Un recordado amigo discurría hace unos años sobre esa sentencia y al principio me pareció casi una humorada. A poco de continuar la charla, me pareció una gran verdad a la que adhiero con firmeza.
Exponer un punto de vista requiere que, en principio, una persona tenga claro qué quiere decir, que lo tenga más o menos pensado. Y, aunque parezca un poco zonzo decirlo, no pensamos "pensamientos abstractos", pensamos con palabras.
Y si no tenemos palabras suficientes para definir las cosas, para explicar lo que sentimos, para reclamar un derecho (que debemos conocer y comprender), posiblemente no podremos sobrellevar exposición alguna. Principalmente porque nos faltarán "piezas" para construir frases adecuadas.
Es como pretender escribir una carta con una computadora pero teniendo un teclado roto, con teclas faltantes. O querer completar un crucigramas siendo un casi analfabeto. Podremos ser capaces de muchas cosas, pero esa tarea nos será sin dudas un problema: la carta la deberá hacer otro y el crucigrama no será un pasatiempo para nosotros.
Con la realidad social de un país ocurre algo parecido. Si las estadísticas y las pruebas cotidianas demuestran que la educación integral en lo referente al tema que nos ocupa, no está dando buenos resultados el precio lo paga la sociedad en su conjunto.
Si poco a poco, por múltiples motivos, las personas no son instruidas adecuadamente en su lenguaje, si no se aprende a debatir con argumentos, si no se exige al cerebro para que encuentre la palabra adecuada (si es que en algún lugar la tiene), si no se juega incluso con las palabras, si no se hace humor con ellas, no podremos usarlas.
A modo de ejemplo, pongamos a las piernas y lo que nos permiten hacer.
Cuando éramos muy pequeñitos no podíamos sostenernos en las piernas, pero la ayuda de nuestros padres hizo que de a poco tuviéramos fuerzas suficientes para los primeros pasos. Temerosos primero, fuimos ganando confianza y cada vez más fuerza.
Inestables, pero estimulados caminamos un poco más con ayuda y luego sin ella. Llegaron los pequeños saltos, llegó algo más de velocidad y, por supuesto, también llegaron las caídas que no fueron tan graves. Sobre todo por que tuvimos quién nos consuele.
Con el tiempo, las piernas nos sostuvieron con firmeza y pudimos correr, saltar, treparnos, pedalear, jugar con cierta destreza, hacer equilibrio, ponernos en puntas de pie y mucho más. Aprendimos, poco a poco, a tenerlas ahí, al alcance y preparadas para cada situación que se nos presente.
Con las palabras, con el idioma, ocurre algo parecido. La enseñanza primera en casa, los estímulos, la escuela (que debe priorizar la educación más que la "contención" o la "alimentación") y siempre la familia deben ir favoreciendo que el lenguaje se enriquezca por algo mucho más importante que la simple corrección social.
Hablar bien, ser capaz de mantener una conversación fluida de un nivel más elevado que el que se tiene con amigos o compañeros, evitar con inteligencia las groserías de todo tipo, aprender a definir las cosas, los sentimientos propios y las propias inquietudes con abundancia de palabras, nos da mucho más de lo que podemos imaginar.
Miles de argentinos -hoy ya adultos mayores- no tuvieron más que una educación primaria, hasta un sexto grado. Pero se trató de una educación superior a la recibida por un chico de la misma edad actualmente. Pero el estímulo recibido por padres y maestros y un afán de superación, un gusto por la lectura y por aprender, nos muestra hoy a muchísimos abuelos muy bien plantados en la vida. No podríamos asegurar que dentro de 60 años tengamos el mismo nivel en miles de adolescentes del presente...
Hoy en día las entrevistas laborales, incluso para las tareas más simples, buscan en un diálogo breve y directo saber frente a quién se está. Y si no se tiene incorporada una forma de expresión espontánea y correcta, simularla no servirá de mucho.
Desde hace unos años, por una escuela que en general enseña poco de lengua en términos integrales prácticos (salvo en una materia con pocas horas cátedra), por medios de comunicación plagados de personas que usan un escaso número de palabras y gran cantidad de muletillas y redundancias, y por la poca lectura de libros (fuente natural de enriquecimiento del vocabulario), muchos tienen serios obstáculos para expresarse. No quiere decir que no sientan, que no tengan qué decir, que no intuyan que deben reclamar por un derecho, sólo que carecen de las herramientas para darlo a conocer.
Y hay más.
Una persona con pobre vocabulario y escaso lenguaje no sólo tendrá problemas para lo ya mencionado. También le será más difícil consolar a alguien en problemas, sostenerlo en la dificultad, darle un poco de esperanza. Podrá decirle de corazón algunas cosas, podrá tal vez abrazarlo, pero frente a los golpes que a veces da la vida (que pueden dejarnos sin palabras a muchos) si se tiene poco, se tendrá menos. No todo se resuelve en la vida con los sentimientos.
Y como si esto fuera poco, una sociedad "mal alimentada" en términos de educación también es presa fácil de discursos oportunistas de los múltiples candidatos que buscan votos a cualquier precio. "Hay que terminar con la pobreza y la ignorancia, porque la pobreza SE VENDE y la ignorancia SE EQUIVOCA", comentó el Dr. Abel Albino hace un tiempo.
El diálogo necesita personas. Y personas que usen palabras. Entenderse, dejar de agredirnos, construir, requiere de actitud, voluntad, escucha, paciencia y palabras que unan lo que debe unirse y rechacen lo que debe rechazarse.
Conocer el propio idioma, desechar las palabras extranjeras innecesarias, enriquecer el vocabulario, leer mucho, no reducir el idioma en las redes sociales, escuchar con atención, proponerse entender y sumar en un diálogo, buscar juegos con palabras (crucigramas, por ejemplo), leer en voz alta cualquier cosa bien escrita, mirar programas turísticos documentales (nacionales o extranjeros con buenos relatos), dejar de usar insultos y vulgaridades, fomentar el uso de palabras "buenas". Todo eso, por lo pronto, pueden ser caminos para mejorar.
No será mágico, como nada lo es realmente, pero hay que dar los primeros pasos en el sentido correcto en lo que nos toca a nosotros.