Ante dos posibilidades, que supiera qué estaba haciendo y que no lo supiera, el boliviano Evo Morales provocó no sólo al Papa Francisco sino a la Iglesia toda.
Rompiendo las normas básicas del protocolo -que saben primero lo que otros conocerán después- entregó públicamente al pontífice un esperpento presentado como expresión artística con la figura de Cristo crucificado sobre una hoz y un martillo, símbolos inequívocos de un régimen que masacró a millones en el mundo y aún confunde a unos cuantos.
Luego de que trascendiera la reacción del Papa (en algunas fotos con una ligera sonrisita y en otras bastante serio) el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi, dijo que Francisco no sabía que Morales le iba a regalar eso y que incluso desconocía su existencia. Trascendió también que el pontífice cuando se fue del país no se llevó las "condecoraciones" que le entregó Morales, una de ellas con la misma extraña imagen de Jesús sobre el ícono comunista.
Si bien el rechazo no tuvo la amable contundencia que debió tener, al menos el Papa no se llevó esas burradas consigo.
El comunismo, concepción ideológica, económica y política que está en contra de la propiedad privada, que hambreó y mató a millones de personas en muchos países, siempre fue cuestionado por la Iglesia por su cosmovisión del hombre. Los declamados principios por los derechos del pueblo fueron, sin dudas, un vil argumento para sojuzgar a quien osara pensara distinto o exigiera real libertad. Miles de fusilados, encarcelados, abortados, son triste testimonio de qué lugar dio al hombre y a su libertad el comunismo.
El comunismo, además, es ateo y como tal busca que el sistema social impuesto sea la única realidad del hombre. El comunismo tiene como criterio de verdad la "lucha de clases", aunque en teoría no quiere que haya clases sociales. Para su concepción siempre habrá blanco contra negro, rico contra pobre y pobre contra rico, ciudad contra campo, padre contra hijo, sin descanso.
"Debemos combatir la religión -dijo Lenin-; es el ABC de todo materialismo y, por consiguiente, del marxismo. Pero el marxismo no se queda en el ABC. Va más lejos. Sostiene que es necesario combatir la religión, y para esto hay que explicar en materialista las fuentes de la fe y de la religión en el pueblo. La lucha antireligiosa no puede limitarse a las prédicas abstractas, sino que debe estar ligada a la práctica concreta del movimiento de clase que tiende a suprimir las raíces sociales de la religión".
El ateísmo y el sistema social comunista son totalmente inseparables. De ahí la torpe contradicción de los sacerdotes que simpatizaron con el comunismo, en la Argentina y el resto de América. Un imposible que algunos buscan ver cómo la opción por los pobres, como si antes de nacer ese régimen totalitario por naturaleza, la Iglesia no se hubiera dedicado al más indefenso.
Leer algunos dichos de curas y obispos simpatizantes del comunismo estremece. ¿Cómo un hombre de fe pudo haber dejado de lado las claras enseñanzas de Jesús, ubicándolas por debajo de la lente deformada de las ideologías de izquierda en general?. ¿Cómo se entiende que haya adherentes al comunismo con las aberraciones producidas en la URSS, en China, en Cuba con cualquiera que pensara salirse del sistema?
Esas mismas ideologías son las que logran convencer a muchos de que la colonización de América fue un "genocidio", que fue un constante y desmedido abuso sobre las comunidades aborígenes, desechando la historia, recortándola, tomando porciones para reinventarla.
La llamada "Leyenda negra" sobre la colonización fue difundida a partir del siglo XVI y promovida por ingleses, franceses y holandeses durante los reinados de Carlos I y Felipe II. Esa leyenda negra tuvo mucho que ver Theodor de Bry, un orfebre, grabador, editor de libros de ocultismo, nacido en Lieja (que vivió en Estrasburgo, Londres y Frankfurt) y un pseudohistoriador del descubrimiento de América. La imágenes de sus libros fueron editadas en diferentes entregas entre 1590 y 1634. Se publicaron inicialmente en latín y alemán, pero su éxito obligó a sucesivas traducciones a otras lenguas. Pintó a España como brutal, sanguinaria y sádica, empeñada en torturar y asesinar a sus súbditos coloniales, en tácito contraste, sin duda, con la pureza inmaculada de los colonialistas franceses, ingleses y holandeses.
A esa movida política de otros tiempos se le suma el trabajo conjunto -aunque no coordinado- que hicieron la endeble enseñanza de la historia y el sostenido trabajo de hormiga de las "modernas" visiones de la izquierda que vio en el indigenismo una vertiente de sostenimiento de sus principios de lucha. Qué mejor que encontrar una historia lejana (la conquista), contarla mal y no contar otra cosa. Todo abuso, todo error, a endilgárselo a España y, sobre todo, a los católicos.
Por otra parte, en un discurso de casi una hora ante los asistentes al Congreso de Movimientos Populares en Santa Cruz (Bolivia), el Papa Francisco quiso pedir perdón "no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos 'originarios' (imposición idiomática nacida por insistencia ideológica) durante la llamada conquista de América".
La utilización del término "originario" no es feliz. Aunque en su etimología aborigen o indígena significan mas o menos lo mismo ("de este origen", "perteneciente a este lugar"), lo de originario es, como otra palabras que logran imponerse ideológicamente, un tiro por elevación contra España. No importa si los principales cazadores de esclavos eran los holandeses, si los aborígenes guerreaban entre sí, si se masacraban o expulsaban (como los mapuches llegados desde el otro de la cordillera y que cruzaron y desplazaron a los "originarios"), lo importante es cuestionar siempre que sea posible a España y a la fe.
El pontifice consideró que para combatir las "nuevas formas de colonialismo" (donde suele ubicar al consumismo, el aborto y la mentalidad contraceptiva, la ideología de "género" y el desprecio a los ancianos) era necesario condenar los abusos del colonialismo "antiguo". En su mensaje mezcló las ofensas "de la propia iglesia" con las de los europeos en América, y se remitió a palabras de San Juan Pablo II sobre los pecados de los hijos de la iglesia en la historia y no quedó claro si se refería sólo al los siglos XV y XVI o a todo el periodo hasta la independencia de los países americanos.
A lo escrito en el discurso, Francisco añadió unos párrafos improvisados defendiendo el papel de la Iglesia en aquellos años, como así también "No me quiero olvidar de las monjitas que anónimamente van a los barrios pobres llevando un mensaje de paz y dignidad..."
Juan Pablo II, en 1992, había sido claro al decir que "desde los primeros pasos de la evangelización, la Iglesia católica, movida por la fidelidad al Espíritu de Cristo, fue defensora infatigable de los indios, protectora de los valores que había en sus culturas, promotora de humanidad frente a los abusos de colonizadores a veces sin escrúpulos. La denuncia de las injusticias y atropellos por obra de Montesinos, Las Casas, Córdoba, fray Juan del Valle y tantos otros, fue como un clamor que propició una legislación inspirada en el reconocimiento del valor sagrado de la persona."
"Los datos históricos muestran que se llevó a cabo una válida, fecunda y admirable obra evangelizadora y que, mediante ella, se abrió camino de tal modo en América la verdad sobre Dios y sobre el hombre que, de hecho, la evangelización misma constituye una especie de tribunal de acusación para los responsables de aquellos abusos.", había dicho el Papa polaco.
