San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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La vida, la dignidad, el trabajo en el balance 2022
   
Cada fin de año, todos tienden a hacer una evaluación, aunque fuera ligera, sobre los últimos 12 meses, además de pensar en los desafíos para el nuevo año.

En lo referente a la protección de la vida más indefensa el balance en la Argentina es trágico.

Desde que el oficialismo y la oposición de pusieron codo a codo para aprobar la ley genocida 27.610 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –bajo el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta- ha desaparecido antes de nacer en ámbitos públicos UN SER HUMANO POR HORA, una masacre a la que corresponde sumarle todos los que han fallecido en clínicas y sanatorios privados (tal vez nos acercaríamos al doble).

El escenario nacional gobernado por Alberto Fernández estremece aún más llevándonos a una cifra inimaginable: 120.000 niños que en todo el año fueron descartados, desechados, despreciados.

Son miles de argentinos que no crecerán, no aprenderán, no jugarán con sus padres, no tendrán sueños ni podrán cumplirlos.

Pero es preciso tener en cuenta, además, que 120.000 mujeres al pedir el aborto de sus hijos –muy posiblemente adoctrinadas, engañadas, abandonadas, mal aconsejadas y privadas de ayuda- se han expuesto a no pocos daños físicos, psicológicos y emocionales. Muchas de ellas tardarán años en superar las depresiones, adicciones, los fracasos amorosos, la angustia y el vacío a los que empuja el aborto, por institucionalizado que esté.

Es verdad que, más allá de nuestras fronteras, lo sucedido en los Estados Unidos con la caída del fallo que legalizó el aborto fue una gran noticia que esperamos que pronto tenga sus efectos en la Argentina y la indigna ley local sea derogada.

Continuando con el balance de los daños a la Argentina es preciso considerar la constante destrucción del sistema educativo (que no sólo tiene a este gobierno como ejecutor) y el empeño en no dejar nada en pie de la cultura del trabajo.

Hace ya muchos años (¿40?) que la escuela pública ha dejado de tener el nivel de excelencia que enorgullecía y tantísimos profesionales de prestigio produjo, lo que lleva a las familias a elegir propuestas privadas, sólo porque imaginan que serán mejores (algo que no siempre es así). Una verdadera estafa toda vez que se suele decir que escolarizar a un niño le dará herramientas para desarrollarse y tener mejores empleos, pero hoy si va a la escuela pública eso no está asegurado.

Finalmente, la sistemática política de planes sociales sin control ha ido desarmando la arraigada estructura de interés por el trabajo, la superación personal, el progreso social. Casi el 52% de la población argentina recibe alguna forma de plan social lo que implica una erogación de casi 4.600 millones de pesos que además de no solucionar el presente de los destinatarios, compromete el futuro porque no hay ni saludables exigencias, ni valiosas contraprestaciones (todo lo contrario).

Y como si todo esto fuera poco, los adultos mayores, los jubilados y pensionados con sus magras retribuciones deben seguir haciendo los esfuerzos de siempre para sobrevivir y 700.000 de ellos si no recibieran el plan alimentario ni siquiera podrían comer. Aun así y a pesar de lo que incomoda al presidente que los ancianos vivan “demasiado”, ellos todavía aguantan.

Así las cosas, con pocos nacimientos (sea por la perversión del aborto o por el temor de traer hijos al mundo y no poder mantenerlos), con jóvenes que huyen del país buscando futuro, y millones de pobres y malnutridos, el horizonte que propone la política es ciertamente oscuro.

Nos queda a nosotros, los que nos resistimos a bajar los brazos y a tirar por la borda el proyecto de una Argentina digna, grande y generosa como la que soñaron nuestros padres o abuelos, seguir empecinadamente hacia adelante.

Sea en una organización, en una estructura política que defienda de verdad la vida y la familia, en la docencia o en los ámbitos donde uno se desenvuelva, siempre será valioso el compromiso sostenido que se haga.

Hay otros, muchos todavía, que quieren lo mismo que uno. Basta juntarse, cerrar filas y seguir dando batalla: la causa lo vale.


[Fuente: Marcha por la Vida Argentina]

 
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