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¡Corrupto!
   
La sociedad, en su conjunto, siente cierta satisfacción cuando se establecen algunos hechos.

Especialistas en salud mental me decían, hace ya muchos años, que la institucionalización de una persona (internarlo, separarlo de la sociedad), provoca que uno se convenza de que los enfermos mentales ("los locos") están ahí, adentro, y los que no estamos ahí, que estamos "afuera", estamos sanos.

Por supuesto, la realidad indica que no es tan así. Hay personas con padecimientos mentales que están afuera, tal vez porque su grado de enfermedad lo permite, o porque están tan fuera del sistema que nadie se ocupa de ellos. Sobre este razonamiento, mas social que individual, es posible enfocar otros temas.

Un corrupto es José López, un funcionario de un gobierno nacional hallado con una inexplicable cantidad de dinero en una grotesca situación matinal.

Un delincuente es, hasta donde se deduce, Esteban Pérez Corradi, un hombre que estaría implicado en el tráfico de efedrina y en la muerte de personas enredadas en delitos de narcotráfico.

Un tramposo es Lázaro Báez, un misterioso empresario de obras públicas inconclusas, propietario de injustificables miles de hectáreas de territorio y de muchos otros bienes.

Y la lista podría seguir para incorporar a otros individuos de dudosa riqueza material: Kirchner, Jaime, De Vido, Ulloa, Miceli, Boudou, Manzur, Capitanich, Etchegaray, Albistur, etc.

¿Qué sucede entonces?

Identificamos a la corrupción, a la ventaja mal habida, con estos popes del negociado que los medios de comunicación nos han servido -y siguen sirviendo- en su cotidiano menú informativo.

Entonces, si ellos son corruptos, si ellos se quedaron con lo que no es debido, si ellos se aprovecharon de una situación determinada en perjuicio de los ciudadanos,... ELLOS son los malos y YO no.

Mis travesuras, mis debilidades, mis trampas, el dinero que entrego para sacar ventaja (o el que recibo para darla), la ruptura (o acomodamiento de las reglas), mis traiciones, mis mentiras,... no son TAN graves. Ergo, soy inocente, lo mío no merece condena, es una nadería. ¡Miren para otro lado si buscan "culpables" de por qué estamos como estamos!.

Es tal el grado de decadencia en ciertos aspectos de la Argentina, que se considera una "excepción" un acto de decencia o de obediencia.

¿Qué es si no el reconocimiento a los policías que no aceptaron el soborno del desesperado José López en el monasterio?

¿Acaso los medios de comunicación no nos presentan desde hace muchos años la honradez como un acto poco común?

¿Cuántos maletines, billeteras, mochilas con efectos personales de valor fueron encontrados y devueltos y fueron "noticia" para los medios? ¿Se está dando un ejemplo o se está señalando que... ¡había un honesto!?

En ocasiones, da la sensación de que la línea que separa un hecho honesto de un acto de corrupción se ha vuelto difusa, casi imperceptible. Unos pesos para conseguir un mejor lugar en un restaurante, una entrada a un boliche ¿es algo que está bien?

Tener "una atención" con un empleado de una oficina pública que nos resuelve trámites o con un encargado de compras en una empresa ¿no una forma de fisura en el camino de la honestidad?

Ser empleado y proveedor del Estado (aunque no figure el mismo nombre en los papeles) ¿Es algo tan extraño?

Comprar algo usado, aunque se tengan dudas de si no es fruto de un ilícito ¿no ayuda a mantener formas delictivas?

Transgredir una norma de tránsito porque se está apurado, estacionar en un lugar inadecuado para no caminar unas cuadras, ¿es enseñar actos nobles a los hijos?

Festejar la "picardía" en un deporte (como el gol con la mano de Diego Maradona o las mil teatralizaciones de los jugadores para sacar ventaja) ¿no es celebrar la trampa?

Hace poco Magui Aicega -la gran jugadora de hockey- comentó en una entrevista que Las Leonas no disfrutaban de jugar contra otro equipo si faltaban sus mejores integrantes. Ellas querían enfrentar al equipo a pleno... y ganarle en buena ley. Toda una definición de lo que significa competir.

Nuestro país tiene arreglo, a pesar de los muchos que han dicho -y dicen- lo contrario.

Y corresponde entender que es en lo más pequeño, en lo que no se ve, en lo secreto, donde está el camino: Es necesario que mis hijos, mis amigos, mis familiares sepan claramente que soy honesto y respetuoso. No se puede dar por sabido.

Todos deben ver en mí buenas acciones, consideración, buen trato, generosidad.

Si los corruptos siguen haciendo de las suyas a gran escala, sean funcionarios públicos o empresarios, allá ellos. Los señalaremos, nos uniremos para cuestionarlos, para no votarlos o para no comprar sus productos.

Pero, al mismo tiempo, seremos empecinadamente decentes, caprichosamente honestos, porfiadamente generosos. Sólo así, algunas cosas serán realmente distintas en mi país.

 
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