Existe la idea de que el trabajo es un castigo y que cuando uno se dedica a hacer algo que le gusta para lograr su sustento, no se está hablando de trabajo.
Aunque está muy difundido y se repite como si fuera una gran verdad, hay un par de errores:
- Que el trabajo es necesariamente una carga, un pesar, algo que desagrada, que se hace por obligación, que si fuera posible evitarlo habría que hacerlo.
- Que hacer una tarea con placer, acorde con la vocación, con la preparación recibida, con agrado, "no es trabajo".
Estos errores, como todos los errores, deben desecharse porque nada bueno traen.
El trabajo, la tarea que hacen millones de hombres y mujeres diariamente, no es una carga ni debe serlo. Lo natural es el trabajo, no el descanso.
Pero es importante considerar que la dinámica social en la que vivimos es fruto de muchos factores y la realidad del trabajo y la mirada que se tenga sobre él, influye indiscutiblemente. No es lo mismo que muchos padezcan injusticias por su tarea cotidiana, que sientan que son una pieza comprometida por el destino de su patria o que su máximo sueño sea no tener que trabajar.
¿Quién puede suponer que "no es trabajo" el que realizan los médicos, los choferes, los comerciantes, los periodistas, los artesanos, los bancarios, los músicos, los ingenieros que cada día se dedican y disfrutan de eso para lo cual se han preparado y profesionalizado?
Partiendo de que si es remunerado lo sea justamente, que se lleve a cabo sin malos tratos y en condiciones adecuadas, el trabajo es una oportunidad de dignificación, de desarrollo, de interacción social, de construcción en comunidad.
Y aunque no sea una tarea del agrado de quien la realiza, o la remuneración no sea suficiente ni las condiciones las ideales, el trabajo siempre será un aprendizaje, una fragua para el temperamento, la constancia, la comprensión de que una misión -como lograr decentemente el pan diario propio o de la familia-, merece sacrificios y que eso no es malo.
Otra consideración que se repite, muchas veces en torno a las noticias, es la que menciona por un lado a "los empresarios" y por otro a "los trabajadores", sugiriendo que los empresarios... no trabajan. Nada más falso ni tendencioso.
Poco importa a la hora de considerar la importancia del trabajo si es ad honorem o remunerado. Con la misma seriedad, dedicación, honestidad y afán, millones de personas trabajan en oficinas, talleres o fábricas, en asociaciones o fundaciones y en el propio hogar: todos construyen con su tarea una sociedad que a la vez integran.
Trabaja la mujer que ejerce la nobilísima labor de ama de casa, que administra, acompaña, cocina, cuida y educa. Lamentablemente desde hace más de 50 años se presiona para que se considere algo menor e insuficiente la tarea de la mujer en la casa y criando hijos, empujándola a ser una pieza más del mercado laboral, que no tenga hijos o los postergue todo lo posible. Organizaciones internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional son parte activa de estos perversos planes.
Trabaja quien ejerce un voluntariado con ancianos, niños o enfermos. Asalariados e independientes, al igual que los que deciden no cobrar, todos se organizan, viajan, se ocupan, se cansan por igual. El cobro por una tarea no hace que ésta sea más importante o merecedora de más respeto y cuidado.
Basta pensar qué sucede cuando un hombre se ve impedido de llevar el sustento a su familia y sus hijos para acercarse a la mirada adecuada sobre el trabajo como la oportunidad de cumplir con lo que Dios manda.
Paradójicamente, existen también situaciones en las que el trabajo y una inacabable búsqueda de dinero para satisfacer innecesarios consumos, terminan provocando peligrosos vacíos en la familia que se busca sostener.
La cultura del trabajo, sistemáticamente atacada por medidas gubernamentales, ha sido el pilar de la Argentina de otras décadas. Muchos aún la honran porque su familia y su entorno social todavía tienen algunas cosas sanas, porque hay estructuras o ejemplos que se mantienen y casi no hacen falta palabras para entender de qué se trata la vida.
Pero otros muchos compatriotas son víctimas de un sistema perverso que, disfrazado de paliativo, de ayuda necesaria, se arraigó apagando la chispa natural de luchar, por lo menos, por la propia superación.
- Alberto Mora