San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Las cosas pequeñas
   
Celebro la grandeza de las cosas pequeñas;
de las cosas triviales, sencillas, hogareñas.

Quisiera que este verso fuera un canto de gesta
que exalte las hazañas de la gente modesta.

Quisiera que este verso fuera un himno discreto
que exalte al hombre medio, responsable y concreto.

Quisiera que este verso resulte una balada
que exalte al hombre honrado y a la mujer honrada.

Celebro la batalla de apariencia anodina
que se libra en los campos de la diaria rutina.

Celebro el desenlace de aquellas aventuras
vividas al amparo de existencias oscuras.

Celebro los minutos, los heróicos minutos,
donde juegan ocultos corajes diminutos.

Celebro a tanta gente que empieza la jornada
levantándose alegre en plena madrugada.

Celebro ese gobierno que ejercen las mujeres
y que los formularios definen: sus quehaceres.

Gobierno que se inicia cuando encienden puntuales
en sus casas dormidas los fuegos matinales.

Celebro los aromas que inundan la cocina:
celebro la fragancia del café y de la harina.

Celebro cada gesto, celebro cada frase,
preparando los hijos cuando van a clase:

que ajustar la corbata, que observar los detalles,
recomendar cuidado para cruzar las calles.

Y celebro a los chicos con delantales blancos
cuando escuchan atentos sentados en sus bancos.

Celebro las lecciones sabidas a conciencia;
los triángulos, los mapas, pintados con paciencia.

Celebro al artesano que inicia la mañana
subiendo a un colectivo de línea suburbana.

Celebro al operario que una y otra vez
toma el tren de las cinco, las cinco y veintitrés.

Y celebro al empleado que espera en la estación
con su camisa limpia brillante de algodón.

Celebro al comerciante de procedencia itálica
cuando alza tarareando la cortina metálica.

Celebro a los gallegos rotundos y formales
que rigen almacenes de Ramos Generales.

Y celebro a los griegos del quiosco en las esquinas
que amables nos despachan tabaco y golosinas.

Celebro al laborioso capataz provinciano
-santiagueño, puntano, chaqueño o tucumano-.

Y celebro al asiático tintorero cortés
al sirio diligente y al jocundo irlandés.

Celebro con nostalgia los frugales reseros
jinetes de la aurora que cruzan Mataderos.

Y celebro al tambero que entre el barro y la bruma
reitera su milagro de blancura y espuma.

Celebro los camiones de brillantes colores,
cargados con verduras y cargados con flores:

celebro los cajones con apio y berenjenas;
celebro los manojos de rosas y azucenas.

Celebro los efectos del jabón y del agua;
los fuegos de artificio que bailan en la fragua.

Celebro la epopeya del trabajo bien hecho,
del horario completo, del deber satisfecho.

Celebro las proezas del último escribiente
que no demora el curso que sigue un expediente.

Celebro la respuesta simpática y precisa.
Celebro la fatiga detrás de una sonrisa.

Celebro la tarea comenzada y concluída.
Celebro la herramienta que se limpia y se cuida.

Celebro los mordiscos exactos de la lima.
Celebro que se acepten los rigores del clima.

Celebro cada golpe del formón y el martillo.
Celebro las hiladas parejas de ladrillo.

Celebro a quien mensura los alcances de un riesgo
cuando avanza prudente por atajos al sesgo.

Y celebro asimismo la decisión valiente
que conlleva en ocasiones a jugarse de frente.

Celebro la costumbre de decir la verdad.
Celebro la costancia. Celebro la amistad.

Celebro la finura de esa ayuda encubierta
que se presta de modo que ninguno la advierta.

Celebro los escritos con renglones prolijos.
Y celebro el coraje de tener muchos hijos.

Celebro que se cumplan los acuerdos verbales.
Celebro la clemencia de los buenos modales.

Celebro al funcionario que cumple sus funciones.
Y celebro al veciono que riega sus malvones.

Celebro a quien comparte la pesadumbre ajena.
Celebro a quien celebra la dulce Nochebuena.

Celebro al vigilante. Celebro al carpintero.
Celebro el trato franco y el amor verdadero.

Celebro las parejas de novios que en verano
caminan por los parques tomados de la mano.

Y celebro el cariño de mujer y marido
cuando llevan ya un largo camino recorrido.

Celebro los abuelos que rien con sus nietos.
Celebro a quienes saben mantener los secretos.

Celebro los cimientos, celebro los puntales,
que sostienen ocultos las bellas catedrales.

Celebro al hombre humilde que construye un país:
del árbol florecido celebro la raíz.

Celebro a los que pisan con firmeza en el suelo
mientras alzan confiados su corazón al cielo.

Y concluyo este verso con el párrafo aquel:
quien es fiel en lo poco será en lo mucho fiel.


[Del libro "Las Cosas" de Juan Luis Gallardo. Noviembre de 1977]

 
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