De la noticia que inunda los medios de prensa en todo el mundo y que provoca adhesiones en gobernantes y analistas, el asesinato de Osama Bin Laden, el líder de Al-Qaeda que emprendió el brutal ataque al World Trade Center hace una década, surgen interrogantes sobre si este hecho puede ser considerado "un acto de justicia".
EE.UU. fue -y es- un país que participó y promovió un sinnúmero de conflictos armados en su historia, además de ser uno de los principales productores de armas del mundo. Hechos indiscutibles que lo ubican en un contradictorio lugar en el concierto de las naciones. Por su parte, Bin Laden fue, según trasciende, entrenado por la CIA y financiado junto a otros cuando se organizaron las tropas rebeldes por la invasión de la Unión Soviética a Afganistan. Luego vendría la andanada de atentados y acciones terroristas.
EE.UU., con el argumento de "defender la democracia", incursionó en no pocas ocasiones en la política interna de otros países, y en los últimos años presionó con fondos y políticas globales en cuestiones tan sensibles como la defensa de la vida intrauterina, promoviendo otros atentados hacia inocentes.
Ahora bien, ¿es posible considerar que aunque Osama Bin Laden utilizando su religión como instrumento para la violencia haya planeado y dirigido aquella locura que dejó tantas vidas sesgadas (se calculan 3.000) en Septiembre de 2001, su asesinato mediante un grupo comando sea, precisamente un acto "justo"? ¿No hubiera sido realmente justo detenerlo y encarcelarlo?¿Acaso eso era más riesgoso que lo que Al-Qaeda pueda emprender contra EE.UU. en su territorio o cualquier lugar del mundo ante lo ocurrido?.
Esta consideración (la de detenerlo y encarcelarlo), tal vez, sea desechada por aquellos que se rigen por el antigüo "Ojo por ojo y diente por diente" (muchos más de lo que parece), capaces de apoyar una brutalidad contra quienes emprenden brutalidades, aunque parezca un perverso juego de palabras. Una postura totalmente opuesta es la que debe apoyar un hombre de paz, ya que nada bueno puede surgir de algo malo. Y el asesinato y la muerte -de cualquiera- no puede alegrar a nadie.
El asesinato de Bin Laden cerca de Islamabad, la capital de Paquistán, comunicado oficialmente por el presidente BarackHussein Obama II (49), constituye una noticia que gana espacios en los medios junto a las "celebraciones" de presidentes aliados como Nicolás Sarkozy, de Francia, José Luis Zapatero, de España, el primer ministro británico David Cameron, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, y el ministro de Asuntos Exteriores de Italia, Franco Frattini, entre otros.
"El 11-S prometimos proteger a nuestra nación y traer a quienes cometieron este acto ante la justicia", dijo Obama. "Hoy se hizo justicia", expresó estableciendo el asesinato del lider de Al-Qaeda como el modo de llevarlo "ante la justicia".
"El 11 de Septiembre fue oscurecido por los atentados. Hubo niños que fueron obligados a crecer sin sus padres o sus madres y miles de ciudadanos quedaron con un gran agujero en su corazón", dijo el presidente norteamericano.
De todas maneras, la baja del enemigo público N°1 de EE.UU. no se traduce en el fin de las operaciones militares aliadas en Medio Oriente. "La lucha contra el terrorismo sigue", aseguró en referencia a la capacidad de Al-Qaeda de reestructurarse a pesar del duro golpe hacia el interior de la organización.