Las luchas por la independencia no concluyeron en 1816, ya que los enemigos de la Argentina, en muchos casos con la "ayuda" local, siguieron atacando y, con armas distintas, no han cesado de ejecutar acciones contra la soberanía y la independencia.
Tal vez ya no sean buques de madera cargados de soldados ni sigilosos aborígenes trasandinos los que invaden nuestro territorio, sino modernos acorazados vestidos elegantemente los que buscan avasallar a los argentinos, con la imprescindible colaboración de traidores de cabotaje.
Desde los siniestros masones, pasando por comerciantes de la muerte como Planned Parenthood, Amnesty International o la O.N.U., hasta los organismos crediticios que imponen condicionamientos ideológicos, los enemigos de la Argentina soberana no descansan nunca.
La sistemática destrucción de la educación pública, la clase política corrupta y atenta sólo a sacar provecho y a someter al país al poder internacional, la incapacidad de los gobernantes en hacer su tarea eficazmente, la parte del empresariado que busca beneficios incluso con malas artes, los políticos burlándose de nuestros derechos sobre Malvinas, los medios de comunicación (algunos en manos extranjeras y otros como si lo estuvieran) sirviendo a la intereses ideológicos foráneos, entre otras realidades indiscutibles, son evidencias de cómo el enemigo trabaja socavando, debilitando, pervirtiéndolo todo.
La admiración indiscriminada de todo lo extranjero sin importar su objetiva calidad, el reemplazo ridículo de palabras en castellano por su versión en inglés, la vulgar distancia que algunos ponen al decir "este país" en lugar de "mi país", son victorias del enemigo.
Un país lastimosamente despoblado, desparejo, sin políticas de defensa ni real control de sus fronteras, horriblemente mal gobernado desde hace 100 años, embobado por el consumo de cualquier estupidez que llegue de E.U.A., nos define como un castillo de naipes que cualquier pequeño ejército derrotaría con apenas soplar.
Hace 207 años un grupo de 29 hombres -unos cuantos de ellos habían tomado las armas para defender el proyecto de Nación-, tuvo el coraje de parir una declaración de la independencia y, posiblemente, sentirían vergüenza de cómo tantas batallas, tantos esfuerzos, tantos sueños, no han sido respetados.
Honrar a quienes pelearon en el siglo XIX es, primero, conocer, entender. A partir de ello surge la decisión de actuar en consecuencia.
Es imprescindible saber, como aquellos próceres, que siempre el camino es largo, que pueden no verse los frutos, que se pierden batallas y hasta la vida. Que es preciso ser coherente entre palabras y actos, y no confundirse ni ceder a las propuestas de los enemigos, que son hábiles, constantes y dedicados.
Dios jamás abandona a los que luchan por causas nobles como la de recuperar a la Patria, proyección vital y real de la familia. Es por eso que quien ataca a la familia sometiéndola a negocios espurios, perversas ideologías o la empobrece y desorienta, está atacando claramente a la Patria.
