La Argentina que nosotros queremos es la que ellos quieren seguir destruyendo
Incomprensiblemente, en nuestro país -tan poco poblado, tan necesitado de brazos y cerebros activos-, se descartan personas y de variadas formas.
El inmoral presidente designado de la Argentina, que establece reglas extremas para los ciudadanos que él decide con desenfado no cumplir, apostó por la muerte de los argentinos más débiles, los más indefensos, los que carecen de culpa alguna, para exterminarlos.
Pero, claro está, ese plan macabro no lo emprendió solo. En primer lugar contó con el apoyo internacional –el mismo del que gozó su antecesor en el sillón presidencial-, junto a la mayoría de los medios de comunicación más consumidos, la tropa periodística, la cohorte artística y la volátil clase política, tan confiable como la promesa de un tahúr.
Muchos de los que ahora aparecen en los spots de campaña asegurando que tienen la solución a nuestros males, han sido cómplices de que en la Argentina no haya circunstancia más riesgosa que ser un niño en gestación. Si se tiene la “suerte” de contar con una madre que lo quiere, contará con el apoyo del Estado. Y si no se es “deseado”, ahí estará el mismo desquiciado socio para asegurar su muerte y desaparición. Eso apoyaba públicamente el médico Facundo Manes y ahora aparece en campaña preocupado por el futuro de los argentinos, mostrándose como un buen tipo que se hizo de abajo.
Los mismos médicos ensalzados por su denodado empeño en salvar vidas durante los tiempos más oscuros de la urgencia sanitaria del 2020, son los que no pueden darse el “lujo” de intentar salvar a un niño por nacer, amenazados por el Estado, su ley de aborto y su reglamentación.
Como si no fuera poco tal plan genocida logrado con dinero ensangrentado y genuflexos comportamientos, miles de personas han fallecido por los torpes manejos referidos al coronavirus SARS-Cov2, además de los que no pudieron darle continuidad a tratamientos por enfermedades crónicas y aquellos a los cuales la angustia de perder su medio de subsistencia (comercios o pequeñas empresas de muchas décadas) los llevó a la muerte.
Las estadísticas en la Argentina muestran una constante de fallecimientos por deficiencias nutricionales, por lo que es de imaginar que la innumerable cantidad de pobres que se ocupó de multiplicar el gobierno nacional, se llevó al otro mundo a más gente (no pocas mujeres) de las que gestiones anteriores habían expulsado.
La angustia, el estrés, la política del miedo, hizo estragos en muchos y en los ancianos mucho más.
Pero como si algo mágico hubiera ocurrido, sorpresivamente, el gobierno nacional que se empecinaba en atemorizar con las variantes del susodicho virus, ante la inminencia de los comicios, sale ahora a asegurar que “el tiempo más ingrato de la pandemia está terminando” y promueve aperturas, permisos y cierta normalidad.
Daniel Gollán, responsable directo de que en la provincia más populosa del país miles de argentinos hayan muerto antes de nacer, fue algo más cauteloso con la descripción del momento en torno al Covid19, pero ¿Cómo creerle a un despiadado militante de la eliminación de niños?
En la Argentina la producción y consumo de tabaco mata gente y, sin embargo, el Estado en manos del actual y de los pasados gobiernos, lo único que hace es… recaudar impuestos sobre ello. Bajo ningún gobierno hubo acciones serias para que las familias que se exponen a enfermedades por estar en la producción de tabaco, se dediquen a otra actividad y salven sus vidas.
Las drogas llegan temprano a los niños y jóvenes para arruinarles el presente y el futuro, y el gobierno de Alberto Fernández sale a relativizarlas, cumpliendo con las presiones externas y sus propias incapacidades. En esta tarea tampoco está solo: periodistas, actores, candidatos políticos como Martín Tetaz (Alianza “Juntos” / Pro) o Ramiro Marra (Alianza “La libertad avanza”) o Leandro Santoro (Alianza “Frente de todos”) apoyan la legalización de las drogas para uso “recreativo”.
Muerte, desolación, pobreza, expulsión de jóvenes, discrecionalidad en los gastos, inflación, ideología, perversión, engaños de toda índole, no son motivos para elegir a ningún candidato de la alianza gobernante. Pero, claro está, muchos de los que se presentan como “opositores” también nos han ofrecido ingredientes del mismo menú destructivo.
Para colmo, hay candidatos que, en afán de lograr la posibilidad de participar de los comicios, han armado alianzas con políticos de cuestionables y variables convicciones que, como suele pasar, durarán lo que una brisa perfumada en una tempestad.
Todo esto podría parecer un comentario desesperanzado, carente de propuestas superadoras, pero se trata sólo una fotografía de un momento dramático más al que nuevamente está expuesto nuestro país.
Muy posiblemente en estos comicios pasará lo de siempre:
Habrá quienes voten a un partido con el que no coinciden demasiado, pero les servirá para votar en contra de su oponente;
Otros votarán a la alianza gobernante imaginando que aseguran su puesto de trabajo en alguna dependencia pública o su plan social;
Estarán los que serán fieles a sus convicciones y votarán al que coincide con ellos, aunque tal vez no gane;
Algunos votarán al “nuevo” aunque no tenga una propuesta clara o experiencia legislativa alguna;
Muchos adultos mayores, cansados de décadas de promesas incumplidas aprovecharán para no ir a votar;
Muchos de los miles de jóvenes de sectores medios y bajos de escasa escolarización y abundante pobreza le harán el juego a la política que no cesa de perjudicarlos.
A lo largo de los últimos 100 años la Argentina ha sido gobernada por políticos cada vez menos capaces y honorables, y mucho más acomodaticios y ventajeros que apoyan a los gritos hoy lo que pasado mañana rechazarán sin vergüenza.
Es difícil ver en este escenario algo bueno aunque, como casi siempre, muchos habremos de conformarnos pensando que todavía hay ciudadanos decentes -que son un dique de contención a la constante maldad de los políticos-, y con no traicionar nuestras convicciones de defender la vida y la familia.