La presión desde hacía décadas por parte de las activistas del feminismo en encuentros internacionales -perfectamente planeados para sentar precedentes y ser usados como recurso de presión-, logró su cometido en la Argentina y se sancionó una ley para matar niños a demanda antes de nacer.
La combinación de acciones desde el feminismo más radical, sumado a los muchos intereses económicos que están detrás de sus reclamos de supuesta igualdad y la facilidad con la que el poder político cede ante supuestos ideológicos de izquierda, dio sus frutos en perjuicio de los argentinos más indefensos.
La idea de que hombre y mujer son iguales y, por esa razón, debe dársele a ambos idénticas remuneraciones, promociones y reconocimientos es, SIN DUDAS, un reclamo legítimo para el mundo del trabajo. A igual tarea y desempeño, igual retribución. Fácil de entender y de respaldar. Es el mérito (eso que rechaza el presidente designado la Nación) y la decisión de una empresa o ente lo que determina si alguien (del sexo que sea) es capaz para un puesto determinado.
Pero más allá del trabajo en relación de dependencia -cuando se trata de trabajadores independientes no hay reclamo posible-, ambos deben ser iguales en cuanto a su condición de ciudadanos.
Pero el fanatismo ideológico del feminismo sigue intentando imponer la invención que la violencia es una característica de los hombres. Una falsedad, pero funcional a su construcción cultural y sus negocios.
El hombre es, naturalmente, más fuerte pero no necesariamente violento. Sin embargo, el feminismo infiltrado a pura insistencia y lobby en casi todo estrato social, ha ido doblegando la comprensión y el sentido común, logrando que se legisle en ese sentido. El femicidio, un término inventado sobre la idea equivocada de que homicidio refiere a hombre en cuanto a varón, es un "logro" de esa mirada recortada y siniestra: asesinar a un hombre tiene menos pena que matar a una mujer. La igualdad ante la ley tirada a la basura.
La ley de Protección Integral de las Mujeres (Nº 26.485 de 2009)
Muchas personas usan el término "género" como reemplazo equivocado del concepto gramatical de sexo (masculino y femenino) pero son muchos más los que lo utilizan para referirse a los reclamos de "equidad" del feminismo. Las personas reales no tienen género pero los cultores de esa creencia hace años que exhiben su rechazo a la naturaleza y no quieren saber nada con sus definiciones. Como la biología "sólo" ofrece dos opciones (hembra y macho) se inventó la fantasía del "género" que habilita decenas de "posibilidades".
Los seguidores de la perspectiva de género dicen no querer "dogmas" de parte de la ciencia o de la fe, pero establecen sus propios caprichos dogmáticos a los que se le debe rendir pleitesía bajo amenaza de castigo. La paridad "degénero" en las listas de candidatos no sólo obliga a dibujar su conformación, sino que también habilita a que aparezcan personas que responden a alguna de los variados "moldes" del género.
La perspectiva de género es una ideología política y, como tal, busca poder. Su mirada no es inocente ni tolerante con la naturaleza humana ni con la ciencia. Establece sus propias definiciones, valida sus caprichosas razones y rechaza todo abordaje que no se ajuste a su visión hegemónica. Es, literalmente, una avanzada totalitaria que no se priva de la represión legal o mediática para aniquilar a quien sostiene algo distinto. Ni hablar si, además, cuentan con muchos millones de pesos del presupuesto nacional para alimentar sus desatinos desde un ministerio.
No obstante la seria peligrosidad de los promotores de la perspectiva de género, vale decir que no escatiman estupideces que llegan a cautivar a los escasamente formados políticos argentinos. El uso de la letra "e" de Alberto Fernández es en verdad ridículo, pero evidencia su compromiso con el totalitarismo de género.
