y
como este enemigo tiene muchos "socios", es menester ir contra ellos
también.
Desconocemos si el ingeniero Blumberg accederá
a participar en política partidaria en un futuro, pero si así fuera no
constituye por sí un hecho despreciable. Porque si fuera despreciable actuar en
política con una vida circunstancialmente tan expuesta, ¿no lo sería
incorporarse por desconocidos caminos como muchos hombres y mujeres que llegan a
la función pública integrando una lista sábana, o instalados por un
gobierno?
Como está claro, los espacios vacíos no existen. Si los
argentinos de bien, los que inundan las calles cada día yendo a trabajar, a
estudiar, que quisieran estar mejor y saben que algún día lo estarán, los que
nacieron en familias acomodadas y los que no pero que se unen en la nobleza del
esfuerzo por el bien común, todos, no se reúnen, no ocupan los lugares que les
corresponden en la construcción de un país... otros los ocuparán, sin importar
su capacidad o sus intenciones.
Blumberg, al igual que
en otras marchas, tuvo que impedir que se insulte, pidió que se respete a las
instituciones, instó a trabajar por mejorar lo mejorable, reclamó y propuso
participación.
Algunos tal vez entendieron. Otros deberían
entender.