¿Cuanto tiempo dedicamos a reírnos durante toda nuestra vida? ¿Qué volumen de sangre bombea el corazón en tantos años? ¿Cuántos átomos tiene nuestro cuerpo?
Estos datos, aparentemente triviales y aburridos, encierran el mapa secreto de la vida, ese que marca el invisible itinerario de cada uno de nuestros días.
Cualquiera puede tener una idea de la cantidad de habitantes de la Argentina, el número de su documento de identidad y, con suerte, algunas fechas de cumpleaños. En cualquier diccionario se pueden encontrar la distancia de la Tierra al Sol, el número de almas de la humanidad, la longitud del Amazonas o la superficie de Bolivia. Y ni que hablar del monto de la deuda externa o los dólares involucrados en el comercio exterior: basta abrir el diario del día.
Pero pocos saben, por ejemplo, cuantos músculos existen en el cuerpo humano, cuanto tiempo dedicamos a lo largo de nuestra vida a mirar la hora, el número de glóbulos rojos en nuestra sangre o el volumen de aire que necesitamos para seguir vivos al cabo de un día. Se podría argüir que se trata de información trivial, curiosidades sin importancia, datos solo aptos para mentes obsesivas.
Sin embargo estos números, tan cercanos a nuestra realidad física y cotidiana, ofrecen mucha mas información que la que surge a simple vista. Si se los analiza y entrecruza con irreverencia, empiezan a aparecer otros datos -a veces desconcertantes, a veces sorprendentes- que echan una luz distinta sobre el complejo universo del cuerpo y la vida humanos. Esta mirada alternativa muestra el organismo como una compleja estructura de muchos niveles, casi un universo que encierra otros universos, invisibles e impensados.
Las cifras de la vida.
Estamos envueltos en mas de 4 metros cuadrados de piel (alcanzaría para alfombrar una habitación de dos por dos), que llevan tres millones de glándulas sudoríparas, varios millones de bulbos pilosos (16 en el varón, solo 4 en la mujer) y 1.000 millones de terminaciones nerviosas. El paquete se completa con 450 pares de músculos motores, poco más de 200 huesos (doscientos seis o doscientos once, según diferentes autores), unos 100 órganos y 800 tejidos distintos. En lo que se refiere a las actividades-de esta compleja estructura, los números también dejan pensando.
Para depurar ellos solitos 180 litros de plasma por día (y producir un litro y medio de orina), los 2 riñones se valen de una superficie de filtrado de 300 metros cuadrados (equivalente a la de una cancha de básquet): uno alucina imaginando esa cantidad de sutiles y delgados tejidos filtradores, plegados y replegados para que quepan dentro de un órgano del tamaño de un libro. Los pulmones no se quedan atrás: sus alvéolos atesoran una superficie de 200 metros cuadrados destinados al intercambio de oxigeno y dióxido de carbono.
El sistema circulatorio es otra maravilla. En nuestro cuerpo se apiñan mas de 1.000 kilómetros de vasos sanguíneos (alcanzarían para instalar una cañería de Buenos Aires a Mendoza, por ejemplo) que transportan unos 25.000 millones de glóbulos rojos. Puestos como botones, uno al lado del otro, estos glóbulos microscópicos cubrirían la mitad de la superficie de un campo de fútbol. Y si se los enhebrara como cuentas, formarían un collar que uniría Ushuaia con La Quiaca (nada menos que 5.000 kilómetros). En el cerebro chisporrotean 100.000 millones de neuronas. Si se considera que cada una de ellas puede conectarse con 20.000 de sus hermanas, tenemos un total de 2.000 billones de conexiones (un dos seguido de quince ceros), una cifra que marea.
Las piezas del rompecabezas
Este apretado circo de órganos y tejidos que se entrelazan envueltos en los 4 metros cuadrados de piel también puede ser observado desde adentro, a escala celular. Se estima que el cuerpo humano esta constituido por casi 60 billones de células de toda marca y pelaje (un 6 seguido de trece ceros) que se las arreglan para cumplir con todas las funciones que nos mantienen con vida.
El diámetro promedio de cada una es de veinte micrones (un micrón es la millonésima parte de un metro). Las más grandotas rozan el milímetro de diámetro. ¿Cuánto vive una célula? Las de la mucosa intestinal, por ejemplo, se descartan cada tres días. Y las del hígado viven un año y medio. En realidad, casi todo el organismo sufre un continuo recambio celular, y hoy no estamos hechos con las mismas células que ayer: cada minuto se pierden o se reemplazan 100 millones de células. Las neuronas son las más longevas: aunque muchas mueren por el camino (setenta por minuto), algunas llegan a acompañarnos durante toda la vida.
¿Y cuántos átomos se necesitan para "armar" a un ser humano?
Según algunos cálculos, 10.000 trillones (o diez mil millones de billones, o un diez seguido de veintiún ceros). Estos átomos son los ladrillos que conforman los 6 trillones (o seis millones de billones) de moléculas que alberga el organismo humano, lo que significa unos 100.000 millones de moléculas por célula. Tantos números dan vértigo e impresionan un poquito. Toda esa materia, todos esos átomos laten en nuestro interior, como un descomunal enjambre molecular. ¿Qué secretos mecanismos los mantienen trabajando al unísono, en armonía, tirando juntos del carro de la vida?
Tanta complejidad debe ser mantenida. Durante toda su vida, un hombre de 70 años ha consumido unas 40 toneladas de alimentos, el contenido de un camión semi remolque. Con ese combustible se producen 40.000 litros de saliva (equivalente a la capacidad de una pileta de natación mediana), 75.000 de jugos gástricos, 20.000 de bilis. También durante esas siete décadas respirara 400 millones de litros de aire. (A razón de 15.000 litros diarios) y el corazón bombeara 180 millones de litros de sangre (siete mil litros diarios) mediante 2.500 millones de latidos. Durante todo ese tiempo, mientras nuestro organismo se esfuerza en una tarea sin descanso para mantenerse a flote, vamos por la vida ignorantes de ese invisible trabajo de hormigas.
Aunque algunas de nuestras actividades cotidianas puedan parecer obvias, superfluas y hasta olvidables, la suma de sus sucesivas repeticiones puede insumir varios años. Así, se nos van unos 23 años en dormir y 6 en mirar televisión. Lavarse los dientes, 3 meses. Hablar por teléfono, 6 meses (siempre y cuando las conversaciones sean escuetas). Igual cantidad de tiempo invierten los varones en vestirse; a las mujeres, en cambio, en la elección de ropas y ceremonias asociadas, se les va un año y medio. Y en el simple gesto de mirar el reloj gastamos 3 días enteros.
Cuando se observa en una lista el tiempo que se destina a cada una de las actividades, desde las más sublimes a las más ramplonas, uno no puede menos que replantearse su propia vida. Los rituales cotidianos y el trabajo obligatorio ocupan tanto tiempo que queda muy poco para dedicarlo a otras actividades más placenteras o productivas, disfrutar a conciencia, estrujando cada minuto hasta la última gota como si la vida fuera una naranja.