Tiempos raros los que se viven donde mucho es, literalmente, una “puesta en escena”. Se dice lo que conviene decir, al público que lo desea escuchar, para que nadie cuestione, para que todos aplaudan, para escalar un mísero peldaño, para opacar a otro.
Al decir “puesta en escena” hablo de eso que es propio del escenario. Cartón pintado, maquillaje, simulación grosera o sutil, actuación. Eso con lo que convivimos a diario y que nos llega por los medios de comunicación, principalmente. Todos sabemos que se nos está mintiendo, que se nos está diciendo una cosa por otra, pero no nos rebelamos con la contundencia debida. Estamos ocupados -cuando no acostumbrados-, a que nada es lo que parece. O casi nada.
Es curioso, raro o sorprendente, cómo todo o casi todo pasa por la imagen, lo que se ve y lo que parece ser.
Desde los que viven bajo el mismo techo pero que dicen que tienen una “pareja” porque llamarlo “concubino” les parece feo, hasta los que se rebelan con violencia cuando se les dice que cometieron una “falta” al conducir en la calle, hay de todo en lo cotidiano.
La presidente de la Nación, Dra. Cristina Fernández, hace su puesta en escena con cada alocución pública. Con mohines propios de una adolescente, buscando una gracia constante frente a una cohorte de reidores oficiales y otros por circunstancial conveniencia, realiza comentarios de toda índole sobre temas ajenos a la conferencia, haciendo que no encuentra lo que sabe que tiene entre sus papeles, da órdenes, señala con el dedo, advierte, demoniza, saca tapas ampliadas de diarios (de la “cadena oficial del miedo y el desánimo”) y defiende todo lo que emana de su gobierno o sus aliados.
Lo último, fue escucharla apoyar la salida de un asesino para presenciar “actos culturales” como camino de reinserción. Podría no haber dicho nada, pero eligió hacerlo y tomando partido por algo que para los familiares de la víctima y para cualquier ciudadano es ofensivo, incomprensible.
La justicia hace su puesta en escena también. Con el aplomo de quien mira el panorama y analiza, de quien conoce la ley y la interpreta como sea más conveniente, hombres y mujeres de sus filas en distintas instancias nos dicen que trabajan de acuerdo a las normas, cuando en verdad las utilizan para acomodarlas para que todo –o casi todo- sea un poco más complicado para los ciudadanos decentes, normales, corrientes, y más cómodo para quien cometen macanas grandes, suculentas, sostenidas e irreverentes.
Vemos así cómo un padre o una madre debe intentar sobrellevar con altura la incomprensible, injusta y grotesca muerte de un hijo a manos de un delincuente que estaba en libertad,… porque la ley se lo permitía. ¿Qué actitud debe tomarse cuando un probado violador con salidas en libertad espera el momento oportuno para violar a una joven, y como no lo consigue la mata con decenas de puñaladas…? ¿Es acaso un país con justicia cuando esto ocurre con abrumadora insistencia?
Acabamos de ser testigos de cómo el Dr. Rafael Sal Lari, con el apoyo de integrantes de la corporación judicial y del poder político, quedó en libertad de acción para retomar sus funciones de juez sin que el Jury de Enjuiciamiento tomara en cuenta sus fallos de liberación de delincuentes peligrosos que mataron e hirieron gravemente. Es el mismo magistrado que permitió que el sacerdote Antonio Mercau -que abusó de chicos durante años en un hogar que debió ser la solución y fue el camino de una tragedia-, no esté en la cárcel. Y hay mas casos para el horror y para que cualquier ciudadano común se sienta decepcionado, angustiado y desesperanzado.
La misma Justicia, la de la Corte Suprema, acaba de decirnos que prescribió la causa que implicaba a la agrupación Montoneros, a Mario Firmenich, a Horacio Verbitsky y a otros, por la bomba en Coordinación Federal que provocó la muerte de 23 personas. Una muestra más de que hay delitos de los “años de plomo” que merecen condena y otros que no.
El mundo empresario también hace su puesta en escena, sobre todo en los sectores cuestionados por atacar al medio ambiente. Amparados por los huecos de la ley o por jueces favorecedores o por funcionarios de distinto rango, se solazan sobre plazos inmorales para dejar de contaminar. Ni hablar de las empresas de transporte: las que llevan y traen gente apiñada en vehículos mal mantenidos, pero recostadas sobre la trampa de subsidios históricos, y las que llevan y traen productos peligrosos y no declaran los mismos para pagar menos seguro. De todo hay en ese sector del que el Estado conoce pelos y señales.
En una consecuencia de las muchas que provoca la aberración jurídica del “matrimonio igualitario” el martes 31 de Julio vemos cómo la ley facilitó que dos hombres de inclinación homosexual inscribieran a un bebé -con las sonrisas del jefe de gabinete porteño Horacio Rodríguez Larreta- teniéndolos a ambos… como padres. “Dos padres” permite la ley en clara oposición al sentido común y a la naturaleza. A esta torpeza habrá que sumarle a los hombres que tienen documentos que dicen que su dueño “es mujer”, aunque si los encontramos en un vestuario no podamos coincidir.
La tele, tan cuestionada desde hace décadas, donde una brevísima animación anuncia cada noche a las 22:00 que “comienza el horario de protección al menor” desde el comienzo de cada día se empecina en promocionar cuanta cosa berreta hay por mostrar.
En esa pantalla, habitante “fundamental” de muchos hogares argentinos, cualquier advenedizo “que mida” para las también cuestionables medidoras de audiencia, se transforma en una pieza que se disputarán (con perdón de la palabra) las productoras y canales, para que haga de las suyas al mediodía, a la tarde y a la noche. Cualquiera es “actriz” o “actor”, cualquiera recorre canales y cobra sabrosas cifras ofensivas para ser visto por todos, aunque sea por poco tiempo, aprovechando su “cuarto de hora”. No importa si es bueno lo que hace, no importa si construye o destruye, no importa si es decente o pervertido. Podrá ser una jovencita que se exhiba impúdica y en poco tiempo ya tenga en su haber una larga fila de futbolistas, empresarios y actores que pasaron por sus sábanas, o un promotor del consumo de drogas. Casi todo vale… si “mide”.
en la radio –antes más sana que la pantalla chica- la cosa no es muy distinta. Nos sorprende a muchos escuchar cómo conductores, locutores y periodistas se despachan con groserías e insultos de toda clase a toda hora. Incluso hombres de dilatada y respetable trayectoria nos espetan su hablar “como el pueblo” en horarios “aptos para todo público”. Dejando de lado todos los recursos que tienen para decir con dureza cualquier cosa, si es necesario, sin llegar a la grosería de albañal, nos acosan con vulgaridades vestidas de gracia que ni en la confianza de un grupo de amigotes tal vez utilicemos.
La falta de autenticidad, la mascarada, la simulación para sobrellevar una situación negociando los principios -si alguna vez se tuvieron-, es tan grosera en tantos casos, que el simple ciudadano común que vive con mayor espontaneidad y credibilidad en el llano de la vida diaria, no puede menos que sentirse apabullado. Lógicamente, no tiene muchas opciones, o se expone al escándalo o se dedica a hacer foco en lo concreto: en su familia, en sus esfuerzos, en la sana amistad de sus pares que puede lograr sólo quien vive fuera del escenario de las mezquindades.
-> Alberto Mora