Así era el nombre original del famoso tango que conocemos como Los mareados. Por lo visto una confusión, un olvido y algo de censura hicieron prevalecer el título que sabemos.
Pero algo de eso -sea droga o alcohol- podría justificar lo que anda provocando el fútbol con su mundial en Qatar para entender por qué nada es más importante o trascendente.
Servicios públicos, actividad comercial, clases en escuelas y hasta sepelios, se han acomodado a los partidos, en especial a los del seleccionado argentino.
Y no es que no sea interesante o atractivo ver al equipo jugar como lo ha venido haciendo. Sin dudas es placentero ser testigo de un desempeño eficaz del conjunto y de un Messi en su casi seguro último mundial mostrando todo su talento profesional.
Pero la omnipresencia del mundial en las noticias en los portales, en los noticieros de la televisión, en los programas de todo estilo y hasta en las acciones de gobierno, hace pensar en dónde se ponen las prioridades, en desmedro de decenas de realidades realmente importantes, dolorosas, trascendentales de la Argentina. Una suerte de "siga la fiesta", de adormecimiento, de dopaje, para no ver (o no mostrar) lo que de verdad vale.
¿Cambiará algo si el seleccionado de fútbol gana el último partido? ¿Cambiará si lo pierde? No.
Muchos saldrán a la calle a cantar y gritar por las calles durante horas si vence a su par francés. Y muchos hasta llorarán como si fuera una tragedia si no se logra el campeonato.
Mientras tanto el hambre, la marginalidad, el narcoestado, la huida de argentinos a otras latitudes buscando la estabilidad que no tienen en su país, el genocidio de niños antes de nacer que jamás verán un mundial ni reirán con otros, la voracidad estatal para recaudar a costa de empresarios y trabajadores, y tantos males seguirán exactamente igual.
Y, como si fuera poco, quedará demostrado que el alto poder económico del fútbol internacional, los decididos popes del mundo, las organizaciones mundiales que parece que todo lo pueden, habrán hecho silencio ante una situación icónica: un hombre es condenado a muerte por pensar y expresarse.
Un simple hombre, uno más y futbolista, que Irán, un régimen dictatorial busca matar sin reparo alguno.
Un hombre que se mostró contrario, pacíficamente, al maltrato a la mujer. Ese ha sido su pecado, su afrenta, su atentado.
Mientras tanto, todo el poderío de la FIFA, la comunidad internacional, los países que han gastado fortunas para ser parte de este campeonato (como la Argentina) hacen silencio institucionalmente. Complicidad que debe ser recordada como otra manifestación de la hipocresía que mueve al mundo.
Amir Nasr-Azadani tiene 26 años y juega en el club de fútbol Iranjavan. Y como se atrevió a protestar contra la represión del régimen iraní hacia las mujeres se lo condenó a muerte. Su afrenta es definida como una enemistad hacia Dios y es difícil saber si podrá zafar de que lo maten.
El mismo régimen totalitario asesinó a otros por no cumplir con exigencias que, a nuestros ojos, parecen muy menores. O al menos no justifican la horca.
Pero aunque hay notas publicadas en distintos medios exponiendo la situación y algunas organizaciones se han expresado, se está muy lejos de una verdadera condena internacional, de auténticos esfuerzos para salvar a un hombre y para rechazar la locura iraní. Es evidente que hay complicidad en muchos casos y cobardía en muchos más.
Eso sí, hoy lo importante es jugar un partido, confundir la patria con un seleccionado deportivo, adjudicar épica a una competencia futbolística y seguir adormecidos mientras muchos siguen diciéndole a todos de qué tienen que hablar, que tienen que pensar y de qué no deben ocuparse.
