El sol -tan necesario para ciertos procesos metabólicos- puede convertirse en un grave peligro para la salud si no se toma con moderación y protección adecuada. La radiación solar es responsable tanto de las quemaduras por la exposición prolongada, como de las lesiones de la piel por efecto acumulativo a lo largo de los años. Estos efectos nocivos cubren un amplio abanico, desde las antiestéticas arrugas por fotoenvejecimiento hasta las lesiones malignas, incluyendo el melanoma.
Las radiaciones solares que llegan a la tierra comprenden, además de la luz visible, los rayos ultravioletas (UV) y los infrarrojos. Si bien los ultravioletas son los de mayor poder energético y, por lo tanto, los más nocivos, la luz visible y los infrarrojos pueden acelerar los efectos dañinos de la luz ultravioleta sobre la piel y son los responsables de los síntomas del golpe de calor.
La luz visible, junto con los rayos ultravioletas (UV), al integrarse con la piel favorece la síntesis de vitamina D. Los UV son de tres tipos: A, B y C. Afortunadamente los C y parte de los B no llegan a la superficie terrestre gracias a la acción protectora del ozono atmosférico. Pero la mayoría de los A llega hasta la piel y produce un bronceado inmediato que, con los años, lleva al fotoenvejecimiento. Tanto los UVA como los UAVB provocan reacciones en todas las capas de la piel, estimulan la producción de nuevo pigmento, forman radicales libres, provocan muerte celular y, sobre todo, mutaciones en el ADN.
Si se tiene en cuenta el deterioro sufrido por la capa de ozono, es inevitable deducir que grandes masas poblacionales ven aumentados los riesgos de padecer enfermedades causadas por la radiación solar en su conjunto.
La piel se defiende
Investigaciones científicas realizadas en las últimas décadas demuestran que ante la agresión solar todos los componentes de la piel reaccionan defensivamente. La epidermis se torna más gruesa, los vasos de la dermis se dilatan, dando el color rojo tomate. Luego de tomar sol, se produce edema y supresión del sistema inmune local -las defensas propias del organismo-. También se forman radicales libres, que son moléculas capaces de iniciar reacciones químicas y causar deterioro celular. Normalmente, ciertos procesos enzimáticos los mantienen en concentraciones compatibles con el buen funcionamiento celular. Pero el mecanismo defensivo más importante y efectivo es la melanogénesis.
Este es el proceso por el cual las células que producen el pigmento melanina -melanocitos- lo sintetizan en mayor cantidad y lo distribuyen a las células de la piel, depositándolo a manera de capuchón sobre el núcleo celular protegiendo al ADN.
Por lo tanto, el codiciado bronceado, lejos de ser un signo de salud, representa una respuesta de la piel ante la agresión de los rayos ultravioletas.
Todos los mecanismos de defensa disminuyen con la edad y con las exposiciones repetidas a las radiaciones solares. Cuando estos sistemas se tornan insuficientes por excesiva exposición o por carencia de protección adecuada, los signos del daño en la piel se hacen visibles.