San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Una charla pendiente
   
Hace casi 20 años que egresé del ISER como Locutor Nacional, profesión que ejercí desde ese momento sin descanso (tan solo con los naturales vaivenes propios de cualquiera) y que me ha permitido gran cantidad de experiencias.

Lo curioso es que, a diferencia de muchos otros, yo no "jugaba" a ser locutor cuando era niño, ni fantaseaba con ser un animador, ni era el que oficiaba de maestro de ceremonias en los actos escolares... Yo era -y soy- un ávido oyente de radio.

En casa cuando era chico la radio era una compañía permanente. Por ese aparato (solo AM) pasaban programas matinales de noticias, lindísimos espacios musicales (que me instalaron un gusto muy amplio por géneros de lo más diversos), el curioso sonido del fútbol dominical, y un montón de mensajes que llegabas sin imágenes, pero con mucha magia.

Como dije, yo no ansiaba meterme en ese mundo de la radio. Yo la disfrutaba y eso era bastante.

Mi interés era ser médico, como parece que dije desde que era muy pequeñito, y todos sabían de ese interés. Lo supieron mis compañeros de colegio y los familiares.

Pero por alguna extraña razón, yo cada año tomaba nota del anuncio radial de que se abría la inscripción para ingresar al ISER. Anotaba los datos, pero no hacía nada más.

Al concluir el secundario mis pasos se orientaron hacia el curso de ingreso a la facultad de medicina (UBA), ya que eran tiempos en los que habia que demostrar ciertas capacidades básicas para comenzar la carrera. Luego de dos fallidos intentos de ingreso, desistí. Comencé una carrera docente (profesorado de Ciencias Naturales), pero por distintas razones, no la concluí.

Y ahi apareció el impulso hacia la carrera de locutor. Tuve que explicarle a algunas personas que no comprendían mucho esta inclinación, pero seguí adelante. Luego de un exámen de ingreso sin suerte y ya casado, al año siguiente, comencé.

Hasta aquí, una historia que conté en más de una ocasión.

Lo que no muchos saben es que alguna vez tomé conciencia de que yo había tomado el camino de la comunicación (y del modo en que la entiendo) a consecuencia de Bernardo Neustadt.

Fui testigo de cómo algunas personas comunes que no tenían posición tomada sobre un tema, luego de escuchar a Neustadt (que fue el iniciador del periodismo radial matinal y un ícono del periodismo televisivo), habían definido una postura, siguiendo los razonamientos de Bernardo. Y como si fuera poco, las noticias siempre eran malas, nunca esperanzadoras. Las buenas noticias, las que podían iluminar una jornada, no estaban. O estaban para, apenas, matizar.

Y me pregunté ¿Acaso no hay gente que pueda tener la llegada de Neustadt, pero poniendo el acento en cosas buenas?

Aunque no tengo precisión de cuándo pensé esto, si se que esa pregunta me proyectó hacia lo que soy hoy: un periodista emprendedor, locutor originalmente, comunicador de muchas formas en definitiva, de cosas buenas, que alimentan, que buscan nutrir. Un hombre dedicado a unirse a hechos positivos, que trata de darle brillo a los mejores gestos, que renuncia a ser parte de la tropa que asume que sólo es noticia aquello que no funciona.

Y si bien tuve ocasiones de diálogo con Bernardo (lo llamé para darle la bienvenida a San Isidro Labrador FM cuando esta emisora comenzó a transmitir en duplex su programa, me comuniqué alguna vez que tuvo algún problema de salud, charlamos en el 3º Congreso Argentino de Padres), pero no encontré el momento de confiarle cómo había influído en mi, sin saberlo.

Y me imagino que hubiera sido una charla agradable. Él tenía claro que había cambiado en los últimos años su manera de ejercer el periodismo, que había optado por acercarle, a su modo, otras campanas al oyente, al televidente, al ocasional espectador. Preocupado por los valores, por la nobleza, por el tezón, lo escuché y lo vi en mi sintonía. Tal vez por eso mismo es que muchos colegas lo consideraban ya vencido, por que en lugar de buscar el escándalo esperaba instalar una idea, aguardaba poder hacer algo por los jóvenes, soñaba por recuperar los sacrificios de miles de inmigrantes y criollos por un país grande.

Pudo haberse equivocado (todos lo hacemos), pudo haber expresado simpatías por personas o ideas que, con el tiempo, se pusieron antipáticas, pero valoro que mientras otros hacen hoy lo que inventó hace muchos años, él se había dado permiso para reflexionar y ponderar conceptos y valores más permanentes. Es de buenas personas, aceptar que alguien cambie para bien. ("El que esté libre de todo pecado que arroje la primera piedra").

De lado habrá que dejar ciertos comentarios suyos que podían sonar, tal vez, algo soberbios sobre su propia trayectoria. En mas o en menos, muchos pioneros suelen caer en eso. No era un hombre fácil para entrevistar y tenía una personalidad fuerte.

No conocí otros aspectos de su vida, mas de los que pudo observar o escuchar cualquier hijo de vecino. Otros podrán repetir el sinsentido de un caracter acomodaticio, sin ver esa característica en otros. Bernardo ya estaba estigmatizado por unos cuantos en ese aspecto, y en nuestro país al menos, de algunos lugares nunca se vuelve.

Ha muerto un ícono, con todo lo que eso implica. Y en el Día del Periodista.

-> Alberto Mora
amora@portalunoargentina.com.ar

["Carta abierta al hijo que no tuve", por Bernardo Neustadt]

 
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