Por estas horas nuevamente se nos imponen temas de “actualidad” asociados al comportamiento poco serio –como si alguna vez lo hubiera sido- de políticos que saltan de agrupación política a otra como un tierno conejito entre las flores.
Martín Insaurralde, que hasta el momento ha tenido más apariciones en publicaciones de la farándula que en espacios políticos, anunció que renunciará al cargo de diputado nacional con que fue coronado hace apenas un año y retomará la conducción de la intendencia de Lomas de Zamora a la que nunca renunció, seguramente reservándose un redil al cual retornar.
Insaurralde (¿se acuerdan de “MI Diputado”?), un desconocido para la mayoría de la población se vio beneficiado por una millonaria campaña publicitaria que pocos podrían haber costeado y que fue afrontada con recursos el Estado, es decir, por todos nosotros.
Un candidato que “nos representa” dijeron a coro más de la mitad de los intendentes de Buenos Aires y el propio gobernador Daniel Scioli.
Durante su fugaz paso por el Congreso el intendente-diputado Insaurralde poco hizo. Aunque en realidad hizo: se mostró tímidamente fiel en los dichos y sólidamente obediente a quienes allí lo pusieron, no los ciudadanos con su voto, sino a los kirchneristas.
Mientras lucía el rol de legislador y se paseaba por populares programas televisivos fue que comenzó a circular el posible cambio de partido del intendente-diputado Insaurralde: del kirchnerismo al massismo.
La foto del matrimonio Massa junto al intendente-diputado Insaurralde y su pulposa novia Jesica Wanda Judith Cirio puso en evidencia el coqueteo con la ¿nueva? fuerza política en ascenso. Como dijo más de un memorioso, los peronistas que ven a un líder aparecer, van presurosos a “socorrerlo”.
Al igual que ocurre con otros temas, es posible y sana la convivencia y la coincidencia. Eso construye, enriquece, ayuda. No es que sea imprescindible ser distinto para enriquecerse cultural, social o políticamente, pero la vida es así. Somos distintos, tenemos variantes de pensamiento y de acción, y encontrar puntos de acuerdo será, al menos, un acto de inteligencia.
Pero no se trata de eso. Los políticos, sobre todo los que más ambiciones tienen, quieren todo y todo a sus pies. Suman todo lo que pueden pero quieren obediencia más que conveniencia. La conveniencia dura poco, la obediencia tiene recompensa y se paga caro no ser fiel.
Pero, vale mencionarlo, como ocurre en casi cualquier situación de poder, quien lo ejerce no quiere que lo cuestionen. Quien gobierna nunca reconoce errores o tal vez lo haga, cuando pase suficiente tiempo y ya poco valor tenga tal reconocimiento. Se tiene tanto temor por las consecuencias que pudiera haber y parece tan sutil el hilo que une a su gestión con la comunidad, que reconocer un error los convence de que… se cortará. Se dice sin decir demasiado y, si conviene porque todo favorece, se habla a destajo.
Si el que tiene el poder, político en este caso, lo sostiene con artimañas más que con real consenso, tapando voces críticas con pauta, mostrando una realidad ficticia con medios cuestionablemente afines, no hay duda de que cualquier cosa que huela a criterio propio de un “soldado” será considerado alta traición. Le saltarán al cuello o lo ningunearán, lo que sea más útil como represalia.
La política partidaria –que no es lo mismo que sólo decir “la política”- nos tiene acostumbrados en general a acciones mezquinas. Fidelidad por conveniencias personales o sectoriales que se transforman en críticas despiadadas cuando aparece un mejor postor.
Hemos visto muchas veces cómo políticos cambian de montura en poco tiempo y pasan a defender lo mismo que criticaban y a criticar lo mismo que defendían, mientras la ciudadanía olvida. Vemos con preocupación cómo en cada elección muchos terminan votando un afiche, un slogan, dejando de lado un pasado cercano confuso.
¿Cambiar de partido político es grave? Tal vez no. Aunque no es lo mismo juntarse por cuestiones circunstanciales que ser parte del riñón de un partido, abandonar un cargo de intendente (sin renunciar) por encabezar una elección a diputado por especular para llegar a gobernador, luego renunciar al cargo de diputado y cancelar la licencia para volver a la intendencia, para seguir haciendo campaña por otro cargo, sin solucionar los problemas de los vecinos es una brutal tomadura de pelo.
El intendente-diputado Insaurralde volverá a un municipio con la mayoría sin cloacas, con la mayoría sin agua corriente, con altísima mortalidad infantil, a pesar de haber sido altamente beneficiado por recursos nacionales y provinciales.
Hacer un seguimiento de la trayectoria de un político para descubrir dónde están sus prioridades, a qué le puso las fichas, si tuvo un plan de acción en su gestión, en el caso de un intendente, es lo menos que debe hacer un ciudadano a la hora de votar. ¿Importaría el partido político al cual adhiere el funcionario en cuestión? Posiblemente no, si eso no fue obstáculo para atender los temas realmente importantes.
Las fichas de este curioso juego donde se saltan casilleros con demasiada facilidad seguirán teniendo oportunidades en tanto los ciudadanos sigan siendo apenas testigos y no actores de la realidad cívica.
Deberíamos recuperar la capacidad de reacción y escandalizarnos de estas y otras burlas a la sociedad. Deberíamos comprometernos más allá de las redes sociales (que también sirve).
Deberíamos “complicarnos” la vida y no poner el voto a una foto prolijamente tratada con PhotoShop, no comprar una frase creativa, no aceptar fotos de ocasión con famosos del espectáculo o el deporte, sino mirar con detenimiento cómo está el distrito, sus calles, sus hospitales, qué sucede ante una emergencia, dónde está el gobierno cuando los ciudadanos reclaman, etc. Y más etc.
-> Alberto Mora
Director de Contenidos