Cualquier ciudadano busca de un político, un funcionario, que tenga conocimientos, capacidad, método, honestidad, entre muchas otras cosas.
Pero si uno descubre que un político es supersticioso y cree que una piedra, una cinta roja o la forma de alcanzar la sal en la mesa pueden proporcionarle "buena suerte", es preciso desconfiar.
Un funcionario podrá ser de un club o de otro de fútbol, puede preferir el té al café y puede elegir el brócoli antes que un bife y no será motivo de análisis.
Pero ser tan débil como para suponer que una cinta roja en la muñeca puede alejar la envidia, las "malas ondas" o maleficios varios, describe cualidades que están lejos de la fortaleza, la firmeza, las convicciones que se esperan en él.
Y difícilmente sea sólo una la superstición. Probablemente quien luzca la inútil cinta o elija una piedra por sus "funciones" protectoras, también se deje llevar por signos zodiacales, cartas astrales, el reiki, las runas, la adivinación, el tarot, por el pie con el que se levanta o ingresa a un lugar, etc.
No hay dudas de la existencia de la envidia, ese sentimiento o estado mental de personas que experimentan desdicha o angustia por lo que otros poseen, sean bienes materiales o afectivos. Una perversión que incluye la satisfacción por el fracaso ajeno. No por nada la envidia es uno de los pecados capitales.
De todos modos, aunque el envidioso sea capaz de muchas cosas concretas para hacer daño a una persona en especial, ningún trocito de cinta roja lo hará desistir de sus intenciones ni lo empujará a transitar la caridad, virtud claramente opuesta a la envidia.
En todo caso, una superstición es una inclinación a poner en un objeto o en inmedibles energías viajeras, cualidades que jamás tendrán. Un supersticioso es, sin dudas, alguien muy distinto de una persona religiosa.
Porque quien tiene fe, como un católico por ejemplo, no cree que un rosario, una crucecita, una estampita, una medalla o una reliquia lo protege. Es Dios (en sus tres personas) quien lo cuida y esos objetos son recursos para rezaro recordar su presencia. No hay confusión posible.
De hecho una persona de fe si acepta las "cualidades" de una cinta roja en la muñeca o en el auto, si acepta el invento de los signos del zodíaco o el resto de las supersticiones, está traicionando al Dios en quien dice creer. Y en el caso de un funcionario o político capaz de traicionar algo tan trascendente, se puede esperar cualquier cosa.
Quien usa la cintita roja en su muñeca o tobillo está depositando en ella su confianza. La cinta no remite a nadie ni a nada, sólo a una mirada mágica que aportaría soluciones, espantaría problemas y "malas ondas" con un inexistente "campoprotector".
Dejando de lado las religiones reales, el uso de la piedrita, la cintita u otros objetos por el estilo, muestran debilidad, escasez de capacidad para enfrentar la vida o su función y una peligrosa dependencia de irracionales caminos.
Muchos recordarán a los ineficientes Alberto Fernández, Carla Vizzotti, Santiago Cafiero, Sergio Massa o Sergio Berni portando la cintita roja en sus muñecas. Por lo visto el amuleto fue incapaz de espantar la "mala energía"... y todos estamos pagando las consecuencias del odio, la perversidad, la codicia y el rechazo a la dignidad y la verdad de esta gente.
Seguramente ningún político serio quiere parecerse a estos incapaces funcionarios públicos, ni en sus supersticiones ni en sus "talentos".
