Si importara el prójimo, no harían falta 'reductores de velocidad'
Sobre todo a los que se comportan adecuadamente, a nadie le gustan los reductores de velocidad, sean los históricos lomos de burro o los "modernos" tapones amarillos que ahora se ven en muchos municipios del país.
Pero no es difícil imaginar lo que sucede cuando no hay obstáculos viales de esa clase: se supera la máxima de velocidad poniendo en riesgo la integridad del prójimo.
Todos saben que la máxima de velocidad en una avenida es de 60km/h, que en una calle interior es de 40 km/h y que no se puede ir a menos de la mitad de la máxima en ningún caso (salvo que uno esté con un problema técnico), que la baliza advierte un problema y no debe ser usada por otro motivo, etc.
Pero también todos vemos cómo se supera la máxima en lugares donde no hay control fotográfico (la mayoría de los multados en San Isidro no son del partido), y cómo se violentan algunos frente a conductores respetuosos.
El problema no es la educación formal, el conocimiento de las reglas, la cantidad de autos en la calle o el "ritmo de vida", sino ELPRÓJIMO. Ese que está en un auto, en una moto, cruzando la calle de a pie, andando en bicicleta.
La calle Gral. Lamadrid, en Boulogne, puesta a nuevo recientemente por el gobierno municipal, por ejemplo, se verá próximamente con los mismos obstáculos amarillos para reducir las posibilidades de choques y tragedias. Y se ponen esas tachas por cuestiones económicas y prácticas.
¿No sería mejor contar con calles sin lomos de burro o esas molestas tachas? ¡Sí, por supuesto!
Pero, ¿cómo se hace para que conductores de vehículos de cualquier porte respeten carteles, máximas y prioridades? ¿Hay forma de poner inspectores de tránsito en todas las calles del partido? ¿Hay que gastar recursos públicos poniendo "fotomultas" en todos lados? ¿Cómo se educa a conductores irresponsables que le enseñan a sus hijos a comportarse mal al manejar? ¿Cómo se rompe ese círculo de malas acciones, malos ejemplos?
La conducta individual irresponsable es la que vemos en:
automovilistas que, para evitar la espera de una fila de autos, circulan varios metros a contramano calculando el cambio de las luces del semáforo,
motociclistas en la avenida Avelino Rolón y otras circulando varias cuadras a contramano o zigzagueando entre los autos,
ciclistas que no se detienen en los semáforos en rojo,
peatones que cruzan por mitad de cuadra en avenidas,
conductores que no anticipan sus maniobras,
automovilistas que desconocen las prioridades en las rotondas.
Algunas cosas se logran "con sangre", es decir, multando severamente una transgresión. Sin dudas, es un camino. Pero ¿Cómo se hace para que alguien, sin que nadie lo vea y lo multe, se comporte respetando reglas -bien establecidas- de tránsito y convivencia?.
¿No será que la forma en que se considera al prójimo al manejar es la misma que se utiliza en cualquier otra circunstancia?
Aunque la estadística muestra que la cantidad de gente que asiste a misas (católicas) y oficios religiosos (de otras confesiones) es poca, la cantidad de vecinos que se formaron en colegios confesionales es realmente importante. En esos colegios, se supone, se instruyó no sólo en materias convencionales sino también en valores para llevar a la práctica en la vida diaria. ¿Dónde están esos valores al manejar un vehículo? ¿Dónde está el respeto al prójimo? ¿Dónde están los deseos de construir un mundo de hermanos?
Fuera de los miles de alumnos de instituciones confesionales, muchos miles pasaron por aulas de escuelas públicas y recibieron muchos buenos consejos de sus padres. ¿Dónde están esos consejos y enseñanzas?
Algo viene fallando desde hace mucho por la forma en que nos comportamos individualmente. Algunas cosas las aprendimos mal y otras las dejamos de lado de tanto mirarnos el ombligo.
No importa lo que hagan otros o los gobiernos que hayan pasado. Yo debo ser responsable de mis actos y evitar perjudicar a otro, directa o indirectamente (aunque nadie me controle).