Puede haber muchas razones para que uno, cualquiera de nosotros, no esté en el lugar indicado cuando suceden acontecimientos importantes.
Cuestiones de trabajo obligan muchas veces a ausentarse de las reuniones en el colegio, los actos de egresados y de la primera Comunión. Por compromisos difíciles de evitar –como lo es el trabajo o viajes-, muchos padres no están al lado cuando un dolor llega a la vida de los hijos.
Son ausencias que pueden dejar marca o asumirse como circunstancias justificadas. Lo importante será saber, tarde o temprano, que esa persona que uno deseaba tener al lado tenía la voluntad, el deseo de estar y, realmente, no pudo. No fue una excusa, no reemplazó algo trascendente en la vida de un hijo por una actividad que podía postergarse o cancelarse.
Luego, no habrá resentimientos. Nos hubiera gustado que fuera de otro modo, pero aceptamos que no se pudo y que estamos unidos por otras cosas también importantes.
Cristina Fernández, la presidente de la Nación, no es nuestra mamá sino sólo de un tal Máximo y de una tal Florencia. Y no sabemos si ella estuvo en todos los actos escolares, cuando egresaron de algún nivel de su educación o cuando algo importante les pasó.
Lo que sí sabemos que al menos en algunos hechos trascendentes y trágicos, que debieron o se esperaba contar con ella, ocurrieron dejando dolor y angustias sin que se hiciera presente.
La multitudinaria marcha de Abril del 2004 (con 150.000 personas en las calles organizada por la ola de violencia y la muerte de Axel Blumberg), el brutal incendio provocado de la discoteca República Cromañón (con su saldo de 194 muertos y al menos 1.432 heridos en Diciembre de 2004), la caída del avión de la compañía Sol en Río Negro en Mayo de 2011 (que dejó 22 muertos), la aparición en Agosto de 2011 del cuerpo sin vida la niña Candela Rodríguez que mantuvo en vilo a todo el país, la tragedia de Flores en Septiembre de 2011 (cuando murieron 11 personas), la tragedia de Once (con su saldo de 52 fallecidos y más de 700 heridos), no contaron con la presencia de Cristina Fernández. Ella (y su marido, en el caso de la marcha por Axel y el incendio de Cromañón) estaban ausentes frente al dolor, la pérdida, la sinrazón de la tragedia.
Cuando ocurrieron las recientes inundaciones en la ciudad de Buenos Aires podría haber estado, pero alguien le habrá sugerido que ese territorio gobernado por Mauricio Macri no convenía ser pisado. Tampoco Macri estuvo (estaba a unas 12 horas de vuelo, a casi 3.800 km., de vacaciones en Brasil) ni Horacio Rodríguez Larreta (estaba en Europa).
Cristina Fernández sí eligió acercarse a La Plata (qué paradoja…) el 3 de Abril y mostrarse con algunos vecinos. Un buen gesto, aunque sorprende que su discurso de la víspera haya obviado mención alguna de la tragedia y que sus inexactitudes sobre el arroyo El Gato la pusieran en evidencia con su desconocimiento de la zona en la que creció. Los 54 muertos y los incalculables daños materiales que podrían haber sido menores, si se hubieran concretado las obras sugeridas por especialistas hace años al intendente Julio Alak (actual Ministro de Justicia y Derechos Humanos de la Nación) son el saldo del horror.
Pero, para ampliar el panorama de las ausencias, en estas inundaciones platenses tampoco estuvo –y encima mintió al respecto- el actual intendente Pablo Bruera. El funcionario kirchnerista se encontraba en Brasil y un twit lo ubicaba en la zona del desastre. El gobernador Daniel Scioli, por su parte, tampoco se apersonó junto a los habitantes de la ciudad capital de la provincia hasta varios días después, con posterioridad a la visita presidencial a La Plata.
Situaciones similares se dieron y, seguramente, se seguirán dando. Funcionarios, concejales, ministros, que no aparecen en los lugares indicados si "que huelen" problemas, reclamos o presencias opositoras, que no caminan las calles salvo que los manden a poner la cara o que estén "en campaña". Ahí es cuando visitan comercios, se reúnen con "el pueblo", alzan niños, etc. Luego, si los toca la varita mágica del voto, difícil será para los vecinos no partidarios hallarlos para plantearles una inquietud o hacerles algún reclamo.
Dime a quien visitas y te diré quién eres
Incomprensiblemente, Diego A. Maradona, el ex mejor jugador de fútbol del mundo, que nos mostró todos o casi todos sus vaivenes personales –drogadicción, obesidad, alcoholismo, declaraciones estruendosas, sus infidelidades, etc.- decidió volar por estas horas a Venezuela a apoyar al socialista Nicolás Maduro en el final de la campaña presidencial.
Es el mismo Maradona que se acostó con cuanta mujer pudo, que tuvo varios hijos –algunos de ellos reconocidos sólo por acción de la justicia- y que a pesar de que el 13 de Febrero nació su hijo Diego Fernando, aún no conoció. Salvo que verlo por Skype se pueda considerar "conocer" o "reconocer".
Maradona es, sin dudas, una figura deportiva surgida de un talento excepcional que trajo desde la cuna y lo sacó de la pobreza en la que nació. Si no hubiera tenido esa increíble habilidad, tal vez, hubiera sido uno más en la villa. Tal vez hubiera tenido una vida normal, de trabajo, de sencillez. Aunque, si parte de lo vemos de él hoy no se enraíza en su temprana popularidad sino en características propias y anteriores, tal vez hubiera sido el mismo adicto, el mismo boquifloja, el mismo que hubiera tenido hijos por doquier, el mismo pícaro que bordea la ilegalidad o se regocija de ella (¿qué fue sino el gol con la mano…?).
Maradona es una exageración. Fue una exageración de talento, pero también lo fue de vicios, de amoríos, de consumo, de despilfarro, de comida, de cigarros, de golf, de fanatismos y de todo lo que transita.
Pensar que elige el dinero o el aplauso fácil de la tropa socialista del chavismo antes que la tibieza de la piel de su hijo es, una vez más, una expresión de la exageración y del descontrol.