Al Dr. Fernando Secín lo conoce mucha gente por su calidad profesional como médico urólogo, oncólogo y cirujano. Eso parecía ser suficiente para tener un lugar de honor en la medicina argentina, corroborado por sus colegas y por sus pacientes.
Pero aceptó gustoso el desafío de participar en el nacimiento de un movimiento que lo tuvo como una pieza de alto valor, incondicional, siempre dispuesto y preparado. Bastó que Alejandro Geyer le propusiera reunir a un grupo de médicos para la segunda Marcha por la Vida en Buenos Aires y él junto 40 en el escenario renovando su juramento hipocrático.
Fernando Secín, empujado por diversas circunstancias que no nos compete señalar, se tuvo que ir a trabajar a EE.UU., donde ya había estado capacitándose años atrás. Sin dudas aquel país le dará el lugar que le corresponde y se lo recompensará sobradamente.
Pero nosotros perdemos su presencia habitual, su participación activa, su predisposición, su generosidad y su constante ánimo conciliador en un movimiento provida que tiene sus bemoles.
Será, seguramente, una figura a la que muchos deberán imitar en el compromiso y su militancia, en su convicción religiosa, en su firmeza al debatir claramente con quien le pusieran enfrente, sea en un canal de televisión o en el Congreso, en un panel en alguna provincia argentina o en un encuentro por videoconferencia.
Nos faltará su presencia -siempre con ambo celeste- en acciones provida en la calle, su constante amabilidad y su vehemencia, pero sabemos que su compromiso no se detendrá y desde miles de kilómetros podrá seguir siendo un referente de lujo.
Y, podemos asegurar, que la Ola Celeste, que es mundial y tiene sus raíces más remotas en aquellas tierras, lo tendrá entre sus activos militantes.