El grado de deterioro que atraviesa la sociedad en la Argentina es evidente y nadie puede negar que ha ido empeorando día a día, desde hace años.
Muchísimos conductores de todo tipo de vehículos, por ejemplo, se comportan como auténticos energúmenos unos o carentes de toda solvencia para estar al volante otros. Mujeres, hombres elegantes, toscos camioneros o colectiveros, ciclistas de todo nivel, repartidores y cadetes en motos, conforman una fauna a la que sólo los valientes se enfrentan. En general se los padece.
El nivel de tensión que se experimenta al conducir viendo cómo los ciclistas y repartidores violan sistemática y burlonamente los semáforos, sendas y prioridades, es un elemento de peso adicional a las muchas situaciones diarias que convocan al infarto. Por supuesto, todo esto y mucho más enervan al más pacífico ante la total inacción del Estado.
Este cuadro se completa con la constante de gente (adultos, jóvenes y niños) tirando basura por la ventanilla, los que estacionan sobre las veredas sin dejar paso a los peatones, los que rebasan vehículos por la derecha y los que aún no aprendieron quién tiene prioridad en las rotondas.
Las máximas de velocidad son de 40 y de 60 km/hora (en calles internas y avenidas respectivamente), la prioridad de paso la tiene siempre quien cruza a nuestra derecha (salvo en las rotondas), el avance sobre el otro vehículo es siempre por la izquierda, toda maniobra debe ser anticipada mediante el uso correcto y oportuno de luces, el semáforo está para que lo respeten todos (ciclistas, peatones y motociclistas incluidos), las zonas de detención de colectivos no deben ser usadas por otros vehículos, son normas que todos conocen y su transgresión demuestra el valor que ocupa el prójimo. El problema no está en la ignorancia de las reglas sino en el interés de aceptarlas.
Considerar que una violación de tránsito es menor (o inexistente) si es breve es brutal: Estacionar en doble fila, obstaculizando una rampa para discapacitados, junto a un cordón pintado de amarillo, son acciones propias de gente que debería perder por un tiempo su licencia de conducir.
Como está dicho, el Estado, en ocasiones, hace alguna payasada en colegios o jardines de infantes mostrándole a los más pequeños cómo deben ser las cosas, pero carece de la inteligencia o la decencia de tomar medidas firmes, claras y constructivas con conductores de autos, bicicletas, motos, colectivos y camiones. Por supuesto, también debería hacer lo propio con los peatones, que también tienen responsabilidad.
El día que cada uno comprenda que el espacio público no es del Estado y, mucho menos, de NADIE sino que es propio, mío, de mi pertenencia, y que por ello me corresponde cuidarlo, mejorarlo si me es posible, defenderlo siempre, tal vez las cosas puedan mejorar.
-> Alberto Mora