[2006] - Mientras la mayor parte de los argentinos estaban con la atención puesta en el partido de la selección contra Serbia Montenegro, una escena se repetía a lo largo de la geografía nacional.
Calles y veredas casi desiertas, paisajes apenas interrumpidos por algunos hombres o mujeres demasiado ensimismados en sus temas personales, algunos jóvenes o señoras con escaso interés por el fútbol, y los inevitables trabajadores o servidores públicos que no podían abandonar su tarea.
Las escuelas -públicas y privadas- en su mayoría con una autorización (inevitable) para que se vea el encuentro deportivo en algún ámbito escolar, o tolerando las ausencias del alumnado, cuando no de algún profesor.
Las calles de San Isidro no lucían un aspecto diferente al que presentaban otras en lejanos rincones bonarerenses. Hasta los menos interesados en este u otro deporte se vieron tentados a ver qué pasaba con este seleccionado y las decisiones del técnico.
Bares, restaurantes, comercios de todo tipo, oficinas públicas con sus empleados, clientes y gente de paso se ubicaron como pudieron para no perderse ningún detalle.
De todas formas no fue dificil darse cuenta en qué momento Argentina hacía un gol. Estuviera uno donde estuviera, el grito de entusiasmo era unánime. A diferencia de encuentros de equipos locales, en este caso solo eran festejados los goles de un equipo.
El destino de este seleccionado -cuestionado en su conformación hasta hace pocos días- seguirá concitando la atención de un pueblo que espera encontrarse con la alegría de un acierto en celeste y blanco, con la sensación de que todos miran hacia el mismo lado.
Lo mejor que nos podría pasar no es precisamente que Argentina gane el mundial, sino que cada uno incorpore -haga "carne"- que es necesario poner todo de cada uno, que es imprescindible planificar cada acción, que si no es entre todos "el partido" no se gana.