Máxima Zorreguieta cobró notoriedad hace unos años para muchos, pero principalmente para un público que mira con cierto asombro las cuestiones de la realeza, sobre todo de la alicaída realeza europea.
Máxima, es apetecible para los medios como símbolo de exito y hasta de picardía, ya que no pocos piensan que conquistar a su marido, heredero de la corona holandesa es comparable a una jugada propia del fútbol, una gambeta brillante que terminó en gol.
Los ávidos seguidores de las vulgaridades de la farándula, del cuarto de hora de muchos que se nos meten a la fuerza en lo cotidiano a través de la tele, ven boquiabiertos el éxito de Máxima Zorreguieta, una mujer que nació en la Argentina pero elige renunciar a ella por la corona.
Una mujer linda sin dudas, con una belleza acorde con el país que adoptó como propio. Desde la lejana Argentina muchos -y muchas- que miran a Europa anhelando el brillo, la gloria y el prestigio del pasado, están embelesados con la idea de una "reina" argentina, algo bastante más banal sin dudas que la elección de Jorge Bergoglio como Papa. Pero vale para la hinchada que vitorea cualquier mérito de un coterráneo como de todo un país, no importa la disciplina en la que se haya destacado.
Según se sabe, Máxima estaba de viaje por Sevilla en tiempos en que vivía en concubinato con el alemán de confesión judía Dieter Zimmermann, cuando conoció en persona al príncipe de Orange por intermedio de una amiga que ofició de Celestina y que parece haber trabajado insistentemente en que este encuentro se produjera.
Máxima Zorreguieta despertó cientos de comentarios sobre su figura, su forma de vida y sus caros vestidos. Pero lo más sorprendente es que, para congraciarse con la realeza a la que pertenecía Guillermo, tuvo que renunciar a su religión, tuvo que prometer educar a sus hijos en el protestantismo, tuvo que renunciar a que sus padres presencien su casamiento y también su coronación, tuvo que renunciar a la ciudadanía argentina, tuvo que prometer y firmar un contrato pre-nupcial donde se establecía que llegado el caso de un divorcio, ella no tiene patria-potestad de sus hijos, que no podrá decidir sobre la educación de sus hijos, que no tendrá derecho sobre bienes gananciales ni sobre el sueldo que percibe por su rango real. También le están vedadas algunas otras cosas menos importantes como usar anteojos oscuros, vivar por la Argentina en un partido de fútbol o fumar en público.
Máxima renunció a la fe de sus padres, a su nacionalidad, a sus padres y a sus hijos. Así son las elecciones de la "reina argentina".