Además de las connotaciones políticas nacidas a la sombra del Congreso Socialista de 1889 que tomó como ícono el 1 de Mayo para destinarlo a recordar las reinvindicaciones laborales logradas por una fenomenal huelga general en EE.UU. 3 años antes, este día también se dedica a considerar en la persona de San José a los más sencillos trabajadores, aquellos que se desempeñan en labores artesanales.
La verdad es que -independiente de la dudosa bandera de la justicia que dice buscar aquella concepción política- los trabajadores por aquellos tiempos carecían de descanso y el abuso era una constante. Los propietarios de fábricas y el Estado poco hacían por el bienestar de los más humildes trabajadores, dentro de los que había no pocos niños y mujeres. Todo en aras de más beneficios y más poder.
Lamentablemente estos abusos no se detuvieron con los logros posteriores a la huelga -reducción de las horas de trabajo y mejores condiciones, entre otros- aunque algunas cosas no cambiaron.
Con sus bemoles la economía del mundo ha seguido encontrando resquicios para "utilizar" a los trabajadores de distintas formas aunque a veces más refinadas. En grandes ciudades, profesionales y empleados de distintas áreas son parte -a veces sin darse cuenta- de una extraña maquinaria que se organiza para mantenerse en funcionamiento,... quitándole horas al descanso, a la familia y a un digno crecimiento personal.
La fiesta de San José Obrero fue instituida por Pío XII el 1 de Mayo de 1955, para que -como dijo él mismo a los obreros reunidos aquel día en la Plaza de San Pedro- "el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias".
San José, descendiente de reyes, entre los que se cuenta David, el más famoso y popular de los héroes de Israel, pertenece también a otra dinastía, que permaneciendo a través de los siglos, se extiende por todo el mundo. Es la de aquellos hombres que con su trabajo manual van haciendo realidad lo que antes era sólo pura idea, y de los que el cuerpo social no puede prescindir en absoluto. Pues si bien es cierto que a la sociedad le son necesarios los intelectuales para idear, no lo es menos que, para realizar, le son del todo imprescindibles los obreros.
De lo contrario, ¿cómo podría disfrutar la comunidad del bienestar, si le faltasen manos para ejecutar lo que la cabeza ha pensado? Y los obreros son estas manos que, aun a través de servicios humildes, influyen grandemente en el desarrollo de la vida social. Sólo Nazaret es la que podría explicarnos toda la trascendencia de la labor desarrollada por José en su pequeño taller de carpintero, mientras Jesús, a su lado, "crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres".
Allí, en aquel pequeño poblado situado en las últimas estribaciones de los montes de Galilea, residió aquella familia excelsa, cuando, pasado ya el peligro, había podido volver de su destierro en Egipto. Y allí es donde José, viviendo en parte en un taller de carpintero y en parte en una casita semiexcavada en la ladera del monte, desarrolla su función de cabeza de familia. Como todo obrero, debe mantener a los suyos con el trabajo de sus manos: toda su fortuna está radicada en su brazo, y la reputación de que goza está integrada por su probidad ejemplar y por el prestigio alcanzado en el ejercicio de su oficio.
Es este oficio el que le hace ocupar un lugar imprescindible en el pueblo, y a través del mismo influye en la vida de aquella pequeña comunidad. Todos lo conocen y a él deben acudir cuando necesitan que la madera sea transformada en objetos útiles para sus necesidades.
Seguramente que su vida no sería fácil; las herramientas, con toda su tosquedad primitiva, exigirían de José una destreza capaz de superar todas las deficiencias de medios técnicos; sus manos encallecidas estarían acostumbradas al trabajo rudo y a los golpes, imposibles de evitar a veces. Habiendo de alternar constantemente con la gente por quien trabajaba, tendría un trato sencillo, asequible para todos. Su taller bien pudo ser un punto de reunión para algunos otros hombres de Nazaret al terminar la ardua jornada de labores.
José, el varón justo, está totalmente compenetrado con sus conciudadanos. Éstos aprecian, en su justo valor, a aquel carpintero sencillo y eficiente. Aun después de muerto, cuando Jesús ya se ha lanzado a predicar la Buena Nueva, le recordarán con afecto: "¿Acaso no es éste el hijo de José, el carpintero?", se preguntaban los que habían oído a Jesús, maravillados de su sabiduría.
Por eso la Iglesia ha querido ofrecer a todos los obreros este espectáculo de santidad, proclamándole solemnemente Patrono de los mismos, para que en adelante el casto esposo de María, el trabajador humilde, silencioso y justo de Nazaret, sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo.