San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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  .: HISTORIAS

 
Un país de puertas abiertas y promotor de la cultura del trabajo
   
El 26 de Enero de 1911, a cinco años del inicio de su construcción, cuando la Argentina era gobernada por Roque Sáenz Peña, fue inaugurado el Hotel de Inmigrantes, una iniciativa para recibir, dar servicios, alojar y distribuir a los miles de inmigrantes que arribaban desde distintos puntos del mundo.

Una iniciativa que buscaba no sólo atender a los que escapaban del hambre o la guerra, sino también darles un tratamiento digno y lo necesario para que puedan hacerse de un futuro de trabajo y prosperidad en nuestras tierras.

Roque Sáenz Peña es el mismo que junto al político católico Indalecio Gómez promovió la ley Nº 8.871 que estableció el 10 de Febrero de 1912 el voto secreto, obligatorio para los ciudadanos argentinos, mayores de los 21 años de edad, habitantes de la nación y que estuvieran inscriptos en el padrón electoral que se confeccionaba con los datos provenientes del servicio militar obligatorio.​ Dos años después, en 1914 con el mismo presidente, con la realización del tercer censo nacional se sabría que la población era casi el doble de la que había arrojado el anterior en 1895 y que el 30% había nacido en otro país.

Tenían esperanzas, querían trabajar y entregar su esfuerzo por su familia, algunos llegaban solos y otros harían lo posible por hacer venir a sus familias, cuando las condiciones se lo permitieran. Trajeron sus sueños, su cultura, sus ganas de prosperidad, sus deseos de integrarse y lo dieron todo por un país que tenía todo para ofrecerles y lo hizo. Gracias a aquellos gobernantes y a los millones de brazos y corazones que arribaron, la Argentina se perfilaba como la potencia mundial que, sin dudas, muchos se propusieron pisotear.

Lamentablemente, los sucesivos gobiernos, los negociados, la incapacidad, el populismo, los personalismos y la ambición extranjera, fueron construyendo la actual tragedia de un país peligrosamente despoblado, empobrecido y con escasas esperanzas, siempre oscilando entre votar al malo o al peor.

El gran edificio del Hotel de los Inmigrantes tenía planta baja y tres pisos y desde 1990 es Monumento Histórico Nacional.

Contaba con un Depósito de Equipajes, un Hospital, una Oficina de Correos y Telégrafos, una sucursal del Banco Nación y una Oficina de Trabajo.

Durante cinco días los inmigrantes podían vivir en el lugar sin pagar un peso, aunque ese plazo podía extenderse por temas de salud o porque no se conseguía trabajo. Podían alojarse hasta 3.000 personas distribuidas en 4 dormitorios por piso.

Los inmigrantes debían guardar una parte de su equipaje en los galpones de depósito pues en las habitaciones no había lugar para ello.

El hotel fue construido considerando las prevenciones básicas para evitar enfermedades (no hay que olvidar que todos recordaban los estragos de la fiebre amarilla de 40 años antes).

Las paredes estaban revestidas de azulejos blancos, los techos eran altos y los pisos eran fáciles de limpiar. Para evitar la propagación de enfermedades las camas no tenían colchones sino lonas de cuero.

El acto de desembarco consistía en el abordaje de una junta de visita a cada barco que llegaba, a fin de constatar la documentación exigida a los inmigrantes, de acuerdo a las normas, y permitir o no su desembarco.

Un médico realizaba a bordo un control sanitario ya que la legislación prohibía el ingreso de inmigrantes afectados de enfermedades contagiosas, inválidos, dementes o sexagenarios.

La revisión de los equipajes se llevaba a cabo en uno de los galpones del desembarcadero destinado a ese fin.

La Oficina de Trabajo realizaba la búsqueda, colocación y traslado de los inmigrantes al sitio donde hubieran sido solicitados.

Había en exposición maquinarias agrícolas expuestas y la enseñanza de su uso para los hombres. A las mujeres se las entrenaba en labores domésticas.

En la planta baja había una sucursal del Banco de la Nación Argentina y un hospital atendía las enfermedades vinculadas a las penurias que traían consigo los inmigrantes.

A los inmigrantes los despertaban muy temprano las celadoras. El desayuno constaba de café con leche o mate cocido y pan horneado en la panadería del hotel.

Durante la mañana, las mujeres se dedicaban a los quehaceres domésticos, como el lavado de la ropa en los lavaderos, o el cuidado de los niños, mientras los hombres gestionaban su colocación en la oficina de trabajo.

Al toque de una campana, los inmigrantes se agrupaban en la entrada del comedor, donde un cocinero les repartía las vituallas y luego ingresaban para esperar el almuerzo: un plato de sopa abundante, guiso con carne, puchero, pastas, arroz o estofado.

Los niños recibían su merienda a las tres de la tarde. A partir de las seis comenzaban los turnos para la cena, y desde las siete quedaban abiertos los dormitorios.

Cuando ellos llegaban al hotel, se les entregaba un número que les servía para entrar y salir libremente, y conocer de a poco la ciudad.

 
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