Las palabras no cambian de sentido. Es el sinsentido el que las maltrata.
Nos asaltan, nos presionan, nos empujan para que las incorporemos, para que las consideremos válidas.
A cada paso, se nos presenta un sistemático vaciamiento de términos que no es sólo una cuestión de formas. Mucho antes de que las palabras empiecen a significar lo opuesto o, al menos, otra cosa distinta de lo que significaban, la realidad de los valores, del sentido común, de lo importante… ya había cambiado.
Un fox terrier, una azalea, un canario, serán, desde el momento en que surgen a la vida y hasta su muerte eso mismo: un fox terrier, una azalea y un canario. No pueden –y no querrían si pudieran- ser otra cosa.
Desde hace ya unos cuantos años se nos presentó a un hombre vestido de mujer como "ella". Se habló de "ella", como "actriz", como "capocómica", como "luchadora", buscando ocultar su auténtica condición de hombre, a la cual no parece él querer –por decirlo de simbólicamente- "renunciar" (cirugía mediante).
Roberto Trinidad, más conocido como Florencia de la V, un ícono de estos tiempos sin instituciones serias –también vaciadas de contenidos y objetivos- no sólo sigue presentándose como que cree ser, una mujer, sino que la gente, el público, se refiere a él… como ella.
Está claro que no es el único caso, pero trasciende más por su participación en los medios, en especial la televisión, su gran socia.
Hasta ahí, lo que se nos metió en lo cotidiano, Roberto no es Roberto, es Florencia. Y ya no es imprescindible que sea un berretín el hacerse llamar de ese modo: la Justicia Contenciosa Administrativa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires -sin exámenes ni pericias médico-psiquiátricas o estudios socioambientales -se ocupó no sólo de imponer su propio capricho de cambiar la partida de nacimiento para que Roberto, tenga D.N.I. con el nombre Florencia, sino que fue el propio ministro del Interior, curiosamente "Florencio" Randazzo, quien se lo puso en las manos.
Es decir, en la Argentina es posible elegir ser algo distinto de lo que la naturaleza, con su siempre maravilloso funcionamiento, mandó que fuera: Hace más de 30 años nació un varoncito. Pero como es homosexual y siempre fantaseó con ser mujer y unirse en "matrimonio" el Estado le reconoce todo. Sólo falta que lleguen los hijos del vientre alquilado (otra locura propia de estos tiempos) en el exterior para que quien nació Roberto y el odontólogo Pablo Goicochea salgan en la foto como "papá", "mamá" y "los nenes".
En la misma senda de barbaridades, hace poco tiempo otra unión del mismo sexo, protagonizada por dos mujeres dio la nota con una situación similar: Adriana y Florencia son lesbianas. Una de ellas se embarazó gracias a un donante de esperma y de esa fecundación nacieron dos niñas que fueron inscriptas en el Registro Civil 3 Seccional Rosario de la provincia de Santa Fe como hijas… de 2 madres, pero sin padre.
Afortunadamente, y aunque la Justicia o el Estado, busquen imponer estos caprichos o, mejor dicho, aberraciones jurídicas, los hombres seguirán naciendo hombres y buscarán afanosamente relacionarse con mujeres. Y las mujeres se empecinarán en coquetearle… a hombres. Y ambos, más allá del devenir de sus vidas, buscarán –no siempre con pasos certeros- formar una unión estable y tener hijos.
Nos compete a todos, por raro que parezca, seguir siendo fieles a la naturaleza y promoviendo la salud integral de la sociedad llamando a las cosas por su nombre, evitando en los niños y jóvenes que la confusión de los malos entornos los lleve por caminos equivocados y de difícil retorno.