Es difícil considerar que sea cierto aquello de que somos iguales ante la ley. "Algunos son más iguales que otros", dice una humorada ya antigua.
Independientemente de si el caso por el que fue juzgada y condenada la expresidente Cristina Elisabet Fernández Wilhelm de Kirchner (72) ha sido transparente y justo, lo cierto es que la pena fue impuesta y ya no hay instancia que la revierta.
Pero la dócil aceptación a que la condena de 6 años a la septuagenaria se cumpla en un domicilio particular sin que medie razón de salud es, inicialmente, sospechosa. Y si a eso se la agrega que gozará de la libertad de usar telefonía, redes y, el colmo de los colmos, de asomarse al balcón del departamento, se demuestra que quienes administran justicia, otra vez, tienen criterios e interpretaciones "volátiles" dependiendo del procesado.
"Tengo miedo de la justicia -dice un refrán-, porque soy ladrón de gallinas", una forma de decir con pocas palabras una gran verdad: "los peces gordos" nunca la pasan mal.
Disponer las medidas más convenientes para que en la cárcel la exitosa abogada no fuera molestada o agredida (algo que es menester garantizar para cualquier reo) era posible. Pero los jueces eligieron claudicar, arrugar, rendir honores a quien desde el ejercicio del poder favoreció la corrupción de modo bestial. Hay quienes señalan que si Néstor C. Kirchner no hubiera fallecido, también podría haber sido juzgado y condenado por las mismas acciones de su continuadora.
Si grave fue el entramado delictivo del kirchnerismo para robar muchos millones, grave es esta decisión de la justicia que guarda las formas elegantes pero no deja de ensuciar la menguada confianza que todos tenemos en ella.
Finalmente, valga calificar de torpe ingenuidad o de interesada simulación, la consideración de que la condena a la expresidente expresa un cambio de época, una renovada esperanza, un acto de ordenamiento.
Pueden no ser los mismos jueces, pero son muchos los ejemplos de delincuentes que salieron fácilmente en libertad y mataron, violaron y robaron, además de los muchos casos en que se desoyeron reiteradas denuncias de violencia doméstica y no se evitó la muerte de una mujer, o todos los que lamentan la muerte o severos daños por temerarios incidentes de temerarios asesinos al volante que nunca fueron a la cárcel, por mencionar algunos de los casos muy frecuentes.
Es la justicia la que debería intervenir para evitar que un detenido sea violado o molido a golpes en un penal, para que ingresen drogas o que la cárcel sea una escuela de perfeccionamiento delictivo.
Cristina Fernández no desaparecerá de escena, todo lo contrario. Aún cuenta con posibilidades en la prostituída senda política que es capaz de condenar publicamente a esta porción del peronismo mientras se negocia sin vergüenza en despachos de gobierno.
Seis años (o tal vez algo menos) pasan muy rápido y la condenada no estará en silencio y pagando como debe por sus faltas. Gracias a la justicia...
-> Alberto Mora