Es un sentimiento raro el de la amistad, a veces tan esquivo, a veces tan espontáneo y sorprendente.
En mi caso personal siempre dije que a mi esposa me unió desde nuestra adolescencia una particular amistad y se dió -como tan claramente lo expuso Karol Wojtyla en su libro "Amor y responsabilidad"- un proceso de atracción, simpatía, noviazgo, amor, que sostiene nuestras vidas tras 25 años de matrimonio.
Con esta amiga -ya que el estar casados no invalida la amistad- hemos vivido momentos de mucho diálogo, de risas hasta el llanto, de lágrimas por padres y amigos que se fueron de este mundo, nos ha importado mucho saber cómo estaba el otro, hemos discutido y nos hemos reconciliado, nos hemos adivinado y nos hemos entendido. Y, a pesar de los años transcurridos, nos sigue entusiasmando encontrarnos y contarnos lo que nos pasa y lo que planeamos.
Este soporte de amistad -una expresión del amor en definitiva- es lo que hace de esta unión algo indestructible. Somos parte de esa mayoría que cree firmemente que el amor (y la amistad) requiere trabajo, constancia, palabras, aunque las ocupaciones y preocupaciones, a veces, recorten la atención y la presencia.
Curiosamente, aunque es una larga tradición en nuestro caso, mi amiga Gladys cumple años el día del amigo. Por lo que siempre recibió dos regalos ese día.
La amistad es incondicional, está a pesar de todo y en mi amiga eso es indiscutible: tiene paciencia, escucha, dice (a veces con palabras y otras veces con actitudes) lo que hace falta decir, siembra porque sabe que habrá cosecha, y respeta con sabios silencios cuando hace falta.
Los amigos no siempre aciertan en lo que uno espera de ellos, pero vale la pena reconocer la amistad donde se la encuentre. Como en el comienzo de esta reflexión, en ocasiones uno siente que es amigo de alguien a quien apenas conoce y eso es gratamente placentero.
Otras veces uno llega a considerar amigo a alguien sólo luego de algún encuentro especial (una charla ocasional), a pesar de conocerlo por cuestiones laborales, por ejemplo.
Para los que tenemos la suerte -o bendición- de contar con la amistad en el paisaje cotidiano, la vida tiene un sabor distinto, algo difícil de explicar con palabras, pero fácil de experimentar con actitudes y gestos, tan cotidianos como excepcionales.