[2005] - De regreso por la autopista los domingos, Juan suele negociar con sus hermanos la ubicación más cercana a la ventana. Durante muchos meses ha visto, al pasar, cómo levantaban aquel edificio de grandeza imponente en el que trabaja su padre: un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno.

¿Viste cómo construyeron el edificio de papá?, expresa finalmente un domingo su madre con cariñosa pedagogía. ¡A base de cosas pequeñas! En esta sencilla expresión reside una de las claves más importantes de la vida matrimonial, familiar y laboral. La vida familiar -señala Enrique Rojas- hay que cuidarla a base de detalles, a base de cosas pequeñas. En efecto, la vida conyugal se compone de un mundo de detalles, y el secreto de una buena convivencia o de una vida matrimonial armoniosa, muchas veces radica en vivir bien esas cosas pequeñas.

La vida matrimonial puede crecer o puede desgastarse según cómo se vivan esos pequeños detalles de la convivencia diaria. Pero la convivencia familiar no se compone sólo de los acontecimientos especiales y festivos en los que la alegría y la unidad familiar brotan casi naturalmente entre sus miembros: cumpleaños; reencuentros con familiares que viven lejos; vacaciones; un ascenso en el trabajo; el esperado "recibirse", la fiesta de los 15 años.

La convivencia familiar y matrimonial cotidiana se compone de pequeños hechos ordinarios. Pero, ¿cómo lograr vivir bien lo pequeño de la vida matrimonial y familiar de cada día evitando la monotonía? La respuesta se encuentra contenida en aquella sencilla frase con que Otto von Bismark, uno de los más grandes políticos del último tercio del siglo pasado, contestó a su joven y tímida esposa que no le había acompañado en todas las vicisitudes de su brillante carrera. Ella le había escrito: "Me olvidarás a mí que soy una provincianita, entre tus princesas y tus embajadoras". El respondió: "¿Olvidas que me he casado para amarte?" Esta frase resulta clave: no se casó sólo porque la amaba sino precisamente "para amarla", lo que supone, además del sentimiento, un querer, una decisión voluntaria de buscar el bien de su esposa.

Con frecuencia se reduce el amor sólo al sentimiento. Los sentimientos provienen de lo que captan nuestros sentidos y se caracterizan por ser espontáneos. Por ejemplo, es inútil proponerse enamorarse; simplemente nos enamoramos sin quererlo a partir de lo que la otra persona nos provoca: atracción, simpatía, cariño, ternura; esto es, sentimientos positivos.

El amor es sentimiento pero también es algo más. ¿Por qué es tan frágil y corta la convivencia de muchas parejas y matrimonios? Precisamente, porque sus miembros reducen el amor al sentimiento que constituye sólo su aspecto "pasivo" o espontáneo.

Y así, mientras el otro miembro de la pareja o cónyuge les provoca sentimientos de gozo, placer y bienestar con su compañía, entienden que existe amor y la convivencia se mantiene. Pero cuando el otro u otra les deja de provocar sentimientos positivos -lo cual es lógico en cualquier convivencia humana, que tiene días y tiempos grises- se busca a alguien nuevo que los provoque.

En el fondo, quienes así conciben el amor, más que estar enamorados de una persona están enamorados del enamoramiento. Además de sentimiento, el amor es entrega o donación de sí mismo; y uno se entrega o se dona con actos de decisión, es decir, con la voluntad: por ejemplo, con actos de generosidad o ayuda en las tareas del hogar; haciendo agradable la vida del cónyuge dándole sus gustos personales; ayudándolo a crecer a través del consejo y el estímulo; estando pendiente y disponible para lo que necesita; compartiendo pensamientos, sentimientos, cosas, un hobby, un deporte, un arte, o una simple caminata; cuidando los detalles de delicadeza y respeto en el trato, los piropos, los actos de cortesía, el aspecto físico; evitando las discusiones innecesarias; aprendiendo a desdramatizar pequeños problemas en la convivencia diaria; sabiendo reconocer errores y defectos propios; y pidiendo perdón sin esperar a prolongados silencios que nunca tienen buen final.

Es fundamental advertir y vivir este aspecto activo del amor tantas veces olvidado o ignorado, que evita la rutina y el desgaste de la con vivencia, hace crecer el sentimiento y determina que la vida matrimonial no sea un azar sino un proyecto cuya realización depende de los cónyuges.

A manera de conclusión de estas líneas es oportuna la reflexión del Dr. Roberto Bosca: la vida familiar exige, sin duda alguna, comportamientos heroicos basados ordinariamente en cosas pequeñas. ¿Quién diría, por ejemplo, que no es heroica la sonrisa sincera ante la clásica sugerencia, la reiterada corrección, o incluso la ocasional voz de mando del cónyuge sobre la forma de conducir el automóvil con los niños jugando o llorando, en medio de un laberíntico regreso por la autopista en el atardecer de un apacible domingo?

¿Quién diría que no es heroica la cotidiana limpieza -sin quejas- de un cuarto de baño con reminiscencias de una trinchera de la primera guerra mundial, al ser abandonada precipitadamente por la retirada forzosa de su ocupante, que huye con prontitud hacia el trabajo o la escuela?

Hay sin duda un algo misterioso, hay evidentemente un soplo Divino en esa sonrisa y en ese esfuerzo silencioso, que construyen la posibilidad de una convivencia y una vida feliz, en un cuarto de baño con el piso mojado, o en un automóvil que serpentea lentamente en el atardecer del domingo. Es que, precisamente, en estas cosas pequeñas se determina el rumbo a una vida que enhebra, con el hilo de lo cotidiano, el milagro humano y Divino del amor.


-> Cristián Conen
Doctor en Derecho Matrimonial, director del Instituto de la Familia de la Universidad Austral.
Ex alumno del Colegio San Juan el Precursor