La destacada fotógrafa Inés Miguens, vecina de La Horqueta y discípula de gran Pedro Luis Raota, editó un libro de fotografía titulado “Hijos del Sol”, junto a su colega Angela Capello.
El trabajo editorial muestra en forma exquisita, el legendario Camino del Inca en Bolivia, Perú y Ecuador. Las autoras realizaron varios viajes para reunir las fotos del libro. Las imágenes en blanco y negro siguen el recorrido del largo entramado de caminos, que comunicaban el vasto imperio incaico.
El texto de Peter Frost relata la historia de su civilización y describe las costumbres que continúan teniendo hoy una gran significación. Todo en el pintoresco marco de los habituales lugares de reunión, como los coloridos mercados donde intercambian sus bienes y los imponentes enclaves religiosos donde realizan sus ofrendas.
Editado por la editorial Lariviére en una cuidada edición bilingüe (español-inglés), el libro muestra imágenes de un mundo casi desconocido, para quienes somos ajenos a ese cosmos indígena, que ha sobrevivido a la llegada del conquistador español.
Las 134 fotos seleccionadas por las fotógrafas argentinas exhiben costumbres, paisajes y construcciones monumentales, cultos sagrados, peregrinaciones, festividades y tradiciones que llegan hasta nuestros días.
El trabajo, centrado especialmente en los pueblos que habitan los territorios de Bolivia, Perú y Ecuador, y que conforman el Camino del Inca (Qhapaq Ñan), incluye un recorrido impresionante cuyos tramos principales están rodeados de montañas y ciudadelas monumentales.
Pero también las fotografías se detienen en la cotidianidad del pueblo, con las mujeres andinas que salen a trabajar llevando a los hijos en sus espaldas sujetados con aguayos, los días de fiesta, que en los Andes son también días de mercado.
Aparecen las caras de los chamanes quechuas en el momento de sus rituales, los pequeños pastores y sus rebaños de ovejas; las estrechísimas calles del Ollantaytambo de estos días, que conservan el trazado del plan inca original, además de impactantes vistas de Machu Picchu, descubierta por el explorador norteamericano Hiram Bingham en 1911.
A su vez, el texto de Frost sintetiza los orígenes de la cultura incaica, y se remonta al primer asentamiento urbano de América que se estableció en las costas peruanas, al norte de Lima, hacia 2600 a.C., poco después del reinado del legendario Gilgamesh y casi al mismo tiempo que la fundación del reino de Egipto.
Los sumerios y los antiguos egipcios han desaparecido hace largo tiempo, pero el habitante andino permanece aferrándose a sus orígenes antiquísimos.
Los pueblos quechua y aymara de hoy provienen de oleadas de inmigrantes que cruzaron el estrecho de Bering hacia Norteamérica y llegaron a la región andina once mil años atrás. El primer gran imperio andino afloró en la zona de Tiwanaku, en el lago Titicaca, cuya cultura apareció alrededor del siglo III a. de C. aproximadamente.
Fue un lugar de peregrinación religiosa pero una severa sequía provocó el colapso de la civilización en el año 1000 d. de C.
La única ciudad que se salvó fue el Cuzco y hacia finales del 1100 los incas comenzaron a extender su poderío. De ser una pequeña tribu se convirtieron en el más grande imperio terrestre, que dividido en cuatro regiones fue llamado Tawantinsuyu.
Con un férreo control del territorio, desde el Amazonas hasta el Pacífico, el estado inca se fortaleció a través de una red de caminos pavimentados en piedra por los que circularon en su momento de mayor esplendor más de 10 millones de personas.
Una superficie que llegó abarcar hacia el sur del Perú todo el Bolivia moderno, el actual Chile hasta el sur de Santiago, el noroeste argentino hasta Mendoza, mientras que al norte se extendieron hasta los límites entre lo que es hoy Colombia y Ecuador.
El Cuzco se convirtió en un centro de poder sagrado y de peregrinaje de una elite, mientras que la religión oficial caracterizaba al inca mismo como la encarnación viva del Sol.