El escándalo, aún inconcluso, de los vendedores ilegales ("manteros") en el barrio porteño de Once puso en el tapete la realidad de cómo el Estado "deja hacer" para luego encontrarse con un problema de muy difícil solución.

La Villa 31 es la más emblemática demostración de lo que significa mirar para otro lado durante décadas, permitiendo el avance de la ilegalidad, el delito, la pobreza, el hacinamiento, la necesidad, para terminar en un conglomerado superpoblado y miles de personas que creen tener derecho a vivir allí y a sentarse a negociar de igual a igual con el Estado.

El fenómeno de los "manteros", comerciantes ilegales participantes activos o pasivos del mundo delictivo, es otra demostración de un tiempo anárquico, esto es, no la ausencia de poder sino la multiplicación de poderes o intereses.

Aquellos que nacieron y crecieron en la pobreza y la necesidad se acostumbraron a agarrar cualquier cosa que "venga de arriba", salvo un rayo. ¿Aparece un trabajo de venta de chucherías en una vereda por unos pesos para "hacer la diaria"?, adelante. "Es trabajo", dirán. De esos -tal vez los menos culpables-, hay muchos. Son más bien víctimas de una situación histórica de segregación.

Otros tienen orígenes parecidos: pobreza, marginalidad, irregulares en muchos aspectos. Pero están "impregnados" de lenguaje político, por supuesto de izquierda, estimulados por la lógica guerrillera del Che (tan presente en remeras, calcos y tatuajes) de que "no podés esperar que alguien te dé. Lo tenés que agarrar vos porque nadie te regala nada".

Además de estos, están los inmigrantes. Venidos de países limítrofes o de la lejana Senegal, expulsados de situaciones de extrema pobreza y a sabiendas de la blandura de los controles locales. Tierra de nadie, como para hacer dinero fácil, a pesar de la situación irregular.

Luego de no haber pagado impuestos por el comercio que ejercieron, de haber colaborado con la caída de las ventas en comercios legales, los "manteros" ensalsados reclaman supuestos derechos, son entrevistados en televisión, atendidos por funcionarios y reciben propuestas suculentas (11.700 pesos mensuales) para asistir a una capacitación gratuita.

4 horas diarias durante 5 días a la semana, por 2 meses. 
160 horas de "capacitación" y 23.400 pesos en el bolsillo: 146,25 pesos la hora.

Es lógico imaginar por qué muchísima gente está en desacuerdo con la "solución" presentada.


El argumento estatal de que los 16.000.000 de pesos por dos meses de capacitación a 700 ilegales será afrontado por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (C.A.M.E.) no cambia las cosas. El dinero "no saldría" de las arcas públicas (aunque algunos dudan de que eso sea cierto), pero el concepto vergonzante es: se paga al ilegal, al delincuente, mientras no se gasta el mismo dinero en atender a pobres que no ejercen el delito.

Pagar los impuestos, cumplir con la obligaciones, trabajar, estudiar, esforzarse de muchas formas para salir dignamente adelante, no parece merecer premio o recompensa por parte del Estado.

Es cierto que después de tantas décadas de dádiva, de incomprensible subsidio, de nivelar para abajo, de aprovechamiento político partidario se fue destruyendo en una parte de la sociedad la llamada "cultura del trabajo".

Hay muchísimas personas que no son hijas, sino nietas cuando no bisnietas, de quienes fueron los receptores de la dádiva interesada y perversa del Estado populista, aprovechador, oportunista. Una mecánica siniestra unida a la caída en picada del sistema educativo que fuera un orgullo nacional hace ya demasiados años.

Año tras año, década tras década, fueron cambiando algunas formas, pero para muchos el fondo era el mismo: aprovechar el momento, agarrar lo que venga, antes de que se lo lleve otro.

Los niveles de pobreza en la Argentina son escandalosos. A algunos les agradará hacer responsable de ello al gobierno kirchnerista y estará bien, pero se quedarán cortos.

Desde hace muchas décadas, cada gobierno fue mirando para otro lado, gastando en sus propias prioridades y olvidando los objetivos más altos. Dejando de mirar a las próximas generaciones y sólo mirando las próximas elecciones, parafraseando al Dr. Abel Albino.

Hermanos nuestros viviendo en pueblos sin caminos, sin trenes, sin salud, sin posibilidades, mirando como una salida escapar a Buenos Aires, donde algo podrán "pescar" para subsistir.

Miles de nosotros crecimos en Buenos Aires cuando debimos crecer en nuestra provincia de origen. Las grandes ciudades del mundo siempre atraerán a los que nacieron en las afueras, pero en el caso de la Argentina parece que es la única salida. De otro modo no se entiende cómo la mitad del país vive aquí, donde la clase política se desespera por imponerse sin terminar de solucionar nada de fondo.

Un país desparejo, desproporcionado, desigual, sin Políticas de Estado porque a la política sólo le interesa manejar el Estado.

Una realidad demasiado generalizada de leyes formales y de convivencia constantemente transgredidas. Infracciones manejando un auto, una moto, una bicicleta. Aprovechamiento del espacio público en beneficio propio. Abuso sobre el medio ambiente. Zafar de la escuela, cumplir para pasar. Exigir derechos a cada paso sin atender obligaciones. Vaciar de contenidos todo. Violentarse por cualquier cosa. No tener en cuenta realmente al otro.

La Argentina está en problemas desde hace mucho tiempo. Hay muchísima gente honesta, esforzada, decente. Aún es la mayoría. Pero también hay demasiados que quieren todo sin dar nada. Y lo peor es que se lo dan.


-> Alberto Mora