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Sin culpa, sin responsabilidad, totalmente inocentes
   
La feligresía católica recuerda hoy a los Santos Inocentes. En otros tiempos era más frecuente encontrarse con bromas, con anuncios falsos y sorpresas de toda clase con el consabido remate “Que la inocencia te valga”.

Ya no ocurre tanto como antes. Tal vez es que todos nos pusimos más desconfiados y nos avivamos más fácilmente de las posibles bromas, o será que para algunos no hay tanto conocimiento de la religiosa recordación.

Como sea, vale pensar en la inocencia.

No tanto la que disfrutan funcionarios públicos de distinto rango -al menos hasta que la Justicia se ocupe de demostrar lo demostrable-, sino la otra, la inocencia de los más simples, de los más puros.

Inocencia traducible en sencillez, humildad y cierta sana credulidad, una forma de vida sin especulación, de trabajo, de esfuerzo y de confianza. Y también de esperanza.

Porque la inocencia entendida como forma de pureza, de condición inmaculada, necesita de la esperanza. No de la esperanza que buscan mencionar oportunistas políticos en campaña, sino del real horizonte digno que todos merecen y que unos cuantos se empecinan en robarnos.

Inocencia que reconocemos en humildes y en niños pequeñitos. Y digo pequeñitos porque hoy la inocencia parece perderse rápidamente sea por planes educativos gubernamentales, por medios de comunicación o por progenitores que sobreestimulan.

La inocencia de aquellos niños de menos de dos años que murieron masacrados por las espadas de los soldados de Herodes es, lamentablemente, equiparable a la que dejan este mundo por las guerras, por la miseria, por enfermedades que hubieran sido evitables o curables, por el despiadado aborto, por la torpeza de los conductores en rutas, por los inacabables hechos de inseguridad que se viven en la provincia de Buenos Aires.

Pero también la inocencia se pierde tempranamente sin morir. Cada vez que el dolor de las pérdidas, el hambre, la necesidad y la ausencia de cariño maternal se instalan en la escenografía infantil.

No sólo los niños, también los grandes deberíamos conservar la inocencia en algún sentido. Deberíamos ser inocentes en cuanto a no cometer falta alguna en la convivencia cotidiana, deberíamos saber esperar con la paciencia de los más indefensos, y deberíamos conservar la sencillez del que sabe que tiene mucho porque tiene lo imprescindible.

 
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